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Mis padres regresaron con un montón de cosas navideñas en su auto y la enorme sorpresa de otros dos autos más estacionándose frente a mi hogar, de los cuales, un pequeño niño mocoso, seguido de otra más, corrieron hasta tirarme en la entrada de mi casa. ¿Cuánto habían crecido ya mis sobrinos? Supe notarlo cuando entre risas y su agudo "tío Jungkook" me levantaba del suelo para observarlos de pies a cabeza.

Cada uno era hijo de mis hermanos, la niña del mayor y el niño de mi hermana. Pude sonreír a mi pequeña sobrina cuando me enseñó la falta de su diente de leche y a mi sobrino cuando me contó hasta el número cincuenta.

Las vacías habitaciones llenas de fotografías sin recuerdos claros fueron ocupadas por sus respectivos dueños con sus pequeñas familias. La casa se llenó de ruido, extrañas voces cambiadas por la edad yendo de un lado a otro y mi madre apurada con ideas para la decoración.

Mi padre estaba decidido a descansar en el pequeño sillón de mi sala, con la mirada en la televisión y un programa de naturaleza extendiendo su conocimiento por todo el lugar. Sin embargo, una delgada mano jaló de su oreja obligandolo a buscar la caja de herramientas para colocar cada pequeña y excéntrica decoración que mi perfeccionista madre encontró en descuento.

Mientras que, ella de forma apurada llamaba a mis hermanos a ayudarle con la comida y otras tantas cosas. Cuál niños se movieron rumbo a ella, justo como los recordaba al ser yo apenas un niño y ellos adolescentes tal vez.

—Yo te ayudo, papá —llamé y mis pies enfundados en las pantuflas de conejo le siguieron de cerca rumbo a la cochera. Su mirada oscura se fijó en mi, pero volvió al camino con una sonrisa —. ¿Les fue bien?

—Claro que sí. Tu madre despilfarró mi dinero como cada año —me reí —, pero se ve feliz y yo estoy feliz si ella lo está.

—Por eso trabajas más horas en estas fechas para que gaste como quiera.

—La mal acostumbré —asimiló, sus largos dedos movieron la escalera para mí —. ¿Cómo estás tú? ¿Sobreviviste estos días sin nosotros?

—Me enfermé, me disloque la mano y —tuve sexo con un precioso chico en la casa —me vino a cuidar un amigo. Jimin.

—Sigo queriendo conocerlo, hablas más de él que de ti mismo últimamente. ¿Tan agradable es?

—Bueno, él es... —mal hablado, serio, con problemas de agresividad, inteligente, duro, directo — ¿Especial? Cuando le conoces sabes llevarlo.

Tener entre mis manos la caja de herramientas me permitió extenderla a mi padre, quién desde abajo seguía sosteniendo la escalera para mí y trataba de alcanzar la caja. Estando seguro de tenerla, comencé a bajar y encontrarlo a mi altura. Sus analizadores ojos no dejaban de observarme.

—¿Y cuando confirman?

Me atragante con mi propia saliva.

—¿Confirmar? ¿Confirmar qué, papá? Solo es mi amigo.

—Sí, claro. Y tu madre no está loca por la navidad.

Un largo suspiró salió de mí, mis manos se escondieron en mi bolsillo y, sabía que él podía oler mis emociones. Todos éramos tan comunicativos que no me costó nada conversar la situación, más cuando respetaban realmente todo lo que era, todo lo que somos.

—Solo somos amigos, papá. Puede parecerme muy atractivo y todo, pero nuestra relación no parece ir más allá que simple amistad y, tal vez algo más.

—¿Estás seguro?

—Completamente. ¿Por qué me hablas de esto justo cuando acabas de llegar? Literalmente me disloque la mano.

Go away, save me | editandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora