༄ Capítulo 2

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Jimin llegó a casa gracias a que Jungkook le había acompañado hasta la esquina de su calle. Tal vez no supiera orientarse bien porque permanecía en una pequeña y frágil bola de cristal, pero por eso el destino le hizo chocar de bruces con Jungkook.

Esa era una buena acción que Jimin debería recompensar en un futuro no muy lejano, pues estaba acostumbrado a hacer labores sociales junto a los demás en la iglesia cuando acompañaba a sus padres. Antes de que todo estallara y fuera un demonio para los mismos. Así que pensó seriamente en volver a hacer algo así.

Él no creía en Dios pero estaría dispuesto a rezarle desde el momento en el que su camino se cruzó con el de ese chico.

Porque, era verdad, no era creyente pero se animaría a hacerlo. Pensaba que valdría la pena.

Y es que, había quedado cautivado ante sus ojos. ¿Y quién no? Jungkook poseía unos enormes y brillantes ojos grises bañados en la soledad y tristeza, pero bajo esa capa podía ver a su profundo yo; un niño que tuvo que crecer apresuradamente por las condiciones de la vida.

Esa misma de la que Jimin se quejaba y maldecía a veces. O casi siempre.

Suspiró cuando llegó a la cama y se tumbó, nadie había sido oyente de sus pasos o movimientos, así que tenia bandera verde para dormir toda la noche que quedaba y aparentar que nada había ocurrido.

Pero no se fue de rositas, porque cuando la mañana se dio, sus padres llamaban con insistencia a la puerta, haciendo que en su cabeza martillease un pequeño cincel y martillo.

— ¡Park Jimin! —Vociferó su padre—. En diez minutos te queremos listo para partir hacia la misa. Recuerda que es domingo.

— No voy a ir. —Se rehusó entre las sábanas—. El mismo párroco me dijo que soy un demonio encarnado en un chiquillo inocente, así que no creo que le agrade mi existencia en su templo.

— Pues por eso mismo lo digo, Jimin. —Se entrometió su madre—. El párroco cree que puedas volver en algún momento a nuestra iglesia. Está dispuesto a hacerte un exorcismo si con eso puede sacar al demonio maligno que llevas en tu interior.

— ¿Llevar un ser maligno en mi interior es ahora la causa de que me gusten las pollas? —Refunfuñó—. Wow, no sabía, pero gracias por la clase gratis de biología. Tal vez se me metió un demonio en el cuerpo la última vez que tuve un sueño húmedo, estoy seguro.

— ¡Park Jimin! ¡No digas esas tonterías dentro de mi casa! ¡Vas a sanar y te tendremos de vuelta! —Jimin aguantó una carcajada—. En mi casa no hay demonios.

— Tu hijo es el primero. —Bostezó—. En fin, sólo vayan, me quedaré más atrás porque desayunaré algo e iré a visitar a un amigo.

Sus padres seguían tras la puerta, pero se rehusaban a dejar la habitación libre.

— Está bien, abajo hay tostadas y zumo de naranja. —Habló su madre.

— ¿Lo hizo papá el desayuno? —Inquirió curioso.

— No, claro que no, por el amor a Dios. —Exclamó su padre alertado.

— De alguna manera lo sabía. —Rodó los ojos y se levantó, rebuscando en su armario.

Al escuchar los pasos de sus padres alejarse, tomó la ropa que había reunido y se dispuso a vestirse con paciencia y dedicación; le gustaba verse al espejo y estar bonito.

Sus ojos se desviaron irremediablemente hacia la chaqueta de borrego sobre la cómoda de su habitación y, alzando una ceja curioso, se acercó despacio para tomarla entre sus brazos y oler su aroma.

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