Capítulo 3

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-¿Te querés quedar a cenar con nosotros? –preguntó emocionado Carlos.

-No Carlos. Sepa disculparme. Llegué hoy a San José y la verdad es que no tuve tiempo para estar con mi familia –admitió Pedro.

-Está bien, pero en estos días volvé a vernos. Siempre serás bienvenido. Veo que conociste a mi nieta Amelí –ambos dirigieron su mirada hacia la joven que los observaba con los ojos abiertos de par en par.

-Sí, trabajamos juntos. Bueno... me tengo que ir. Se me está haciendo tarde... Amelí ¿me ayudás a bajar tu bicicleta?

Lo miró de reojo y asintió. Cuantas cosas nuevas había traído de golpe.

-Gracias por traerme hasta acá –expresó mientras acomodaba su bicicleta.

-No es molestia, ya te lo dije. Ah... por si te interesa saber sobre Rita, está estable. Enzo me avisó que van a pasar la noche en el Hospital.

-¿De dónde conocés a mi abuelo? –preguntó mirándolo fijo a los ojos.

-Larga historia que, si querés, otro día te cuento.

Le sostuvo la mirada unos segundos. Quería desafiarlo. Que sintiera que ella no era ninguna tonta. Él le besó la frente.

-Ehm... disculpame Ame, estas cosas me salen de la nada. Nos vemos después

Mientras se alejaba en su camioneta miraba por el espejo retrovisor la imagen de esa joven. Era tan chiquita que cuando la abrazó en el lago pensó que la iba a quebrar. La había visto llegar en su bicicleta hippie al campo. Era mucho más chica que las demás jóvenes que había allí. No sabía que era lo que le atraía de ella. Si su mirada tan transparente, sus ojos de una tonalidad miel tan grandes como dos bolitas con las que juegan los niños, si su carácter o su sonrisa amplia que ocasionaba que se achinara su gesto. Sabía que no se la iba a quitar tan fácil de la cabeza pero debía hacerlo. Nadie podía interponerse en su camino, mucho menos ahora tan cerca de la meta.

-Viejos llegué.

-Pedro ¿Dónde estabas? –Gloria estaba sentada leyendo papeles pero había dejado todo al momento que escuchó la puerta de su casa abrirse.

-Mamá te dije que me iba a visitar a Enzo un rato –a veces se sentía agobiado por tener que soportar tantas preguntas. Aun así intentaba manejarse con paciencia.

-Pasé por la casa de Enzo y estaba cerrado.

-¿No te parece que ya tengo edad suficiente como para no contarte que hago y dejo de hacer?

-Mientras estés bajo este techo y nosotros te tengamos que mantener, vos vas a hacer lo que te digamos. Ahora te pido por favor, andá a estudiar que sé que tenés examen la semana que viene –sentenció su madre y volvió a revisar el papelerío que parecía un mantel de la mesa ratona.

Nunca había podido luchar contra sus padres. Siempre hacía y deshacía a su gusto. Era lo que le tocaba por ser el más chico. Estaba acostumbrado a vivir bajo esa presión puesto que de niño le habían enseñado a ser el mejor. Bueno, quizás de niño no. Antes las cosas eran diferentes.

Bajo la ducha no hacía más que pensar en Amelí. No podía sacarse de la mente sus ojos de desconcierto cuando le preguntó por qué conocía a Carlos. La verdad es que la historia era mucho más compleja y se la iba a contar más adelante. Aun no sabía cuánto tiempo iba a esconder a sus padres el hecho de que volvía a San José para ayudar a rodar a Enzo su película.

Sus padres odiaban las cuestiones del arte como profesión. Siempre le habían aclarado que bajo su tutela no iban a permitir que sean artistas. "Se van a morir de hambre en este pueblo". Además San José era un pueblo chico como para darle de comer a artistas. Por esa razón sus padres habían destinado que carrera iba a seguir cada uno de sus hijos. Necesitan perpetuar su status social. Él no había tenido la opción de elegir. Tampoco sabía bien que era lo que le gustaba en ese momento de su vida. Abogacía le había parecido la mejor opción. Mientras tanto hacia cine como afición. En su familia no encajaba un cineasta.

A pesar de todas esas cosas que ocupaban su mente, Amelí inconscientemente se las había ingeniado para llegar allí.

En la casa de los Martinelli cenaban a las 21hs siempre. Con excepción a las fiestas o cumpleaños. Todos tenían una rutina marcada, incluso hasta los lugares que ocupaban en la mesa. Pedro bajó a comer y como siempre se encontró con la mesa preparada. Fue hasta la cocina y abrazo a su nana por detrás, a la vieja que lo había criado y mimado tanto. Olía a las colonias que venden las revistas Avon.

-Lala gracias por la mesa y esta comida que huele riquísimo,

-Mi niño, siempre tan bueno. Tomá, probá esta salsa 4 quesos que sé que te encanta.

En la mesa solo se hablaba de política, economía, de lo bien que le iba a sus hermanos con sus vidas y del futuro que le esperaba a él.

-Estuvimos pensando con tu papá en comprarte el local en frente a la plaza para que puedas tener tu propio despacho.

Pedro no podía pensar en eso ahora. Solo tenía la sonrisa de Amelí en su cabeza.

-Hijo, te estamos hablando. ¿Qué opinás?

-Que diga lo que diga ustedes lo van a hacer igual. Así que por mi está bien.

-Sabíamos que te iba a gustar la idea. Siempre sabemos lo que nuestros hijos necesitan.

Ya en su habitación, mientras estudiaba pensaba en alguna estrategia para invitar a Amelí a una cita. No sabía si aceptaría dado que se había mostrado muy tosca con él. "Quizás no le gusto"

Abrió Facebook y buscó su perfil. En todas las fotos ella aparecía sonriendo, incluso en las fotos de chiquita. Su sonrisa era una de las cosas más lindas que Pedro había visto en su vida. Cliqueo en "Agregar a amigos". Ella aceptó su solicitud en cuestión de minutos. Estaba conectada. Dudo en hablarle, no quería que se sintiera incómoda o perseguida. Pero sus manos ya tipiaban un "hola".

-Hola Ame J

Espero unos minutos y no le contestaba. Se resignó. Definitivamente ella no sentía nada. Todo esto cayó de golpe cuando en la pantalla apareció un "Hola Pedro J" de su parte.

Cerca de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora