Capitulo 06.

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Su mente estaba nublada por la frustración que sentía en esos momentos, sentía sus nudillos arder gracias a que anteriormente había golpeado su escritorio con ellos.

Había salido de su oficina a toda prisa para no poder seguir escuchando las palabras de sus padres, pues era algo que le ocasionaba sentimientos agresivos.

¿Desde cuando sus padres empezaron a cambiar hasta tal punto de querer obligarlos a algo que no será?

No veía por ninguna parte el propósito de casarse, o de mantener aquella empresa tan recta con su hermano.

Y si se ponía a pensar le recordaba a los momentos de su época de rebeldía juvenil. Algo totalmente estúpido.

Al tratar de calmarse, cosa que fue en vano, se dio cuenta de que había caminado por un tiempo largo, ya que al mirar a su alrededor se dio cuenta de que estaba por los centros.

Sacudió la cabeza tratando de acomodar sus pensamientos y metió una mano a su bolsillo, para luego maldecir.

— Dejé mis llaves en el escritorio... —Suspira— Bueno... No es como si quisiera regresar por ellas, o por el carro...

Empezó a caminar en silencio, ignorando cada ruido de su alrededor, como si solo estuviera él y su maldita frustración del momento.

Anduvo así por unos minutos hasta que unas luces rojas llamaron su atención, al levantar la vista y mirar a su alrededor logró ver una entrada a un bar. Rápidamente desvió la mirada, tratando de no cometer algo estúpido.

— No... Aun no es tarde. —Se detiene y mira el bar— Solo será un momento...

Y al Hades todo su autocontrol, entró al bar de un movimiento, agradeciendo de nunca dejar su billetera en el escritorio.

Se sentó enfrente de la barra y rápidamente fue atendido, pidió un Ouzo con hielo, queriendo que eso lo calmara un poco.

Al darle el primer trago a su bebida Milo observó a su alrededor, notando la falta de gente ese dia. Llevó su vista al vaso en su mano y una persona llegó a su mente, un tanto borrosa, pero él sabía quien era.

— Camus... —Sonríe— No debería de llegar tarde.

Cerró los ojos suspirando, para luego darle otro trago a su bebida y dejar que las emociones sentidas lo consuman por completo.

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En cambio, con Kardia y sus padres las cosas no iban bien, pues los mayores seguían insistiendo, ignorando el echo de que su hijo menor haya salido completamente furioso del lugar.

No se consideraban malos padres, solo buen ejemplo para una vida llena de comodidades y sin presiones para sus hijos.

El más bajo, conocido como Krest Sadalsuud, se encontraba sentado enfrente del escritorio de Milo, cruzado de piernas con elegancia, manteniendo su rostro neutral.

Su pareja, quien se llamaba Zaphiri Antares lo miraba recargado en la pared de la oficina, sus brazos cruzados y una media sonrisa, casi forzada, era dibujada en su rostro.

— No pueden obligarnos a casarnos. Ya somos adultos y podemos tomar nuestras decisiones. —Dijo Kardia quien para eso estaba al borde de la frustración, sentado en el asiento de su hermano.

— Por nosotros están viviendo una vida de lujo ¿No? —Contestó el castaño enfrente de él, ladeando la cabeza seriamente, aunque para los dos Antares ahí era algo que conocían como un gesto burlón.

Si bien, Kardia agradecía que solo fuera un padre el que lo presionara mucho, y ese era Krest. Su padre de cabellos oscuros lo apoyaba en algunas ocasiones, aunque era más controlado por el de baja estatura.

— Nosotros no pedimos esta vida llena de lujos. —Se levanta del asiento, suspirando— Nos podemos ganar la vida con algo que nos guste, y manejar esta empresa no es alguna de ellas.

— ¡¡CÓMO PUEDES DECIR ESO!! —Imita la acción del menor con brusquedad, sobre saltando a los presentes— ¡¡¿QUÉ FUE LO QUE HICIMOS MAL EN LA CRIANZA DE USTEDES?!!

— Krest, detente. —Camina alado de su esposo y lo toma de los hombros— No lo presiones más, vámonos de aquí.

— Pero Zaphiri... —Lo mira frunciendo el ceño.

— Pero nada, Krest. Milo se ha ido enojado, sabes lo que significa eso. ¿Te gustaría que Kardia haga lo mismo? ¿No recuerdas lo sucedidó hace años? No vuelvas a cometer el mismo error.

Sin decir nada más, el hombre de cabellos castaños desvió la mirada, parecía afectado por las palabras de su esposo, como si el recuerdo de ese incidente pasado llegara a su mente solo para torturarlo.

Asintió con lentitud y se zafó del agarre de Zaphiri y caminó a la salida de la oficina, al ya haber salido por completo de ella el Antares mayor dejó escapar un suspiro.

— Lo siento, Kardia. Sé que tampoco te gusta recordar lo pasado, pero era necesario que lo hablara para que tu padre se calmara. —Pronunció aquellas palabras mirando al de cabellos azules, esperando una respuesta positiva.

El menor solo se volvió a sentar y asintió, su mirada empezó a tornarse borrosa gracias a las lágrimas que se acumulaban en ellos. Soltó un gruñido y se las limpió con brusquedad apenas cayeron sobre sus mejillas.

— Lo sé. Pero es doloroso recordarlo. Y más por la presión de sus palabras. ¿Porqué es importante todo esto para ustedes?

— Lo es para Krest, hay algo sobre su infancia que no sabes ni tu o Milo. —Se sienta enfrente del escritorio.— ¿Por dónde comienzo?

Ahora el de cabellos azules lo miraba atento y sorprendido, pues la infancia de su padre siempre se le contaba como algo fantástico y emocionante.

¿Qué cosa podría guardar su padre?

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El olor a alcohol era evidente en él, aunque no le importaba. Caminaba en sus cincos sentidos, pues si, tomó mucho pero la ventaja de su apellido era que podría soportar el alcohol a su gusto.

Al estar enfrente de una puerta conocida, sus pensamientos se vieron repentinos, pues eran muchas cosas y emociones las que sentía en ese momento.

— Maldición... ¿Qué tenía en mente al querer llegar así a la casa? Puedo asustar a Camus...

Después de pensarlo por unos minutos, tocó con suavidad la puerta de aquella casa, pues el echo de olvidar sus llaves seguía presente.

A los pocos segundos la misma fue abierta lentamente, entró rápidamente a la casa y cerró la puerta tras él, miró a todos lados y una ola de preocupación le llegó cuando no estaba la persona que esperaba.

— ¿Camus? ¿Estás arriba?

Caminó a las escaleras de su casa y las subió sin pensarlo, ya cuando llegó al primer cuarto dejó escapar un suspiro de alivio al ver a Camus leyendo, sin tomarle importancia.

Se acercó al contrario y se paró alado de él, pues el pelirrojo estaba enfrente de la ventana, como era costumbre.

— Apestas a alcohol, Milo. —Levanta la mirada del libro y se vuelve al mencionado.— ¿Porqué no me sorprende que te hayas tardado por un bar?

El demonio cerró los ojos y se giró a la ventana, manteniendo un semblante un poco molesto, algo que se podía observar en sus cejas fruncidas.

Pero no duró mucho, pues los ojos rojizos que tenía se abrieron cuando sintió un peso sobre sus hombros. Milo se había tirado sobre él, abrazándose al pelirrojo con fuerza.

— ¿Mi... Milo? Tomaste demasiado.

— Camus... Solo quiero algo en estos momentos...

— ¿Qué cosa? —Lo trata de levantar de sus hombros.

— Déjame tomarte. Porfavor.

— ¡¡¿QUÉ?!!

🍎❄.






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