ᴍɪsɪᴏ́ɴ: ᴀᴘᴀᴘᴀᴄʜᴀʀ ᴀʟ ʟᴇᴏ́ɴ

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Draco tocó la puerta de la habitación de su hijo mayor antes de girar el pomo y entrar.

—Hola, pequeño león.

James, sentado en el alféizar interno de la ventana, permanecía mirando el cielo estrellado;  las nubes se habían despejado hace tiempo y la lluvia había cesado, aunque el frío persistía y el viento afuera también.

—Hola —respondió, distraído, trazando figuras amorfas sobre el cristal de la enorme ventana empañada.

Draco nunca se ponía nervioso, mucho menos cuando se trataba de hablar o de reprender a uno de sus niños, sin embargo, ahora estaba allí: parado, con las manos entrelazadas pegadas al vientre y sin saber qué decir o hacer a continuación. Con algo de dificultad tragó saliva, sumándole a aquella inquietud algo de incomodidad, observando el semblante perfilado y decaído de su "cachorro de león más grande"

James pareció percibirlo, pues de inmediato bajó de la acolchada base de la ventana para irse a acurrucar a la cama echa un desastre de almohadas y pliegues de sábanas, haciéndose ovillo y echándose cuanta frazada pudiera encima.

Draco entendió aquello como una señal más que obvia de los genes Veela, es decir, él alguna vez a esa edad hubo hecho lo mismo, no obstante, siempre tuvo ahí a sus amigos; especialmente a Pansy, a quien consideraba una hermana.

No dijo nada, solo se acercó y se sentó a su lado derecho de la cama, frotándole la espalda en constantes círculos y palmaditas. Consolándole ante lo que sea que le estuviese perturbando.

—Quedate conmigo —lloró James, con la voz amortiguada en la almohada.

Draco ladeó una sonrisa nostálgica. ¿Por qué quería llorar ahora mismo él también?

—Aquí estoy, no me voy —tranquilizó suavemente.

Entonces James negó rotundamente antes de sacar la cabeza de las sábanas y revelar sus alborotados cabellos castaños y ojos rojizos como escarlatas con la parte inferior del parpado hinchada. ¿Desde hace cuánto que su Jamie había estado llorando tanto?

—¡Quédate! —repitió desesperado—. ¡Pero hazlo aquí está noche, duerme conmigo! ¡No te vayas!

Draco se sorprendió, más no se detuvo a pedir explicaciones, simplemente se inclinó para quedar abrazando el considerable bulto en tamaño que era su hijo envuelto cual burrito.

—¿Eso quieres?, ¿Qué me quede contigo hoy para arrullarte como cuando eras un bebé de meses?

James asintió acelerado, lanzándose a sus brazos y al mismo tiempo rompiendo a llorar contra su pecho amargamente.

—Bien, así será entonces. Pero tendrás que esperar a que me vaya a poner la pijama y por un libro en la biblioteca, no querrás dormirte sin oír una historia antes, ¿Cierto?

James sollozó, negando con la cabeza; limpiándose la nariz con el dorso de su mano izquierda siendo cubierta por una manga larga de su sudadera violeta.

—Tranquilo, mi Jamie, te prometo que todo estará bien.

—¡No lo estará! —lloró más.

—¿Por qué dices eso?

—¡Porque me siento peor cada día!

Draco deseó que Harry pudiera sentir su necesidad de apoyo en esos momentos, pero ahora su marido estaba ocupado manteniendo a los bebés a raya y encargándose de que Albus, Lily y Scorpius terminaran sus tareas de hechicería pendientes.

—Es normal...

—¡No es normal! —le gritó James, para luego taparse la boca con sus manos y comenzar a berrear más—. No quise gritarte, perdón.

Draco ya no pudo aguantarlo más, se metió por completo a la cama y, besándole los cabellos sudorosos, se acurrucó a hablarle. Él no era bueno para crear mundos nuevos en su cabeza, más se esforzaría para inventarse la más increíble de las historias para distraer la mente sensible de su Jamie. Todo estaba revuelto, pero contra todo pronóstico, algo era claro: y era que esa noche no dejaba a Jamie por nada del mundo a la merced de sus pesadillas y conflictos emocionales.

—Había una vez...





















A CRAZY MAGIC FAMILY: Segunda TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora