Ritual de Caza

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―¿Recuerdas mi primer disparo, Hamming?

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―¿Recuerdas mi primer disparo, Hamming?

―¡Cómo no hacerlo, lady Aimi! No pude sentarme durante una semana debido al flechazo que me injirió en la nalga izquierda. Aún hoy tengo la marca.

Ex maestro y ex pupila se divertían rememorando la época en la que la, ahora salvaje, rubia era una delicada traviesilla incapaz de darle a un mamut a tres milímetros de ella con un arco. Jackqen estallaba de risa junto a ellos, caminando al medio día por el Bosque de Pinos Ocres. Ahora que la menor de los Cherryvale no tenía que casarse, que su padre ya estaba ejerciendo sus funciones como lord de la isla y que había logrado descubrir quién era el Ruiseñor, gozaba del tan esperado privilegio de escaparse sin que los demás le reprocharan que no era algo propio de una doncella. Se había ganado el derecho de un poco de libertad y condescendencia hacia sus acciones rebeldes.

―Pero mírate ahora ―dijo Hamming con orgullo―. Todas esas flechas que hay clavadas en las dianas de los árboles son tuyas. ¡Ni una sola está herrada!

―Si ―La chica se sonrojó ante el elogio del peludo cazador frente a la presencia del peli anaranjado― Por cierto, Jack. ¿Acaso sabes utilizar un arco? Veo que has traído uno.

―Sí, soy bastante bueno con él. Una vez cacé un ciervo de astas de árbol en Wastmire.

―¡Vaya! Esa no es una proeza que merezca desprecio ―Hamming recordó lo difícil que le fue para él cazar uno en su juventud.

―¿De verdad? ―Aimi estaba entusiasmada, le encantaban esas historias―. ¿Por qué es tan difícil cazar uno de esos?

―El ciervo de astas de árbol es muy delgado y su cornamenta está llena de musgo, hojas, lianas, flores a veces incluso con alguna que otra familia de aves pequeñas. Es un animal hermoso, lady Aimi, a la par que inteligente.

―Si ―prosiguió Jackqen―. Además de la habilidad que tienen todas las especies de ciervo para presentir el peligro inminente que les supone un cazador cuando se les acerca, se camuflan con los matorrales, son rápidos y, de hecho, tienen el cerebro lo bastante desarrollado como para crear estrategias simples de escapismo. El mío no paraba de zigzaguear por entre los matojos y los árboles, en una ocasión incluso utilizó el reflejo del sol en el agua para que no pudiera apuntar bien.

―¿Cómo logró atinar un disparo entonces, señor Jackqen? Por lo menos yo, luego de perseguir a mi ciervo durante una hora completa, decidí encaramarme en un árbol cercano y proyectar mi flecha desde lo más lejos para que no pudiera percibirme.

―Ya veo. Mi estilo es menos calmado y más dinámico...

Llevó la mano hasta el carcaj en su cinturón y agarró cuatro flechas con una sola mano. Tres de ellas las sostenía por las remeras posicionadas en los espacios entre los dedos meñique, anular, medio e índice. La cuarta estaba preparada en el arco, agarrada por el pulgar y el índice también. De esta forma Jackqen apuntaba hacia los puntos de pintura roja en los pinos ocres y disparó en vertiginosa sucesión, con apenas un segundo entre una y otra, las cuatro flechas de su mano. Cada una se clavó justo donde Jack quería que terminaran, siendo la quinta flecha, la de la fascinación, la que llegó al rostro de Aimi.

De Oro y EngañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora