Capítulo 7.

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Odio a Elliot Grey.

Pasar el día encerrada en esa habitación es realmente aburrido, pero al menos no me ha vendido... Todavía.

Hizo que su guardaespaldas trajera un montón de vestidos en diferentes colores, todos con grandes escotes, entallados o transparentes. Lo único que le hace falta es ponerme la maldita etiqueta con el precio.

Aún no decido cuál es el menos repugnante cuando alguien golpea la puerta, el tipo idiota de antes asomando la cabeza.

—El señor Grey quiere que vengas a la mesa. Es una orden.

Imbécil. Miro al hombre para que sepa que estoy molesta por ser tratada como a un maldito perro, pero a él le importa poco porque empuja más la puerta y señala el pasillo.

—No me hagas arrastrarte hasta ahí.

Intenta alcanzarme, pero soy más rápida y me aparto. Aunque realmente no tengo otra alternativa que obedecer, solo planeo hacerlo en mis propios términos. Y con mis propios vestidos.

Camino por delante de él hasta el comedor de la casa, Elliot está ahí tomando su desayuno y su hermano del vaso de cristal con lo que parece whisky a esta hora de la mañana.

Jodido par de locos.

—Buenos días, dulzura. —Elliot sonríe y aparta la silla a su lado—. Será mejor que te alimentes bien para que resistas las actividades del día.

Su hermano nos dedica miradas de fastidio, pero rápidamente vuelve su atención al periódico de la mañana mientras su ama de llaves demasiado amable pone un plato frente a mi.

—Come. —ordena el rubio.

Estoy tratando de decidir si vale la pena tomar el tenedor y clavárselo en el cuello cuando su hermano me mira, sus impresionantes ojos grises me examinan, luego gira hacia su hermano.

—¿Es muda?

Elliot resopla una risa.

—Ojalá lo fuera. Tiene una lengua muy activa.

Christian vuelve a mirarme y mis cejas se fruncen en molestia. ¿Qué? ¿También seré su mascota favorita? ¿Su juguete?

Su ceño también se arruga.

—Aún creo que es muda. ¿Estás seguro que no imaginaste que ella hablaba contigo?

Elliot fuerza una sonrisa en sus labios y toda la incomodidad que sentí ante se vuelve palpable. Obviamente Christian está a cargo, tal vez es eso lo que molesta al no tan despreocupado rubio.

Tomo mi desayuno sin querer llamar la atención, y tan pronto como termino me veo obligada a subir a la camioneta de Elliot, el guardaespaldas conduciendo en dirección al sur de la ciudad.

No debe ser bueno para mí, porque mi captor habla por teléfono con un hombre sobre hacer un intercambio. Cuando nos detenemos en una parte deshabitada, mi piel se estremece con un escalofrío.

—Ahí está ese imbécil. —gruñe y tira de la manija para bajar—. Trae a la chica.

De nuevo, sin tener ningún tipo de consideración por mi, el hombre me arrastra fuera del auto y me pone justo a Elliot. Un hombre obeso baja de una camioneta de vidrios tintados y me mira con detenimiento.

—¿600 mil por esto? —el imbécil me mira de arriba a abajo—. Pides mucho, Grey.

—¡Oh, vamos! —gruñe. Cuando gira para mirarme, se da cuenta que no llevo uno de esos horrendos vestidos—. ¿Qué mierda traes puesta? No te puedo vender si te vistes como indigente.

Maldito idiota, mi ropa no es de indigente. Si, está gastada por el uso y el paso de los años, pero es lo único que pude permitirme siendo estudiante y trabajadora a tiempo parcial. La ropa no era mi prioridad.

Su comprador claramente no está interesado porque gira para volver a subir a su camioneta.

—¡Espera, Barton! ¿500 mil? —le grita al hombre que se aleja—. Te dejaré hacer dos pagos.

El hombre prácticamente se ríe.

—Eso es mucho dinero, Elliot. La chica no los vale.

El tipo sube y desaparece tan rápido como le es posible, dejándome de nuevo atorada con Elliot.

—Agh, maldición. —gruñe furioso—. Te daría un maldito tiro en la cabeza su pudiera, pero entonces no recuperaría mi dinero.

—Ya te lo dije, —aprovecho el momento para volver a negociar mi libertad—. Déjame obtener el dinero, pediré un préstamo al banco o a alguien más, y te pagaré.

—No. No tienes forma de pagarme porque vendiste todo, no tienes familia o amigos, nadie dará un centavo por ti. Y yo quiero mi maldito dinero.

Le hace una seña a su guardaespaldas para que me lance dentro del auto otra vez y vuelve a tomar el teléfono, intentando ahora negociar con otro hombre.

—¡Mikel, mi amigo! Aquí Elliot Grey. —me empuja para que me mueva en el asiento—. ¿Necesitas una chica nueva para tu club? Encontré una chica preciosa que estoy seguro tus clientes pagarán por coger.

Escucharlo me ocasiona un escalofrío, pero permanezco inmóvil a su lado. La única manera de salir de esto será aprovechar un momento de descuido y correr, o al menos debería intentarlo. Tal vez arriesgarse a recibir un tiro es preferible que acabar como prostituta en algún club de mala muerte.

—Solamente 500 mil y es joven, tendrá muchos años buenos para pagar su deuda y hacerte ganar mucho dinero.

El tipo debe creer que Elliot está loco, porque se niega a negociar y termina la llamada.

—Jodido idiota. —lanza el móvil en el bolsillo y le hace una seña a su subordinado—. Llévame al bar, necesito un puto trago para lidiar con todo el enojo que me ocasiona esto.

Me mira de reojo y gruñe algo sobre su dinero y cómo jamás aceptará tratos a medias mientras sigo ideando un plan de escape. Lo que sea que mantenga a Elliot Grey alejado de mi, y a todos sus asquerosos amigos también.

El desafío será salir de su vista por al menos un minuto y encontrar algo que pueda servirme como arma, lo que sea. Unos pocos minutos después, estamos estacionando afuera de un bar y Elliot baja con rapidez, intento seguirlo pero una mano sobre mi hombro me detiene.

—¿A dónde crees que vas, perra? Quédate quieta y podrás seguir respirando un día más.

Agh, carajo.

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Labios Rojos (Color Venganza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora