Capítulo 8.

958 199 11
                                    

Esto debe contar como tortura psicológica.

Elliot sigue buscando un comprador que pague lo que debo a cambio de mi, porque obviamente solo soy un pedazo de carne para intercambiar y me hace escuchar cada conversación.

Mis nervios no resistirán mucho.

El problema es que siempre estoy bajo su vigilancia o la de ese tal Reynolds. Miro a mi alrededor cuando bajamos del auto en la Columbia Tower y me empuja hacia el ascensor.

—¿Qué hacemos aquí? —la curiosidad y la anticipación me están matando.

—Cenar, y con suerte, alguno de estos viejos decrépitos estará buscando una joven amante.

Agh, carajo.

Cuando el ascensor se abre en el piso del restaurante, me clava los dedos en la cadera y gruñe entre dientes.

—Sonríe, maldita sea. No atraerás a los viejos con ese jodido semblante de tristeza.

Una sonrisa forzada se estira en mis labios y giro la cabeza para mirarlo.

—¿Así?

—Mierda, ahora luces demente.

Pasamos junto al maitre, yendo directamente hasta nuestra mesa de siempre y no me pasa desapercibido que Reynolds se dirige al bar, vigilando en todo momento.

Me acomodo en la silla frente a él y ladeo la cabeza.

—Siento tanto no lucir como una puta, y que la muerte de mi padre arruinara un poco mi apetito.

—Y tu sentido del humor, —agrega, mirando hacia las mesas—. Si pudieras seducir a algunos hombres de aquí, yo tendría mi dinero en una semana.

¿Sí? Ahora que mi vida pende de un hilo, la idea de tener sexo por dinero no me es tan repulsiva. Ojalá fuera tan fácil para mí como para esas mujeres de piernas largas en las otras mesas. Mientras miro alrededor, veo a la mujer rubia que vi antes.

Ella sonríe y toca la mano del hombre joven en su mesa, abanicando las pestañas con coquetería natural.

—¡Ella! —chillo—. Ella podría enseñarme, ¿Cierto?

Elliot la mira también.

—Estoy desesperado, dulzura. —levanta la mano para atraer su atención, haciendo una seña para que se acerque.

La rubia nos mira, luego se inclina para hablarle a su acompañante y rodea la mesa antes de venir hacia nosotros.

—Elliot. —saluda, o al menos creo que es un saludo.

—Elena, hola. —él le sonríe—. Lamento interrumpir en tu horario de trabajo, pero estoy en un pequeño aprieto aquí.

Me mira, haciendo que ella también lo haga y parece reconocerme. Arquea una fina ceja.

—¿Sobre qué es?

—Verás, mi amiga necesita 500 grandes para pagar una deuda, y solo dispone de este pequeño cuerpecito. —La rubia me dedica una mirada de arriba a abajo, pero no parece sorprendida—. La hermosa Ana toca seis instrumentos musicales, habla mandarín con fluidez y tiene mucho interés en el yoga… pero nada de eso le dará dinero fácil.

—Está muy pálida, Elliot. Y ojerosa. Eso no atraerá a nadie, menos con ese cuerpo escuálido.

Bruja.

—Es ahí donde te necesito, cariño. Quiero que conviertas a mi amiga en una mujer atractiva como tú.

La rubia Elena se ríe en burla.

—¿Es en serio? —Elliot no se ríe—. Oh, eso te va a costar muy caro.

Le ceño del rubio cae y tuerce los labios cuando me mira.

—Agrega ese dinero a tu cuenta final.

Dios. Jamás terminaré de saldar mi deuda.

La rubia me hace una seña para que la siga y se aleja, así que espero el permiso de Elliot para hacerlo. Obviamente Reynolds viene detrás de nosotras y permanece en el pasillo del baño.

Cierro la puerta cuando entro, sabiendo que necesito al menos una aliada si quiero salir de este embrollo.

—¿Me recuerdas? —ella gira para enfrentarme.

—¿No te dije que te pusieras tetas? Y Dios, esas ojeras, niña. Pareces un animal salvaje.

—Yo... Necesito tu ayuda.

Elena suspira.

—Lo sé, ¿500 mil dólares? —entrecierra los ojos—. ¿Quiero saber por qué le debes ese dinero a Elliot Grey?

—No.

—Bien. —suspira, volviéndose hacia el espejo y acomodando algunos de sus largos rizos rubios—. Necesitas comer, dormir y mucho maquillaje. Tal vez podamos enfocarnos en otra parte de tu cuerpo que sea más... Rellena.

Cruzo los brazos sobre mi pecho porque jamás me sentí incómoda con mi cuerpo hasta ahora, cuando parece que no soy suficiente para atraer a nadie.

—Por favor. ¿Cómo lo hago? No quiero hacer esto, jamás lo he hecho. Pero si no lo hago, Elliot me matará.

Mis palabras no la inmutan, ni siquiera la amenaza a mi vida. Algo parecido a la simpatía brilla en sus ojos, pero desaparece rápidamente con un movimiento de sus largas pestañas.

—Mira, niña. No sé qué decirte, puesto que esta es la única vida que conozco. Se hace muy buen dinero, y es un trabajo como cualquier otro.

Uno que involucra tu cuerpo. Solo de pensarlo siento un escalofrío.

—Pero debe haber una forma, ¿Verdad? Algo que pueda hacer para conseguir el dinero y salir de las garras de ese idiota.

Elena presiona los labios con fuerza, debe ser el equivalente a una sonrisa. Gira para enfrentarme, y solo entonces puedo ver algunas arrugas en su cara porque no es tan joven como creí.

—Este es tu problema: Elliot Grey solo piensa en dinero, es un bastardo ambicioso al que no le importa lo que tenga qué hacer para conseguirlo. Así que si, te venderá al mejor postor.

—Mierda. —dejo caer los brazos y me recargo en el lavamanos blanco—. Él lo dijo, seducirlo no es una opción.

—No, no lo es. —balancea la coleta rubia a un lado cuando ladea la cabeza—. O por lo menos, te diriges al Grey equivocado. Es su hermano al que no le importa el dinero, pero si un lindo pedazo de culo.

¿Christian? Apenas me mira.

—¿Crees que él me ayude?

—Estoy segura que si, si juegas bien tus cartas. Christian tiene poder sobre Elliot, si logras llegar a él, te querrá para si mismo. El truco está en mantener su atención el tiempo suficiente para que Elliot pierda el interés en ti. Y, por supuesto, que logres atraparlo. La mitad de las mujeres de Seattle ya pasaron por su cama, y la otra mitad espera en la fila su turno, niña. Tienes un infierno de competencia.

¿Seducir a Christian Grey?

Tal vez sea una locura, pero estoy dispuesta a intentarlo.

.
.
.

Labios Rojos (Color Venganza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora