CAPÍTULO 19: EL REENCUENTRO

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Cuando les conté a mis padres sobre la carta, se quedaron asombrados de que Enzo volviera a contactarme y quisiera que nos encontráramos.

Por supuesto que no les dije cuales eran sus intenciones, y menos los sentimientos que volvían a agitarse en mi interior.

Solo sería el reencuentro de dos viejos amigos.

Me convencí a mi misma que eso era.

Solo dos amigos que luego de tres años separados se encuentran en una plaza a tomar un café.

Esa noche no dormí.

Miles de pensamientos venían a mi mente.

¿Habrá cambiado? ¿Lo reconoceré?

¿Se decepcionará al verme?

¿Sera verdad que me espero todo este tiempo?

¿Y si hubo chicas en su vida y solo quiere jugar conmigo?

Pasé la noche dando vueltas en la cama luchando contra todas las dudas y pensamientos.

El día de nuestro encuentro casi no almorcé.

Tenía un nudo en el estómago, una sensación que nunca antes había experimentado.

Una mezcla de ansiedad, temor, dudas, pero a la vez ilusión con felicidad y expectativa.

Revolví todo mi placar buscando que ponerme.

Me probé dos o tres look diferentes de ropa.

Terminé eligiendo un jean azul con un sweater blanco y un pañuelo a cuadros en tonos violetas.

Me calcé unas botas cortas y por último peiné mi cabello y me coloqué un vincha.

Quedé satisfecha con mi imagen frente al espejo.

Sabía que así, Enzo podría reconocerme fácilmente.

Esta era yo. No necesitaba maquillarme ni producirme.

No sentía que hubiera cambiado demasiado.

¿Y él? ¿Se vería diferente?


Mi padre se ofreció a llevarme hasta el centro, más bien no me dejó alternativa.

Estacionó el coche y se bajó conmigo.

Agradecí su preocupación y cuidado, porque no sabía a que podía enfrentarme.

Me aseguró que se quedaría solo unos minutos a saludar y que Enzo se presentara, luego de comprobar que todo estaba bien nos dejaría solos.

Entendía su preocupación y acepté su propuesta.

Caminamos juntos por el costado de la plaza.

Eran las 17:15.

Como siempre, íbamos tarde.

Fue complicado conseguir una playa de estacionamiento cercana y que tuviera lugar.

Temía que Enzo ya se hubiera cansado de esperarme.

Mientras nos acercábamos al lugar acordado, mi mirada se movía inquieta de un lado a otro. Miraba todos los muchachos que pasaban caminando o que estaban sentados en los bancos de la plaza.

Enzo no era el adolescente de 17 años que despedí al terminar el campamento, podía haber engordado, hasta crecido algunos centímetros más... podría haber teñido su cabello, o usar anteojos...

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