CAPÍTULO 8 : DÍA 3 - ATRAPADOS

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Los dos primeros días habían pasado muchas cosas. Dios estaba obrando en la vida de los chicos del grupo, y si bien había podido ayudar a Carol, alentar a Esteban, sentía que no había podido hacer nada por Renata y Enzo.

Vicky había llegado al baño tarde, solo se cruzó con Renata que le mintió igual que a mí, diciendo que algo le había caído mal y que tenía el estómago delicado.

Con Enzo no habíamos vuelto a hablar.

Nuestro grupo volvió a tener que lavar los platos y él desapareció otra vez.

Por la tarde realizaríamos una caminata por la montaña, así que todos los que quisieran ir debían reunirse a las tres en la tranquera de la salida. Carla se adelantó con Sofía y el resto de las chicas mientras mi grupo lavaba y ordenaba la cocina.

Mientras acomodábamos los platos ya limpios, Damián llegó con Enzo.

—Debes trabajar con tu grupo, no quiero problemas—dijo Damián con firmeza—ahora tendrán como tarea extra llevar estos cajones de tazas al sótano. Y también estas bandejas que ya no usaremos. Renata, Ulises y Giuly ayudarán a Enzo a bajar estas cosas.

—Pero...—dijo Renata a punto de protestar.

—Nada de "peros", los quiero a los cuatro llevando todo al sótano.

Bajamos con las manos ocupadas los cuatro. Para no tener que hacer dos viajes. Así que íbamos haciendo equilibrio con todas las cosas.

—No encuentro la luz—exclamó Renata.

—Cuidado no vayan a caerse y romper todas las tazas—exclamó Ulises—no se ve nada.

Los cuatro bajamos los diez o doce escalones que llevaban al frío y húmedo cuarto que se usaba como depósito. Una tenue luz se filtraba por la pequeña ventana que estaba a la altura del techo.

— ¡Ay! ¡Me pisaste! —exclamé al sentir un enorme pie sobre el mío.

— Perdón—respondió Enzo mientras dejaba las bandejas y tanteaba buscando la luz.

Un sonido estruendoso nos asustó a todos. Era la puerta que se había cerrado por el viento.

— Aquí está la luz—comentó Ulises encendiendo una suave bombilla que apenas alumbraba nuestros cuerpos.

— Acomodemos las bandejas en esos estantes y creo que las tazas debe ir por allá—expliqué.

— A sus órdenes—bromeó Ulises haciendo un saludo de soldado y riendo.

Todos dejamos las cosas en su lugar.

—Bueno, mejor vamos que pronto saldrán de caminata—comentó Enzo mientras subía las escaleras y todos lo seguíamos— ¡Demonios! —exclamó al llegar a la puerta.

— ¿Qué sucede? ¿Por qué no siguen subiendo? —preguntó Ulises.

—La puerta está trabada.

— ¡¿Qué?! —gritó Renata asustada.

—Dije que la puerta está trabada, no hay picaporte y no puedo abrirla.

— ¿Es un chiste?

—No, no es ningún chiste geniecito, estamos encerrados—agregó mientras bajaba las escaleras.

Ulises subió e intentó abrirla. Golpeó y gritó pero nadie nos respondió.

—No se preocupen, seguro que cuando estén por salir de caminata se van a dar cuenta de nuestra ausencia y van a venir a buscarnos—comenté tratando de tranquilizarlos.

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