10. El hueso cantor

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Hace años que, en un lejano país, dominaban el dolor y la tristeza. La causa era un terrible dragón que destrozaba los sembrados, devoraba el ganado y mataba con sus tremendos y afilados dientes a cuantas personas caían bajo sus garras.

El rey ofreció una gran recompensa a quien fuera capaz de librar al país de aquella temible bestia, pero nadie se atrevió a ir a su encuentro. Entonces el rey prometió que quien capturase o diese muerte al dragón se casaría con su única hija. 

Este nuevo ofrecimiento hizo que algunos caballeros se adentrasen, armados hasta los dientes, en el bosque donde vivía el monstruo. Pero, desgraciadamente, nunca más se supo de ellos.

Vivían en aquel país dos hermanos, hijos de un pobre labrador, que decidieron hacer frente al peligros. El mayor se llamaba Klaus. Era astuto y muy ambicioso, y quería matar al dragón para casarse con la princesa y ser rey algún día. El hermano menor se llamaba Hans. Era inocente y algo simplón, y si quería acabar con el monstruo era únicamente porque le daba pena el dolor y la destrucción que estaba causando.

Cierto día los dos hermanos se pusieron en camino hasta llegar a la corte y pidieron ver al rey. Cuando el monarca les recibió, le hicieron saber su propósito de ir a matar al dragón

- Admiro vuestro valor -dijo el rey-. Pero decidme: ¿Tenéis algún plan para acabar con el monstruo?

- No tenemos ningún plan, majestad -contestaron-. Entraremos en el bosque y cuando estemos frente al dragón confiamos en nuestro valor y nuestra inteligencia.

- Ya que os veo tan decididos -dijo el rey-, os daré un consejo: para estar seguros de que encontraréis al monstruo, lo mejor será que entréis en el bosque por caminos opuestos.

Haciendo caso del consejo del rey, los hermanos se encaminaron al bosque por distintos lugares. Klaus lo hizo por el Este y Hans por el Oeste. Pero mientras el hermano mayor decidió entrar primero en una posada a beber una cuentas jarras de vino, para tomar fuerzas, el pequeño Hans se dirigió directamente al bosque. Nada más entrar en él, un hombrecillo le salió al paso y enseñandole una pica negra que llevaba en las manos le dijo:

- Tú eres bueno e inocente. Por eso te regalo esta pica negra. Sólo con ella podrás matar al dragón.

Hans dio las gracias al hombrecillo, y cogiendo la pica, la echó sobre su hombro y siguió su camino. Al cabo de un rato oyó unos fuertes rugidos y supo que estaba cerca de la guarida del monstruo. En efecto, algunos metros más allá, Hans vio la entrada de una enorme cueva, que era de donde salían los rugidos.

- "No me parece prudente entrar -pensó Hans-, pues los dragones pueden ver en la oscuridad, y como además no conozco la cueva tendría todas las de perder. Lo mejor será provocarle desde afuera y esperar a que salga con la pica preparada."

A continuación cogió varias piedras y comenzó a tirarlas con todas sus fuerzas al interior de la cueva mientras gritaba:

- ¡Despierta bicharracp! ¡La hora de la siesta ya ha pasado!

Inmediatamente los rugidos se hicieron más fuertes, y acto seguido Hans vislumbro al dragón que, ciergo de ira, saliá desparado de la cueva. El joven se colocó en mitad de la salida con la pica preparada, de tal modo que el monstruo, fue a clavarse contra ella, que le atravesó la piel y partió en corazón en dos. Después Hans cortó la cabeza del dragón, la metió en un saco y fue a llevarsela cuanto entes al rey.

Pero en vez de regresar por donde había entradom Hans tomó la dirección contraria, y de ese modo llegó a la posada donde su hermano Klaus había entrado a beber vino. Allí dentro había mucha gente bailando y bebiendo, y cuando Klaus vio entrar a su hermano se dirigió hacia él y con voz de borracho le dijo_

- ¿Qué haces tú aquí? ¿No quedamos en que entrarías por el otro lado del bosque?

- Y así lo he hecho, hermano -respondió Hans radiante de alegría-. He entrado... y he vuelto a salir.

- No entiendo que te propones jugando a las adivinanzas -refunfuño Klaus de mal humor-. ¿Y se puede saber qué llevas en ese saco?

- Claro. Míralo tú mismo.

Hans descargó el saco que llevaba al hombro y dejó que su hermano echara un vistazo al interior. Cuando Klaus vio la cabeza del Dragón se puso pálido de envidia y los ojos casi se le desencajaron de la rabia.

- ¿Qué te pasa, hermano? ¿No te alegras? -preguntó el ingenuo Hans-. Por fin se ha terminado la amenza del monstruo. Voy a decírselo a toda esta gente para que también ellos estén contentos...

- ¡No! ¡Espera! -le cortó Klaus-. No dogas nada. Pienso que lo más correcto es que el rey sea el primero en enterarse ¿No?

- Tienes razón -reconoció Hans, que ignoraba lo que estaba tramando su malvado hermano-. No había pensado en eso.

- Ahora descansa un poco, bebe un vaso de buen vino y cuéntame cómo ha sido tu aventura.

Sin sospechar nada malo, el hermano menor aceptó a Klaus todo lo que le había ocurrido desde que se separaron. Así estuvieron hasta muy tarde, de modo que cuando salieron de la posada ya era de noche.

Los dos hermanos comenzaron a andar en dirección a la ciudad. Hans llevaba el saco que contenía la cabeza del dragón y su hermano se ofreció a llevarle la pica. Pero al llegar a un puente sobre un arroyi, Klaus dejó que Hans pasara adelante, y cuando estaban en la mitad del puente, le clavó la pica en la espalda, haciéndole caer muerto al agua. Luego enterró a su hermano bajo el puente, tomó el saco y fue a la ciudad a ver al rey.

El monarca y todo su pueblo recibieron con gran júbilo la noticia de la muerte del temido dragón. Se hicieron grandes fiestas en todos los pueblos y aldeas para celebrarlo. Y el rey anunció oficialmente el compromiso del caballero Klaus con su hija, la princesa.

- ¿Qué habrá sido de su joven hermano? -preguntó el rey.

- Sin duda el dragón debió acabar con su vida antes de que yo lo matara -respondió Klaus fingiendo dolor.

- Así es como debe de haber sucedido -opino el rey. Y como él todo el mundo.

Pero aquella historia no podía terminar así. Muchos años después un pastor que llevó a pastar su ganado por los alrededores del puente, encontró en la arena un hueso tan blanco como la nieve. Pensó que de él podría hacerse una flauta, y sin más se puso manos a la obra. Una vez hubo terminado su instrumento musical lo llevó a la boca para soplar en él. Entonces, ante la sorpresa y la admiración del pastor, el hueso comenzó a cantar por si solo.

Pastorcillo, pastorcillo, 

que soplas mi huesillo,

mi hermano me asesinó,

bajo el puente me enterró,

al rey llevó mi dragón,

y con la princesa se casó.

- ¡Qué flauta tan maravillosa y qué cosas tan extrañas cuenta! -dijo el pastor-. Debo llevárselo a mi rey.

Cuando el pastor estuvo en presencia del rey volvió a soplar la flauta, y ésta repitió la misma canción. El rey entendió perfectamente lo que quería decir. Mandó a Klaus, su yerno, acudir a su presencia. Y en compañía de un destacamento de soldados se dirigieron rumbo al arroyo. El rey ordenó excavar bajo el puente.

Pero cuando todos esperaban hallar un esqueleto, he aquí que bajo tierra apareció el mismísimo Hans en carne y hueso, como si sólo hiciese unas pocas horas que se hubiese echado a dormir. Y junto a él estaba la pica mágica, que sin duda había tenido mucho que ver con el milagro.

Ante el sombro de todos, Hans abrió los ojos y se levantó de su lecho de tierra como si nada hubiese pasado. Al ver este prodigio, Klaus cayó de rodillas ante él y llorando le pidió perdón. Y como Hans era tan buena persona lo perdonó de todo corazón.

Quien no perdonó fue el rey, que desposeyó a Klaus de todos sus bienes y le condenó al destierro. En cuanto a Hans, le nombró capitán de su ejército y futuro herededo de la corona. Y en adelante lo trató siempre como a un hijo.


Cuentos de un libro antiguoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora