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N A R R A J A X

Llegamos a Niza al día siguiente, por la noche, después de pasar el día entero en Mónaco

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Llegamos a Niza al día siguiente, por la noche, después de pasar el día entero en Mónaco. Comimos unos sandwiches que Olivia me dejó preparar y que, no es por echarme flores, pero seguro que estaban mejor que cualquiera comprado en un bar, y caminamos por las calles de la ciudad.

Quise intentar hacer el circuito de carreras de Formula 1, pero con la caravana era complicado dar algunas curvas, y terminé conformándome con hacer solo una parte.

En Niza dormimos en un parking que ella encontró, donde estaríamos dos noches antes de marchar a Marsella, y después... la sorpresa.

Una que, empezaba a darme cuenta, ella ni siquiera sospechaba. Y que cada vez me alegraba más de haber hecho.

Caminamos por las calles de la ciudad, y subimos hasta un pequeño pueblo en la montaña, llamado Cagnes Sur Mer. Dejamos la furgoneta en un parking subterráneo donde un ascensor la bajó al subsuelo, lo cual fue impresionante, y luego caminamos por las calles empedradas.

Una pareja de extranjeros nos sacó un par de fotos en una mesa cochambrosa, pero quedaron genial por la forma en la que Olivia me miraba.

Porque ella siempre quedaba fantástica.

De hecho, me pregunté si debía pedirle permiso y subir las fotos a mis redes. Porque el lugar era precioso, y presumir de ella me parecía tan sumamente sencillo... Por el momento me conformé con subir una de los bocadillos que había preparado, que tuvo bastantes me gusta.

A la tarde, poco antes de irnos a cenar, esperaba sentado en la improvisada cama de Olivia mientras ella terminaba de preparase cuando me habló a través de la puerta entreabierta del baño. Fue una buena idea poner una ducha, ya que ella la usaba, aunque personalmente me moría de ganas por estrenar la de fuera, pero el tiempo y la gente en los camping no ayudaban.

—¿Y no crees que aprenderías más de la cocina francesa si fuésemos a París? —Preguntó.

Lancé una mirada curiosa a través de la rendija de la puerta corredera. Probablemente no se había dado cuenta, pero era capaz de ver una fina línea. Una que me mostraba que aún no se había vestido del todo y estaba usando un conjunto de ropa interior azul.

¿Debería decírselo?

Mierda, sí que debería. O, como mínimo, dejar de mirar.

¿Y por qué no podía?

—De hecho, donde más aprendería sería en los pueblos —contesté con la mejor voz de aburrimiento que pude.

Con aquellas vistas, ¿cómo iba a aburrirme?

Escuché una especie de gruñido desde donde ella estaba, y la sombra de sus movimientos mientras se inclinaba dentro del baño.

Me dejó una vista perfecta de su trasero.

Una Perfecta Despedida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora