XXVIII

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Por fin llegó el día en el que Luisita y Amelia disfrutarían de su nuevo hogar. Habían sido semanas de muchos cambios, de muchas idas y venidas, de no ponerse de acuerdo de qué color pintar la habitación de invitados o si poner una flor u otra en el patio. Pero después de todo eso, lograron llegar a un acuerdo y estar las dos contentas. Al fin y al cabo era la casa de las dos.

Ese primer día no les dio tiempo casi a disfrutarla como se merecía porque por la tarde y sin querer esperar más, decidieron hacer la fiesta de inauguración con su familia, su gente. Querían celebrar con ellos esa nueva etapa, ese nuevo comienzo, ese nuevo hogar.

Por lo que ahí se encontraban todos, sonrientes, felices, sin poder ocultar su emoción por estar en esa celebración. Porque si, se celebraba el amor, la amistad, la familia.

- No sabes lo feliz que estoy por vosotras - hablaba Manolita a través de la pantalla. Ella tampoco se quiso perder el estar ahí.

- Gracias mamá. - Hubo unos segundos de silencio, de entenderse con la mirada. -  ¿Y qué tal todo por allí?

- Todo bien hija, estoy centrada en el trabajo y Benigna y Benito que no me dejan a solas más de lo necesario.

- Me alegro, les das un beso de mi parte. - La mujer asintió emocionada.

- Cuándo menos te lo esperes estamos ahí dándote un abrazo y un montón de besos. - Hablaba esta vez Amelia, rompiendo ese silencio que se formó entre madre e hija.

- Cuando queráis aquí tenéis vuestra casa. -
Les dedicó una sonrisa que le hubiera gustado que fuera más sincera. Ella también quería estar ahí, con su familia, con su gente, celebrando que su hija encontró el amor y un hogar donde poder vivirlo.

Se acabaron despidiendo con besos, abrazos virtuales y con la promesa de verse muy pronto.

Luisita la echaba mucho de menos, mucho y más después de esos últimos días que pasaron juntas como hacía tiempo que no lo pasaban.
Pero ahí tenía a su morena de rizos para darle ese abrazo, esa sonrisa y esa mirada que le decía que todo iría bien.

El último en llegar fue Manolin, que muy a su pesar le acabaron llamando así. Al principio se enfadaba pero con la cabezonería de sus hermanas y su padre no podía, por lo que se tuvo que aguantar. Y en el fondo le gustaba, porque así le llamaba su madre, su familia. Y que ellos también lo hicieran, le hacía sentir que todo estaba en su sitio.
El chico no llegó solo, apareció, para sorpresa de todos, acompañado de una joven con una sonrisa y mirada sincera. María y Luisita la conocían bien, ya que era su fichaje estrella de su nuevo pub.

Se conocieron cuando Manolin les hizo una visita y tuvieron un flechazo. Desde ese primer encuentro se formó lo que ahora son, una feliz pareja.

Marcelino sacaba una sonrisa como podía y como le salía. La marcha de la que seguía considerando su mujer le dejó más triste de lo que podía imaginar. Y es que el vacío que dejó en él era imposible de llenar. Solo lo podía llenar una persona y estaba a miles de kilómetros de distancia.
Se le pasó por la cabeza la locura de ir hasta allí y pedirle perdón cada día hasta que llegara ese momento. Pero sus hijas le hicieron entrar en razón de que lo que necesitaba su madre era distancia y tiempo. Qué tuviera paciencia y que la esperara. Un amor cómo el suyo no podía acabar así. Les hizo caso y ahí estaba mirando cada pocos minutos aquella puerta esperando a que entrara. Pero eso no pasaría.

Las que estaban muy felices y muy prometidas eran Lourdes y Marina, no podían ni querían ocultar su felicidad. Por eso ese día también se celebraba algo más.
Al igual que María y Natalia. La pelirroja le tenía una sorpresa preparada a su chica que esperaba que saliera como tenía en su mente.
Y así fue, con Luisita y Amelia de testigos y de ayudantas, la pregunta que le hizo fue respondida con un si lleno de emoción.
Por lo que habría dos bodas que celebrar en pocos meses.

Un Corazón llamado Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora