9. El joven abeto

1 0 0
                                    

En el bosque, cuajado de árboles de todas clases, había un joven abeto que había nacido no hacía mucho tiempo.

Es cierto que el lugar en que crecía era uno de los mejores del bosque: tenía buena luz, disfrutaba del calor del sol, la ventilación era excelente y el alimento inmejorable. Pero el joven abeto, que era muy impaciente, se desesperaba:

- ¡Hay que ver, qué grandes son los demás árboles y qué pequeño soy yo! ¿Es que no voy a crecer mucho?

Sus compañeros, que veían la impaciencia del pequeño abeto, le animaban con cariñosas palabras:

- Ten paciencia, hombre; ya crecerás como nosotros y podrás mostrar tus bellas ramas a todo el mundo.

- Sí, eso es fácil decirlo, pero ¿Es que no veis lo despacio que estoy creciendo?

Y nada le consolaba: ni las exclamaciones de los niños, cuando venían a jugar al bosque y se sentaban a su lado para acariciarle a gozar de su limitada sombra, ni las palabras de sus mayores.

- ¡Es que quiero hacerme grande como vosotros!

Un día, estando ya próxima la Navidad, llegaron unos hombres armados con grandes hachas y empezaron a marcar con pintura blanca los árboles más desarrollados-

- ¡Mira éste -decía uno- ¡Qué grande es! ¿Lo marcamos?

- Pues claro, hombre -decía otro-. Ése ya es robusto y su madera será valiosísima.

Uno de aquellos hombres pasó junto al joven abeto y se quedó mirándolo. Luego dijo a voces a sus compañeros:

- ¿Y qué os paree este pequeño? Podría servir para el salón de los señores; nos dijero que querían uno así para la Navidad.

- ¡No digas tonterias! -le contestaron-. ¿No ves que este arbolillo todavía es muy joven? Dejémosle que se desarrolle. Si llevamos esto los señores se reirán de nosotros.

Aquellas palabras dolieron mucho al joven abeto. ¡Cómo le despreciaban! Por su tronco se deslizó uno lágrima de transparente resina.

- ¡Vamos, vamos, pequeño abeto! -le dijo su amiga la ardilla-. No es para tanto; deja ya de llorar. Lo que tienes que hacer es crecer, crecer todo lo que puedas y ya verás cómo un día serás el orgullo de este bosque.

- ¿Y cuándo será eso? No creo que llegue nunca porque todos me desprecian.

Otro día llegaron los mismos hombres, cortaron los árboles que habían marcado con pintura blanca y se los llevaron cargados en los carros. El joven abeto no sabía que pensar.

- ¿Adónde se han llevado a mis hermanos? -les preguntó a las golondrinas cuando, meses después, se posaron en sus ramas.

- No estamos muy seguras -dijo una de ellas-, pero cuando volaba hacia acá, desde Egipto he visto unos hermosos barcos nuevos, con sus velas desplegadas, surcando los mares.

- ¿Y qué quiere decir eso? -preguntó otra vez el joven abeto.

- Me ha parecido que los largos y esbeltos mástiles de esos barcos eran viejos amigos; creo que ellos son tus hermanos, los grandes abetos cortados el año pasado.

- ¡Qué maravilla, convertirse en mástil y navegar mar adentro hasta tierras lejanas! Y dime, amiga golondrina: ¿Como es el mar? 

- ¿El mar? Bueno, pues es... es... no sé; no sabría explicártelo porque el mar es algo maravilloso. Y ahora, adiós, tenemos que seguir nuestra ruta hacia el Norte.

- ¡Esperad, no os vayáis todavía...! -gritó el joven abeto.

- ¡Adiós! -le contestaron-. ¡Tú crece deprisa y algún día llegarás a conocer el ma!

Cuentos de un libro antiguoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora