Una extraña chica.

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Mi vida. Mi vida tan figurada en lo verde de mis venas tan avistadas en la palidez que era mi piel. El invierno hacía de las suyas trayendo consigo una intensidad titilante de mi cuerpo que ahora pendía su calor y protección en mi gabardina. Mi vida tan presente en el vaho que acompañó mi exhalación angustiosa por el saber que le estaba perdiendo encerrada aquí. Mi vida cuales minutos más aquí, eran menos afuera, con ella. Con Jennie.

Las horas podían pasar en compañía del sol que, ahora era poco sentido y cualquier rayo que escapaba entre el espesor de nubes, era de necesidad para la piel. Pero yo sólo le admiraba desde lejos, a las afueras en un corredor exterior de la mansión que ahora tenía la dicha de conocer. Dicha porque logró sosegarme por un encanto de ver panorama pincelándose en la nieve que ocultaba sus colores, dejando que la blancura fuera de mi distracción.

Estaba de pie, recargando mi cuerpo de las barandillas de madera donde reposé mis codos. Notando desde mucho a la persona que se encargaba del jardín pasearse como si buscase algo. Siéndome esto un tanto incoherente y desconcertante; no había rosas que atender, ni jardín que podar. Pero, sin embargo, ella seguía paseándose por el jardín, cual extenso era, arboleado, con algunos caminos de piedras que se encontraban... Estoy segura de que la primavera le engalanaba, muy segura de que la vista sería más que satisfactoria en esa época.

Época que no había llegado a ver aquí. Pero sólo lo... sé. Sé que sería hermosa de ver.

Pero mi paz era poca, y observando a la mujer pasearse por el jardín, me desvié más allá de lo que podía vislumbrar; me fui a mi mente. Aún aguardaba el juego de llaves tomado hace casi veinticuatro horas. Debía actuar ya, si quería respuestas antes de que estas fuesen ocultadas bajo otras cerraduras imposibles para estas llaves. Pero también debía ser precavida. Y aspirando el olor de triste invierno, recapitulé el horario de los Kim.

—El invierno resulta muy melancólico para muchos —minutos eran aquellos en lo que mi acompañante llevaba hablándome y yo sin prestarle más mínima atención—. También, resultan serlo las navidades. La época que esta próxima. Nieve, navidad y melancolía.

Navidad. Sólo aquella palabra me llevó a sesgar mi mirada hacía Rosé que, estaba a mi lado con vista al frente, juntando sus manos entre ellas para darse calor. Pero no era a ella a quien mi mirada buscaba, era lo que su boca había pronunciado, siendo eso incipiente al recuerdo de plasmarse ante mis ojos de nuevo. Melancolía, era ahora lo que olía.

Risas, regalos, abrazos, familia... Algo tan fuerte parecido a un golpe, me sacudió mi pecho con el pensar de la palabra familia y, con lo que mi mente tenía por concepto. Era como aquello que se creyó un día y el tiempo lleno de la avaricia y cuales malos pecados se apoderan de un ser al este crecer, hacían olvidar cualquier concepto. Creándose más preponderancia en otros por el simple creer que aquello es necesario para la existencia en un mundo como este.

Sentía, además de ello, la promesa de... de conocer el invierno en otro sentido, en uno más significativo. Pero que parecía haber olvidado con el pasar del tiempo.

—...Quizá estas navidades ponga en práctica mi poco conocimiento en la laboriosa tarea de tejer, para hacerles unas bufandas.

—¿Eh...? —Rosé no paraba de parlotear, pero al atender mi tarareo lleno de confusión, pareció caer de cuenta en el contexto que estaba—. ¿Hacerles bufandas? ¿A quiénes, Rosé?

Me miró contrariada, con sus labios bailoteando entre decir algo, reírse, o sellarse.

—¡A ti! ¿A quién si no? Es sólo que no prestas un poco de tu atención a esta vieja amiga, Lisa. —Corrió su mirada al frente aspirando anhelosa mientras cruzabas sus brazos y guardaba sus manos bajo sus axilas—. Quería obtenerla de algún modo. Y funcionó.

𝐄𝐋 𝐌𝐈𝐒𝐓𝐄𝐑𝐈𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐀𝐍𝐒𝐈𝐎́𝐍 𝐊𝐈𝐌 ➤𝐉𝐄𝐍𝐋𝐈𝐒𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora