26.

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CAPÍTULO VEINTISÉIS.

Las caras de sus padres se transforman en sorpresa absoluta cuando Enoch se refiere a mí como su novia. Yo, en cambio, estoy acostumbrada. Con la poca confianza que tiene con ellos es obvio que no saben sus... gustos. Además, no parecen ser las típicas personas que lo entenderían.

Así que me relajo en sus brazos, deleitándome con el enfado que parece emanar del cuerpo de la mujer. No he abierto la boca y ya me odia.

El padre de Enoch, a diferencia de su esposa, parece ser un poco más razonable, pues camina hacia nosotros relajando el rostro y, al llegar a nuestra altura, nos tiende la mano. Bueno, en realidad me tiende la mano a mí.

—Soy Leo Dachs. Encantado de conocerte...

Alza una ceja, invitándome a completar su frase diciéndole mi nombre. Armándome de valor, estiro una de mis manos para estrechar la suya.

—Aledis Bruns, es un placer —pongo mi mejor sonrisa.

Leo intenta devolvérmela, pero lo que le sale se asemeja más a una mueca que a una sonrisa. No parece ser el tipo de hombre que sonríe mucho.

—¿Desde cuando tienes novia, Enoch? —pregunta su madre, dando un paso al frente y cuadrando los hombros mientras me lanza una mirada despectiva.

—Desde hace unos meses. Lo sabríais si vinierais a verme.

El comentario mordaz de mi italiano no nos pasa desapercibido a ninguno de los tres.

—También puedes visitarnos tú —tras responderle con el mismo tono, se vuelve hacia mí—. Soy Loretta. Loretta Dachs.

—Encantada de conocerla.

No sonrío y no le tiendo la mano, más que nada porque parece que mi presencia le asquea.

—Feliz cumpleaños, hijo.

Me separo de Enoch a regañadientes cuando su padre se digna a felicitarle por fin. Se dan un abrazo tenso e incómodo, y seguidamente su madre hace lo mismo, dándole un casto beso en la mejilla.

—¿Queréis quedaros a comer?

Cruzo los dedos para que declinen la propuesta de Enoch, pero por la mirada de superioridad que me lanza su madre, sospecho que pretende quedarse y averiguar todo sobre mí.

—Nos encantaría —responde Loretta—, más si Antonella es la que cocina.

—De hecho, Aledis ha hecho hoy la comida.

—¿Tú cocinas?

Por el tono de sorpresa que usa, sé en qué está pensando: que soy pobre, porque para ella los ricos pagan a otras personas para que cocinen, así ellos no se manchan las manos.

—Sí —la fulmino con la mirada, esperando a que me diga algo más.

—¿Vestida así? ¿Qué llevas puesto, a todo esto? —me señala—. ¿Es una camiseta de mi hijo? Enoch, ¿cómo puedes permitir que esté así?

Antes de que pueda controlarme, me veo a mí misma defendiéndome. No más abusos.

—Señora, permítame que le diga una cosa: esta no es su casa y usted no pone las reglas, puedo cocinar vistiendo lo que me dé la gana. Enoch es mi novio, no mi dueño. Él no tiene que permitirme nada —aprieto los puños.

Enoch apoya una mano en mi hombro, haciéndome entender que está orgulloso de mí y que me apoya. Me tranquiliza bastante, ya que acabo de enfrentarme a su madre. Buena forma de empezar con mal pie.

Infierno [+21] [TAI#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora