Ser feliz

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Hanagaki Takemichi, Manjiro lo recordaba, pero había olvidado sus facciones y su voz; los recordaba, su inquebrantable fuerza de voluntad. Hanagaki Takemichi había demostrado ser mucho mejor que él; más valiente, más fuerte, más poderoso que nadie. Algunas veces se preguntaba por él ¿había logrado ser feliz? Estaba seguro que al menos uno de ellos lo era.

Sanzu abrió la puerta de su habitación, ese chico lo respetaba y admiraba, pero era una molestia cuando no respetaba su espacio personal.

—Mikey, él quiere hablar contigo.

Manjiro se levantó de la cama, se calzó sus inseparables sandalias y siguió a Sanzu.

Mientras caminaban por el pasillo del departamento, se miró de reojo en uno de los espejos, la imagen del viejo Mikey se reflejaba en el y era un extraño contraste entre la luz y la oscuridad; la tristeza y la felicidad; la vida y la muerte; el infierno y el cielo. El Mikey del espejo era el niño con sueños, con metas, con amigos, con personas que lo amaban; el Mikey que se miraba a si mismo en el espejo era el Mikey adulto, el Mikey vacío; con ojeras, demacrado, sin ganas de levantarse de la cama y con los fantasmas de las personas que había perdido flotando alrededor; pero había algo que compartían los dos: eran humanos, por lo tanto habían fallado, por lo tanto tenían épocas de oscuridad, errores, miedos, debilidades; por lo tanto podían llorar y reír, y caer... pero el Mikey adulto ya no tenia emociones y sus momentos de debilidad se quedaban entre él y sus fantasmas; el Mikey adulto estaba completamente perdido y ya no gozaba de llamarse humano pues él no se consideraba uno. El Mikey del espejo le sonrió y Manjiro sintió que esta vez, y completamente, ya no había nada en su interior. Manjiro siguió su camino sintiendo la mirada del otro Mikey en su espalda.

Sanzu abrió la puerta de una de las habitaciones y ambos ingresaron, dentro, sentado en uno de los sillones, se encontraba Hanma. Ambos se miraron, era la primera vez desde hacia tiempo que ambos se miraban a la cara.

—Ambos siguen en tu búsqueda. Preguntas por aquí y por allá; nadie ha dicho nada, sin embargo han comenzado a volverse una molestia.

—¿Nos encargamos de ellos, Mikey?—. Preguntó Sanzu.

Encargarse de ambos seria tarea fácil, Sanzu estaría encantado de hacerlo o alguien más a cambio de una generosa bonificación; pero algo en su interior le decía que era momento de encontrarse con él, porqué últimamente nacía en él el deseo de volver a verlo, deseo incontrolable anunciando el final.

—Cuando Hanagaki esté solo, sin Kazutora y sin los demás, llama a Sanzu, me reuniré con él.

Sanzu volteó a ver a su rey sin entender para qué quería hacer eso, fácilmente podía ir él y encargarse de ellos antes que su rey, pero contradecir a Mikey iba en contra de sus principios.

—Lo que su majestad ordene—. Se mofó Hanma. Sanzu levantó su arma y le apunto, Manjiro puso la mano frente a su subordinado.

—Acompáñalo a la salida, Sanzu.

Ambos hombres salieron del lugar dejando solo a Manjiro. Una vez que la puerta se hubo cerrado, Shinichiro apareció en el lugar donde segundos antes había estado Hanma.

—A quien mataras primero, ¿a Hanma o Hanagaki?—. Preguntó el pelinegro mientras fumaba un cigarrillo.

—Hanma.

—¿Hanagaki será después?

—Él le pondrá fin a todo.

—No me gusta como se escucha eso—. El mayor tiró el cigarrillo encendido sobre la alfombra roja, esta comenzó a arder de inmediato—. Me preocupa lo que hay dentro de tu mente, Manjiro. ¿Cuántos demonios se esconden ahí dentro?

El fuego consumía el lugar, las llamas lo consumían todo excepto el sofá donde Shinichiro estaba sentado. Manjiro veía el fuego, lo tocaba, pero no le causaba ningún daño.

—Shinichiro, ¿crees que yo... pueda ser feliz?—. Su voz suplicante descolocó al pelinegro—. ¿Crees que pueda ser feliz como cuando tu estabas vivo?

Shinichiro sabia la respuesta, pero no quería decírsela a su hermanito.

—¿No eres feliz ahora?

—No—. Respondió Manjiro de inmediato.

—Manjiro, te prometo que volverás a ser feliz.

—¿cuando?

—Pronto.

Shinichiro le revolvió el cabello y le sonrió. Manjiro se sintió como un niño pequeño en medio del fuego que comenzaba a desaparecer.

La puerta volvió a abrirse y el fantasma de Shinichiro desapareció al momento que encendía un nuevo cigarrillo.

—Hanma se ha ido, Mikey.

—Bien.

—Me permitirás encargarme de él ¿cierto?

—Después de que diga donde está Hanagaki tu te encargaras de matarlo.

Sanzu sonrió complacido.

—Lo que mi rey ordene.

Manjiro salió de la habitación, caminó por los pasillos hasta llegar a la sala donde a veces se reunían los miembros de Bonten; ninguno quería estar ahí, pero no había otro lugar al cual acudir, ese mundo era lo que conocían, aquello en lo que eran buenos y aceptados; los Haitani siempre estaban juntos, a donde iba uno iba el otro y no había otro lugar donde pudieran ir, nadie los aceptaría después de haber estado en la cárcel; Takeomi perseguía su ambición; Kokonoi el deseo de tener el numero ganador asegurado para alejar a los fantasmas de su pasado; Mochizuki tenia sus motivos, que eran similares a los de los demás; Kakucho perseguía el ideal de Izana, el deseo de construir el reino perfecto para tipos olvidados como ellos; Sanzu perseguía a Mikey y Mikey... había olvidado que era lo que buscaba.

Sano Manjiro admiraba la ciudad a través del cristal de la enorme ventana, afuera estaba su reino, el jodido reino donde tipos olvidados como ellos podían pertenecer. Su invisible corona pesaba sobre su cabeza y la suave capa de terciopelo parecía un bloque pesado que debía ser liberado. Sano Manjiro, el rey del bajo mundo de Japón, solo quería ser libre por una vez, volver a los días del pasado, hacer las cosas bien y pedirle a Hanagaki Takemichi que no lo deje. Pero cuando volviera a encontrarse con Takemichi, estaba seguro que ninguno de los dos saldría vivo de su reunión.

—Pronto volveré a ser feliz, ¿verdad, Shinichiro?—.La imagen de sus fantasmas se dibujó fuera del cristal, lo invitaban a ir con ellos.

—Pronto nos marcharemos, Manjiro—. El Mikey de la ToMan estaba a su lado, sonriéndole.

—Si tengo miedo, ¿tomaras mi mano?

Mikey estiró la mano para tomar la de Manjiro.

—Lo haré, lo prometo.

Manjiro se sintió más tranquilo.





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