¿Alguna vez has Tratado de Atrapar a un Ruiseñor? IV

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El mar, tranquilo y en movimiento como un bebé dormido por el vaivén de la cuna que sus padres mecen, no reflejaba para nada lo que los soldados de Sprigshore sentían en sus estremecidos corazones

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El mar, tranquilo y en movimiento como un bebé dormido por el vaivén de la cuna que sus padres mecen, no reflejaba para nada lo que los soldados de Sprigshore sentían en sus estremecidos corazones. El Lobo Plateado aún no había hecho acto de presencia a las diez horas de la noche, pero su insonoro aullido estaba desgastando el valor del ejército de los Cherryvale con una vibración de incertidumbre prolongada durante todo el día hasta ese momento. La Dama Blanca iluminaba los rostros y el camino de los ciudadanos que quedaban en el distrito de la costa mientras eran evacuados al interior de la ciudad. Mientras la Dama Roja, con su tenue brillo carmín casi rosado, creaba imágenes sangrientas en la imaginación de más de uno.

Era increíble ver el efecto que el nombre de Raegan Ashther podía provocar en las personas. Muchos creían que él era la reencarnación del Renegado Escarlata, el primero de este grupo de guerreros que existió hace cientos de años, pero esto no era más que una mera superstición equivocada... Desde el frío eterno de Borealis hasta los hermosos ríos de las Colonias Fluviales, desde la mismísima Storhai hasta las barbáricas Tierras Salvajes; de norte a sur, de este a oeste. El Lobo Plateado era conocido por todos, temido por la mayoría y amado por unos pocos...

Las antorchas en los muros del barrio de la playa lucía una larguísima línea de luces sostenidas por valientes (aunque en ese momento algo acobardados) soldados vistiendo el estandarte de los Cherryvale. Uno de los rostros iluminados por estas teas era el de lord Adler Cherryvale; el escudo que separaba esa noche a Sprigshore de la barbarie de los cinco buques de guerra que Jackqen dijo que poseía Raegan Ashther y la espada con la que dicha amenaza sería cortada en dos. Su mirada, tan recia como sus cejas fruncidas y más aún que su voz, no dejaba de vigilar el mar con esa neblinilla que siempre tienen sus saladas aguas. Solo salió de su letargo cuando escuchó el chirrido de una armadura y el click de los cinturones y seguros de esta al cerrarse. Era su padre, vestido hasta los bigotes con una indumentaria de oricalco similar a la suya, y con escudo y espada en mano.

―¿Qué haces aquí, padre? ―Seguía enfadado con él por la discusión de esta mañana en el jardín, por lo que ni se dignaba a verlo cuando le hablaba.

―Tenías razón, hijo mío... No merezco ser llamado lord, padre, ni de ninguna otra forma más que por mi simple nombre, despojado del noble apellido Cherryvale y dotado de un significado de desprecio y decepción. Y, de hecho, no tengo derecho siquiera a seguir viviendo en Pétalo Rosa; debería marcharme del palacio solo con lo que he conseguido sin usar las riquezas e influencias de los Cherryvale, o sea, completamente desnudo y con las manos vacías.
»Pero no lo haré, eso sería cobarde de mi parte. De valientes, de penitentes, es quedarse aquí a luchar por la ciudad, por la isla y, más importante, por la familia. Rendirse al cometer un error o defraudar a los que realmente te importan es tan fácil como perder en los juegos de azahar, enmendar esas faltas y reconstruir la confianza de los demás en ti es lo que realmente cuesta y, sinceramente, merece más mérito que alguien que nunca ha decepcionado a nadie con una aparente perfección.

De Oro y EngañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora