El Canario que Canta Enjaulado II

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	Sentada en el comedor se encontraba lady Serena Falcroft, viuda del que fue en su día el segundo señor feudal más importante de Storhai después del padre de Aimi: lord Baynard Falcroft

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Sentada en el comedor se encontraba lady Serena Falcroft, viuda del que fue en su día el segundo señor feudal más importante de Storhai después del padre de Aimi: lord Baynard Falcroft. Desde la fatídica muerte de su esposo, Serena tomó la administración de la fortuna de la familia. Desde entonces Puerto Tiburón, el señorío que heredó de su cónyuge, nunca antes había gozado de semejante prosperidad y los bolsillos de los Falcroft cada día tintineaban más y más llenos de brillantes kenes de oro gracias a la pesca y el comercio. Esa mirada orgullosa con ojos acusadores y la piel pálida como la de un fantasma recién salido del inframundo eran lo que hacían que lady Serena Falcroft se distinguiera de cualquier otra mujer.

―Veo que lady Aimi es tan aventurera como se comenta entre el vulgo de la ciudad. ―La voz de lady Serena era como una espada filosa que cortaba todo a su paso. Fría y limpia pero, aún así, cautivadora.

―Si, a mi hermana le gusta... salir a cabalgar de vez en cuando. ―La mirada de Adler no podía estar más clavada en el rastro de tierra y hojas que Aimi dejaba a su paso.

―Es interesante, la mayoría de las nobles de su edad prefieren usar vestidos bordados y abanicos en vez de armaduras de cuero y arcos...

―Sí, bueno, ella es... "especial". Pero no os preocupéis, lady Serena. A pesar de todo os aseguro que tiene mucha clase y es de lo más fina.

―Ciertamente ha crecido como una chica preciosa desde la última vez que la vi hace doce años. ―Su mirada altanera escaneaba a Aimi de arriba abajo, como si comprobara algún tipo de mercancía―. ¿Tú qué opinas, Allaster? ―Lady Serena se dirigió al joven de veinte años sentado de brazos cruzados a su lado que aún no había pronunciado una sola palabra.

―Si ―respondió luego de hacer una mueca casi imperceptible―. Permitidme deciros que sois realmente radiante, lady Aimi. Vuestra belleza no le hace justicia a lo que había escuchado decir de vos. ―Era como si recitara el texto de una obra de teatro.

No se necesitaba de mucho coeficiente intelectual para deducir de que se trataba todo eso. Para fatalidad de Adler, su hermana era alguien tan testaruda como una mula, solo que más peligrosa. Aimi agarró tres bollos de azúcar de fuego y se los metió en la boca de una sola vez. Se paseó por el comedor, muy cerca de la mesa, buscando una silla donde sentarse para demostrar su "delicadeza femenina". Luego de masticar haciendo ruido como una cerda, una apestosa a la par que escandalosa flatulencia salió disparada de su ano al colocarse junto a Adler, quien solo se cubrió las manos aguantando los deseos de convertirse en hijo único.

―¡Uy! Perdón ―intervino Aimi luego de que el rostro de lady Serena se contorsionara del asco―. Ya saben cómo es el dicho: "comer con apuro, pedo seguro."

―Hermana, ya basta...

―Por favor, Ad. Todos alguna vez hemos soltado un buen trompetazo por el pompis. Seguramente lady Serena también lo habrá hecho...

De Oro y EngañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora