El rey sin corona

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El muchacho se levantó de la cama y caminó hacia el baño arrastrando los pies por el frío piso de su habitación. Se dirigió al lavabo y se lavó la cara con agua fría para quitar los rastros de sueño; al verse en el espejo, no se reconoció. Sano Manjiro había adelgazado demasiado, tenia ojeras y su cara estaba demacrada; no era ni la sombra de lo que había sido en su época de gloria, a sus quince años de edad. Fijó la vista en la bañera, ahí se encontraba el otro Mikey: el feliz, de gran sonrisa, de cabello rubio, luz en la mirada y rey del mundo; ese otro Mikey que portaba orgulloso el uniforme de lo que había sido su pandilla.

—¿Cómo estas, Manjiro? No dormiste bien otra vez—. Emma le sonrió desde un rincón.

—¿Soñaste conmigo, hermanito?—. Shinichiro fumaba un cigarrillo junto a la puerta.

—Tuviste pesadillas—. Aseguró Baji junto a Izana que solo se limitaba a mirar a Manjiro.

Era común para Manjiro tener alucinaciones todas las mañanas, ya se había acostumbrado a ver los fantasmas de su pasado acechándolo; cuando estaba junto a los demás miembros de Bonten podía soportarlo, pero era difícil estando solo, era cuando la culpabilidad, el miedo y el odio volvían a él con más fuerza.

Manjiro volvió a mojarse la cara y al verse en el espejo otra vez, los fantasmas se habían marchado. Entonces decidió volver a la cama.

Media hora después, Sanzu entró a la habitación con una bandeja de comida en las manos.

—Buenos días, Mikey—. Lo saludó con una sonrisa—. Tu desayuno.

Sanzu puso la bandeja en la mesita al lado de la cama, Mikey le hecho un vistazo: un plato de taiyakis, un vaso de jugo de naranja y un par de pastillas similares a las que Sanzu consumía. ¿En que momento había caído tan bajo? Quizas cuando había alejado a sus amigos, o cuando había molido a golpes a ese sujeto, al primero al que había matado; o quizas siempre había sido asi, desde la muerte de Shinichiro.

Manjiro tomó las pastillas, se las tragó y luego tomó un taiyaki.

—Él está aquí—, Informó Sanzu—. tiene información sobre—... Dudó por un momento—. Kazutora y Takemichi.

Manjiro levantó la mirada, al fondo de la habitación, el antiguo Mikey le devolvía la mirada.

—Lo que sea que tenga que decir, no me interesa.

—Ellos te están buscando—. Dijo Sanzu—. Al menos eso es lo que él dijo.

Manjiro levantó la mirada. Hanagaki Takemichi, terco y testarudo como siempre, si seguía ese camino no terminaría bien.

Emma sonrió desde los pies de la cama mientras jugaba con el cabello de Izana que estaba recostado en sus piernas.

Manjiro tomó otro taiyaki y le dio un mordisco mientras pensaba. Sanzu esperó con paciencia las próximas ordenes de su jefe.

—No me gusta que tengas tratos con él—. Habló Emma.

Y a Manjiro tampoco le gustaba pero "él" era muy efectivo, además había perdido a alguien importante, al igual que lo había hecho él.

—Dile que los siga y que me informe de todo a través de ti—. Ordenó.

Sanzu sonrió satisfecho.

Manjiro siguió desayunando en paz y cuando la puerta de su habitación se cerró, Shinichiro apareció a su lado.

—¿Cuándo te unirás a nosotros?—. Le preguntó.

Baji, sentado al otro lado de la cama, lo abrazó por los hombros.

—Técnicamente ya lo haz hecho—. Miró al Mikey de TouMan recargado en la pared frente a la cama de Manjiro, ese Mikey sonreía mientras jugaba con una banderita de algún menú infantil.

—Este tu solo es un cascarón vacío—. Dijo Izana.

—Basta, dejen a ese cascarón en paz—. Emma volteó a verlo, de su frente comenzaba a salir sangre—. No pudiste protegerme.

Manjiro se miró las manos, estas comenzaban a teñirse de rojo; al levantar la mirada, sus fantasmas, las personas a las que no había podido proteger, rodeaban su cama. Shinichiro tenia la cara y la ropa manchadas de sangre, Emma también; Baji sangraba del abdomen e Izana tenía tres heridas de bala. Ellos se acercaron, se treparon al colchón y lo miraron, no había nada en sus ojos. Manjiro susurró un débil "lo siento" mientras las lagrimas que escondía estando acompañado, comenzaban a acumularse en sus vacíos ojos. Mikey, el Mikey de la TouMan, caminó hacia él, se trepó en el colchón haciendo que los fantasmas se fueran, luego se sentó frente a Manjiro y le sonrió con calidez.

—Nunca fuimos invencibles—. Le dijo. Acunó la cara de Manjiro en sus manos y le volvió a sonreír—. Pronto debes acabar con esto.

Manjiro lo sabía, el problema era que aún no quería marcharse, no sin antes volver a ver a ese tonto héroe llorón.


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