El plan había cambiado. A Kell no le habían dicho por qué, su padre se había presentado el día anterior para contarle que lideraría un grupo de combate a Stella esa noche, a la casa de un viejo amigo que estaba cerca del Palacio Real. Naturalmente, Presley le había pedido que se quedara en Dae, con el Gobernador, esperando la señal de ataque.
Al principio no entendía por qué su padre debía asistir aunque no fuese un soldado, pero luego fue capaz de ver, a través de sus ojos y la manera en que se preparaba para la batalla, que esa guerra, al igual que las ya pasadas, era de todos. Y por tanto, todos debían participar. Incluso él. Así que Kell cambió de posición, y esa misma mañana, se presentó frente al Gobernador para solicitar acudir a la misión junto a Presley.
Le había costado convencerlo. Klaus lo había mirado como si hubiese encontrado una falla en su plan cuando le preguntó qué ocurriría con Ache. Y Kell debía admitir que lo era. No había pensando en eso. No así. Le aseguró al Gobernador que iba a solucionarlo.
Luego le llegó una carta. Su padre se la entregó. Tenía su nombre escrito y el sello de Mare en ella. Era de parte de Lux, pidiéndole que Ache no abandonara el Palacio, que por favor lo mantuviera a salvo. Kell no pudo hacer otra cosa. Jamás estuvo en consideración. Cualquier criatura sabía que era mala idea dejar a Ache, quien más le importaba en el mundo a Mikhaeli, solo en medio de la guerra.
Ache no pareció notar nada raro en la forma en que le acariciaba el cabello. No le hizo ninguna pregunta extraña, además de lo habitual. Pero lo único que Kell sabía al respecto no se lo podía contar. ¿Cómo le decía que su hermano ya estaba listo para pelear?
Antes de irse, le escribió una carta y la dejó a su lado. Era algo más que una explicación y una disculpa. Era todo lo que sentía y temía. Kell había sentido que su corazón se rompía cada vez más mientras se dirigía hacia al punto de encuentro del portal.
Apenas su padre lo vio atravesando el patio, tiró de él hacia su pecho y lo estrujó.
—Mi pequeño —le susurró Presley antes de soltarlo—. Tenías que escoger a un mundano, ¿no es así?
Kell sonrió, limpiándose las lágrimas con la punta de los dedos.
—Los ángeles no pueden volar tan bajo mucho tiempo sin caer.
Presley lo miró con una mezcla de amor y tristeza.
Los soldados ya habían comenzado a pasar el portal hacia Stella. Solo iban diez de ellos, con pocas armas y sin ningún caballo. Un demonio del éter los acompañaba para mantenerlos comunicados, pero el resto, a excepción de Kell y su padre, eran soldados bien entrenados del ejército de Dae.
Uno de ellos lo miró con burla cuando se acercó, como si llorar demostrara que no iba a sobrevivir, que no era suficiente para la misión. Kell lo ignoró. Se aferró a la sensación que permanecía en su piel, la de la energía besándola, acariciándola. Al cruzar el portal, a pesar del frío calando sus huesos, todavía fue capaz de sentirla, susurrándole que no se iría.
«Nunca, nunca, nunca...»
Del otro lado, se topó con el interior de una casa. Estaban en lo que parecía ser el comedor, las mesas y sillas había sido pegadas contra la pared y la estancia era apenas iluminada por un par de velas. Tan tenues, que Kell tuvo que parpadear para adaptarse a la forma en que le hacían palpitar la cabeza.
Frente a él, su padre le daba la mano a un demonio de viento bien vestido. Kell suspiró y se asomó por la ventana. Reconocería aquellas callejuelas donde fuera. Todo en la capital de Orbis Luna era gris, negro, y muy sentido en el pecho. Peligro, gritaba. Y aventura y poder.
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Silverywood: Una puerta al Infierno ©
FantasíaLos demonios no solo viven en su cabeza. Mikhaeli Cox es un joven pintado por los fantasmas del pasado. El peso de la memoria, y a veces del cuerpo, lo ha llevado a alejarse de su familia, amigos, e incluso de la persona que solía ser. Luego de un a...