XXV

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Habían pasado dos días desde aquel encuentro con Manuel y con todo lo que se descubrió esa tarde. La incredulidad seguía intacta en todos ellos, pero como siempre, el día a día no paraba y había que seguir.

Esa misma tarde organizaron una merienda con sus padres para contárselo todo.

- Cariño, yo creo que es mejor que lo habléis antes con tu padre ¿no? Es un tema fuerte, la verdad... - sugirió Amelia.

- Pues sí, Luisi, no me quiero imaginar la cara de mamá. - María se metió en la conversación apoyando a su cuñada.

- Yo necesito soltarlo ya - puso sus manos en la cara, intentando guardar esas ganas de decírselo en cuánto le viera.

- Piensa en mamá, es mejor que se entere por él.

- No sé, es que todavía no me lo explico - se quitó sus manos de la cara y otra vez todo le vino de golpe - ¿Cuándo? ¿De verdad papá fue capaz de engañar a nuestra madre? Es que no me lo explico - terminó de decir con sus ojos brillantes.

Luisita llevaba desde que se enteró culpando y juzgando a su padre. No entendía el porqué. Sus padres siempre habían sido la pareja perfecta, el matrimonio perfecto, el amor en el que ella se miraba. Y saber eso de su padre le hizo replantearse todo aquello que pensaba y no lo estaba llevando nada bien.

- Ey, tranquila ¿vale? - se acercó Amelia a ella dejando caricias suaves en su espalda - Vais, le explicáis lo que pasó del accidente y luego le contáis a tu padre lo demás, ¿sí? Tranquila. —Le dejó un beso en sus labios. Eso siempre calmaba sus nervios.

- ¿Tú no vienes? - le preguntó sorprendida.

- No, cariño, esto es algo muy personal. Muy de familia - Al ver su gesto contrariado siguió hablando - Yo os espero aquí. - Le dedicó una sonrisa de las suyas, a las que Luisita le resultaba imposible contradecir.

- Pero yo quiero que vengas. - Hizo un puchero.

- Hermanita, déjala. Si no quiere venir, esta bien. Luego se lo contamos todo. - intervino María entendiendo y apoyando la decisión de Amelia.

- Pero tú eres familia también. - A Amelia le brillaron los ojos emocionada por esas palabras, se acercó a ella y volvió a besarla. Esta vez el beso duró un poquito más.

- Bueno, ya. - Se acercó María a separarlas - Hora de irnos.

La pareja se despidió con un saludo con la mano y lanzándose un beso.

- De verdad que no podéis ser más moñas. - comentó rodando los ojos.

- Envidia, lo llaman. - se miraron y acabaron riéndose.

Fueron todo el camino en silencio, cada una inmersa en sus propios pensamientos; ambas pensando en como afrontarían el tema una vez que tuvieran a sus padres delante.

Llegaron después de casi una hora de trayecto. Luisita al bajar, respiró hondo y se llenó de esa paz que siempre le transmitía aquel lugar. Las hermanas se dedicaron una mirada cómplice y llamaron a la puerta. No tardó en abrir una sonriente Manolita, feliz por la visita de sus hijas.

- ¿Y Amelia? - preguntó sorprendida por no verla allí.

- Trabajando, no podía acompañarnos hoy - respondió María.

- Pues qué pena, tenía ganas de verla - comentaba ahora Marcelino que se acercaba a saludar a sus hijas.

- Bueno y ¿a qué se debe esta visita? Que yo encantado eh, pero sé que hay algo más. - Les dedicó una sonrisa y Luisita no pudo mantenerle la mirada. Marcelino se dio cuenta, pero no le quiso dar importancia.

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