Capítulo 7. Rioya, el Símbolo Rebelde.

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En el bosque, a la entrada del campamento de los patrulleros.

Frente a los grupos de Leiza y de Seip, se levantaron los cuerpos rocosos de varios gigantes de piedra, quienes tenían un tamaño cercano a los veinte metros con el que podían aplastar con facilidad a todos los exploradores juntos. Los enormes seres voltearon hacia el suelo, mirando fijamente a quienes interrumpieron su sueño. Uno de ellos se movió rápidamente —tan rápido como su especie se lo permitía, pues los hombres de piedra eran seres con una velocidad limitada— y se inclinó hacia abajo para estirar su enorme brazo, eclipsando la luz para quienes yacían en la hierba. Dentro de esa recién generada penumbra, Leiza temía ser aplastada en un instante.

Al acercarse más la mano de piedra al piso, Zaz saltó sobre el alargado dedo índice extendido y comenzó a escalar el cuerpo del colosal ser. El gigante alzó el brazo y enfocó su total atención en quien caminaba sobre su extremidad. Todos los seres de piedra restantes formaron un círculo alrededor de su compañero y miraron atentamente a Zaz, quien nunca podría lidiar con tantos oponentes de esas dimensiones al mismo tiempo. Otro hombre de piedra acercó su brazo hacia donde corría el encorvado sujeto escalador, permitiendo que éste saltara a su cuerpo; posteriormente un tercer hombre hizo lo mismo. El proceso se repitió una y otra vez, como si todos se pelearan por dejar que Zaz los recorriera. Seip comentó con una sonrisa en la cara:

- Son como niños. Están felices de ver a su amigo, nunca dejan de extrañarlo.

-¿Esos gigantes conocen a Zaz? –Preguntó Leiza.

-Sí, no te dejes intimidar por su gran tamaño. Su exterior es de piedra, pero por dentro son como unos terrones de azúcar. Llevan años cuidando el bosque con la ayuda de tu amigo. Lo quieren mucho. Por eso sabía que tenía que traerlo al campamento para alegrar a las tropas... ¡No se diviertan tanto! ¡También debe visitar a los guardianes del otro extremo! –Les gritó Seip a los hombres de piedra que jugaban entusiasmados con el saltarín Zaz.

Después les pidió a Leiza, Mity y Luespo que lo acompañarán a entrar al campamento. Les explicó que el acceso norte era resguardado por esos seis gigantes de piedra mientras que, en el lado sur, un número igual de guardianes protegían la entrada. Al interior del campamento se encontraban poco más de cincuenta humanos que formaban un grupo de patrulleros que resguardaban los linderos de Valle Roble, una acción que le pareció un sinsentido a Leiza.

-Pero ¿para qué patrullar? Yo vivía a las orillas de la ciudad y jamás supe de alguna amenaza de invasión.

-Esa paz de la que hablas no es natural. Se lo debes a estos hombres comunes aquí presentes que no reciben ningún crédito –Replicó Seip con seriedad–. Si por tu rey fuera, todos ustedes ya habrían sido arrasados hace varios años. El rey de tu pueblo es un cretino inhumano.

-¿Cómo puedes hablar así de tu compañero de lucha? ¡El rey es un héroe nacional! Gracias a él obtuvimos paz después de la opresión de la familia Móruvel.

-Sólo ha cambiado el rostro del opresor, niña, nada más. Al finalizar la lucha de revolución, los sobrevivientes decidimos que ese hombre quedaría en el poder, los demás recibimos posiciones importantes como recompensa a la participación en la revuelta. Yo fui nombrado Coronel de Defensa en Valle Roble, pero en cuanto supe las políticas del nuevo monarca, quedé decepcionado de haberme manchado las manos en la guerra junto a ese hombre. Para él la vida de la gente humilde es prescindible. Ve en la existencia de esas personas a un recurso del que se puede disponer para fines estratégicos.

-No entiendo nada. Explícate, Seip.

-¿Nunca te has preguntado por qué no hay una muralla que divida el reino del exterior? ¿Por qué tu casa estaba tan próxima al bosque en donde habitan tantos seres peligrosos? Porque el rey se negó a invertir en la protección de esa gente, consideró que esos terrenos servirían perfectamente para anunciarle la presencia de invasores, ralentizando cualquier ataque al reino y desviando la atención del enemigo con habitantes insignificantes. Esa porción de territorio le compraría suficiente tiempo para montar una contraofensiva de calidad. El miserable del rey decía que las zonas pobres siempre se pueden repoblar, y que no hay mucha preocupación para reconstruir algo que siempre estuvo en ruinas... Al escuchar eso salir de su boca, presenté mi renuncia de inmediato y dejé de vivir en ese reino. Ese día murió la Gran Revolución para mí.

Leiza no daba crédito de escuchar a la araña Seip, un ícono nacional, decir esas cosas del máximo héroe histórico. Desde pequeña aprendió que los grandes salvadores de Valle Roble eran un conjunto de seres ejemplares que arriesgaron todo por el bien del reino. Jamás imaginó que existieran rencillas entre ellos.

-Entonces ¿qué pasó con todos ustedes después de la Revolución? Pensé que todos serían aliados.

-Inicialmente la mayoría de los sobrevivientes creímos en instaurar un cambio y nos agrupamos para crear un gobierno distinto. Sólo hubo un hombre que se negó a tomar parte en este proceso, pues nunca le interesó involucrarse en asuntos políticos. Este hombre era Rioya, quien terminó siendo la peor pesadilla del rey. Probablemente habría sido capaz de derrocarlo, de no ser por el lamentable suceso que nos derrumbó a todos. Una traición que nunca nadie vio venir.

-¿Qué sucedió?

-De todos los combatientes de la Gran Revolución, había alguien que destacaba por ser fuerte, pero no sólo eso, era distinto a los demás. Creo que Moal se sabía inferior a él en poderío, aunque nunca pudimos comprobarlo, porque nunca lucharon el uno contra el otro. Era un líder innato preocupado ante las causas sociales que tenía una gran congruencia. Una vez terminada la gran lucha contra la familia Móruvel, quiso regresar a vivir en el bosque y continuar dedicándole tiempo a sus objetivos prioritarios. No recibió nada a cambio de su participación en esa guerra, porque nunca lo solicitó. Pero pronto se enteró de los nuevos comportamientos del rey que él ayudó instaurar y sintió una enorme culpa. Entonces formó un grupo de rebeldes que desafiaban la autoridad del monarca de Valle Roble. Ese grupo era muy diverso y numeroso, porque la gente del bosque respetaba la figura de Rioya y se unió sin dudarlo. No sólo los humanos creían en él, su actuar hizo que también seres de otras especies se hicieran sus amigos y aliados. Los hombres de piedra le tenían un profundo respeto. –Con un semblante nostálgico– Es una lástima que hoy sólo quede este pequeño campamento de patrullaje como parte de ese gran grupo rebelde.

-¡¿Rioya planeaba una rebelión al reino?! Eso nunca se ha mencionado en la historia oficial. ¿Qué fue lo que le sucedió? Tú debiste conocerlo bien.

-Hay muchas cosas que nunca leerás en los libros de historia, niña. Desgraciadamente no sé todos los detalles porque yo llegué tarde a este grupo rebelde, recuerda que algún tiempo formé parte de ese nuevo gobierno instaurado, hasta que me di cuenta de dónde estaba metido. Cuando salí a buscar una nueva vida, terminé por casualidad reencontrándome con Rioya. Fue hasta entonces que descubrí a fondo su personalidad entrañable y ese corazón más grande que su poder. Es la persona más noble y fiel a sus ideales que he conocido. Era un completo honor luchar a su lado y proteger las mismas causas. Él siempre estuvo confiado en que podríamos reunir suficientes hombres para derrocar al rey Moal. Todos creíamos en sus palabras, porque el grupo cada vez crecía más y el potencial era enorme. Incluso teníamos un arma secreta que podría darnos la ventaja con el paso de los años. Rioya tenía un hermano menor, Fyrod, a quien los demás en la rebelión considerábamos parte de nuestra familia. Su habilidad y fuerza eran gigantescas, Rioya no se cansaba de decir que el chico llegaría a ser más fuerte que él mismo. Fyrod parecía ser una calca de su hermano mayor; con poder y talento, pero siempre sensible y leal. Nadie dudaba de él, lo respaldamos y amamos todos nosotros. Hasta que un día sucedió la tragedia durante una emboscada de los guardias reales. Rioya, Fyrod y unos cuantos hombres fueron acorralados por la principal generala del rey. Ninguno de nosotros duda que Rioya habría podido derrotar incluso a esa temible combatiente, pero justo cuando estaba por hacerle frente, sucedió la traición más cobarde y detestable que pudo pasar. Fyrod atravesó el peto de la armadura roja de Rioya con un puñetazo por la espalda. Nuestro líder nunca lo vio venir y no pudo hacer nada para defenderse, porque jamás habría dudado de su propia sangre. Quienes estuvieron ahí, dicen que fue una escena difícil de presenciar. Los ojos de Rioya brotaron en lágrimas, consciente de que era su hermano quien lo acababa de perforar. Ni un guerrero tan fuerte como él pudo sobrevivir al daño que sus órganos vitales recibieron. Con voz quebrada y una mirada llorosa, Rioya dio sus últimas palabras a su hermano Fyrod:

- Nunca traiciones. Nun...ca... trai...cio...nes.

Después Rioya cayó desplomado y murió en ese instante. Sólo pudieron derrotarlo con la guardia baja, nunca esperando un ataque de su propio hermano, quien al poco tiempo se unió a las filas del rey Moal.

Goan. El Poder Transferido. Vol 1.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora