CAPÍTULO 18: BARCO LOGOS

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El tiempo pasó con tanta rapidez que no puedo creer que ya estoy en el barco.

Hace tres días que llegamos al puerto de Rosario, donde el barco permanecerá por tres semanas más.

Cuando recibí la llamada de la secretaria del barco para avisarme que necesitaban con urgencia personal de habla hispana para la atención al publico y que solicitaban mi presencia antes de lo pensando, sentí que mi corazón iba a explotar de alegría.

La noticia fue dura para mis padres, quienes pensaban que todavía disfrutarían de tenerme en casa hasta septiembre, y de golpe a pleno mes de Julio me encontraba haciendo las valijas y viajando con ellos rumbo a Rosario al Logos.

Recorrer el barco con ellos y conocer el comedor, la librería, la cafetería y mi camarote fue una hermosa experiencia.

Sonreí feliz al saber que durante el próximo año aquellos lugares serían mi hogar.

Dios había sido completamente fiel a cada paso del camino.

Pude juntar todo el dinero necesario y terminar mi último año en la academia de inglés antes de partir a mi aventura.

El tiempo que el barco permaneció en la Argentina sirvió para que me aclimatara a los cambios, me adaptara a los horarios y cronogramas de actividades.

La organización del barco era asombrosa. Cada uno de los tripulantes tenía tareas asignadas y planillas de horarios, actividades y descansos.

Mis compañeras de cuarto eran latinas. Pamela, colombiana, Marisela, venezolana, Anahí, brasilera. Juntas hicimos una bonita amistad.

Durante el año de navegación Dios me permitió conocer muchos puertos y países diferentes , poder predicar de diferentes maneras y servir en ayuda comunitaria.

Hubo momentos en que extrañaba mi casa, mis amigos, mi familia, la iglesia... pero Dios me sostuvo todo el tiempo.

Cuando se cumplió el año de navegación el barco se encontraba en el puerto de Argelia en África.

Desde ahí tomé un vuelo a Brasilia y otro a Buenos Aires.

Llegué a casa los primeros días de septiembre.

Un año y tres meses desde que me despedí de mis padres en Rosario.

Los reencuentros fueron asombrosos.

Abrazos, lágrimas, risas.

Lo mejor fue entrar en mi dormitorio y sentir que el tiempo no había pasado.

Todo estaba tal cual como lo dejé.

Mi cama, mi ropa, las hojas en el escritorio.

Una sola cosa había cambiado en esa pieza. Yo.

Yo no era la misma que se fue 15 meses atrás.

Había vivido durante todo ese tiempo sola, en un barco conociendo países y puertos, hablando en inglés y escuchando gran variedad de idiomas, y conociendo a gente de diferentes culturas y razas.

Sentí que no encajaba allí.

La habitación se sentía demasiado grande.

Comparada a mi pequeño camarote compartido con otras tres chicas, parecía una super recámara.

Me recosté en mi cama mirando el techo.

Ese color blanco que predominaba en las paredes hacía que extrañara los tonos grises de las paredes y techo del camarote.

- ¿Estás bien?- preguntó mamá que me observaba desde la puerta..

- Sí, solo que necesitaré unos días hasta que me acostumbre.

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