Capítulo IV

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CAPÍTULO IV: “Hablemos de perdón...”

AUTORÍA: Regina

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BEATRIZ...

Han sido tantas remembranzas, unas lindas otras no tanto, pero como ella creía que eran verdad, pues fueron bellas… La angustia no tiene límites, los recuerdos impiadosos vuelven una y otra vez como fantasmas a regocijarse de su dolor. No quiere verlo, ni reflejado en el espejo, ni en sueños, ni caminando hacia ella como en ese momento que lo ha invocado y lo ve acercarse silencioso y triste...

ARMANDO...

Nunca me va a perdonar... y lo merezco... ¿Es que acaso puedo perdonarme a si mismo?... ¿Puedo perdonarme el haber dañado a la única mujer que ame, amo y amaré el resto de mis días?... ¿Puedo perdonarme el haber defraudado a mis padres, a Marcela, a mi mismo...?

Mientras Armando piensa esto, Catalina y Betty van a las Islas del Rosario y frente al mar Catalina convence a Betty para que por fin perdone a Armando...

“B: Don Armando, por favor venga, venga, Don Armando.

Armando, vestido de blanco, se va acercando lentamente hasta donde están Betty y Catalina...

C: Dígale que siente, que usted quiere hablar con él.

B: No puedo...

C: Sí puede, Betty, tiene que hablar con él.

B: No, no, quiero que se vaya, que se vaya...

C: ¡No, Betty! Tiene que enfrentarlo. ¡Háblele, dígale todo lo que siente y le ha querido decir, él la va a escuchar!

B: Don Armando, llevo muchos días aquí y todavía no entiendo por qué, por qué me hizo tanto daño. Desde que lo conocí usted siempre me causó muchas inquietudes. Desde el principio lo respeté tanto, ahí estaba usted, un hombre elegante que confiaba en mí y yo hacía todo lo posible por atenderlo, por demostrarle que yo era la persona que usted necesitaba. En esa oficina oscura había una mujer que se moría por usted. ¿Cuánto había que hacer para demostrarle que yo por usted daba la vida, que sería incapaz de traicionarlo? ¿Acaso no se dio cuenta? ¿Acaso no lo sentía? ¿Cómo pudo, cómo pudo tener la sangre fría de enamorarme? ¿Cómo pudo hacer ese juego tan cruel si usted sentía que yo me enamoraba cada vez más y más? ¡Llegué a amarlo tanto doctor, tanto! Yo confiaba en usted, en que por lo menos me tenía algo de afecto, pero siguió adelante con ese plan siniestro, destrozándome sin importarle lo que yo le había contado de mi tragedia amorosa. En algún momento pensé perdonarlo y volví a caer en su juego. Pero usted siguió adelante hasta el último segundo. ¡Me destruyó la vida! Y yo siento que no puedo perdonarlo.

C: Sí puede perdonarlo, es por su bien Betty. ¡Entiéndalo! Si no lo perdona no va a poder regresar en paz. Usted alguna vez lo amó, que ese amor le sirva para perdonarlo. Ande, vaya, perdónelo.

Betty toma la cara de Armando en sus manos y le dice...

B: Yo, Beatriz Pinzón Solano, lo perdono don Armando, por encima de todo el dolor que me causó y en nombre del amor que le tuve y de la vida que entregué, le pido a mi corazón que no lo odie y que esté en paz. Lo perdono porque TODAVÍA LO AMO, en medio de todo el dolor no le deseo nada malo. Deseo que siga su camino en paz pero lejos de mí, en medio de todo el amor que me nació por usted, en medio del dolor lo perdono y deseo que se vaya de mi vida sin odios y que con la misma dulzura con la que entró, se vaya. Ya puede irse don Armando.

Armando se aleja hacia mar adentro y se desaparece...”

Armando invoca la imagen de Betty, de su Betty, la del capul, los braquets y las ropas anchas, que ocultan a la dueña de sus sentidos.

ARMANDO...

A: Perdóname mi vida, te juro y te lo juro por lo más sagrado que seré el hombre que tú necesitas, que te demostrare cuanto te amo, haré lo que me pida, pero por favor, vuelve a mí, perdóname, perdóname...

SEGUIREMOS CONVERSANDO...

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