Capítulo 34.

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—¿Qué dijo la doctora? —es lo primero que pregunta Christian cuando se sienta junto a mi en la mesa para la cena.

Estoy segura que sabe lo que pasó porque Prescott debió decirle, pero supongo que quiere escucharlo de mi.

—Me dió vitaminas. —levanto la mirada hacia él—. Y tengo anemia.

Puedo ver cómo algunos músculos de su mandíbula se mueven cuando hace ese gesto de molestia, culpándome por mi estado de salud. Tal vez no lo recuerde, pero mi padre murió y pierdo el apetito todo el tiempo.

—Bien, a partir de este jodido momento vas a comer todo lo que Gail ponga en tu plato y no quiero ninguna maldita excusa. ¿Entendiste? —me toma un par de segundos hacer que mi cabeza obedezca y asiento—. Dame la hoja que te dió la doctora, quiero saber si eso es todo o me ocultas algo más.

Idiota.

—Las tiene Prescott. —ya que él compró el medicamento y las vitaminas.

Christian toma el móvil del bolsillo y lo veo teclear un mensaje rápido. En menos de 20 segundos Prescott está frente a la mesa del comedor.

—¿Me llamó, señor Grey?

—Dame las hojas que le entregó la doctora a Ana: recetas, indicaciones, exámenes, todo.

Prescott sigue mirándolo solo a él y una pequeña sonrisa se estira en sus labios.

—Si, señor Grey. —nueve su chaqueta y saca del bolsillo interno mi tarjeta y el resto de las recetas, que pone rápidamente en las manos de Christian.

Ojos grises las toma y echa un vistazo a algo en la parte superior y levanta la cabeza hacia su hombre de confianza con un rápido movimiento. Podría jurar que gruñó un poco.

—Sal de mi maldita vista, imbécil. —le ordena, pero Sam sigue sonriendo.

—Como usted diga, Señor Grey.

¿Qué carajos?

Aprovecho el momento para tomar un sorbo rápido de mi limonada mientras espero a que él lea todas las indicaciones de la doctora y la nueva fecha para consulta.

—¿Puedo preguntarte algo? —digo, mis pensamientos moviéndose rápido en mi mente—. ¿Vamos a mantener este asunto del embarazo en secreto?

Ni siquiera me mira cuando responde.

—Si.

—¿Por qué?

Pone las hojas en la mesa y toma de nuevo el móvil para teclear algo ahí, demasiado ocupado como para dejar la cena que se enfría.

—Seguridad. ¿No dicen que existe un periodo de riesgo? Es mejor si lo mantenemos solo para nosotros por un tiempo.

—Entiendo. —justo lo que dijo Sam. Supongo que debo escucharlo puesto que ha estado en esta vida más tiempo que yo.

Lo escucho murmurar algo sobre la forma en que debo tomar el medicamento y algunas otras cosas sobre las causas de mi recién descubierta enfermedad, lo que creo que va a aprovechar para darme más órdenes.

Terminamos la cena rápidamente y yo estoy más que lista para una ducha con agua caliente, así que me levanto de la silla muy dispuesta a ir a la habitación. Christian no se mueve, permanece sentado mirando su copa vacía.

—¿Vienes a la cama? —pregunto.

—No todavía.

Eso es extraño.

—Entonces... ¿Te espero despierta para que tengamos sexo? —estoy muy cansada, es probable que no resista más de unos cuantos minutos.

—Ve a dormir, Ana. No vamos a coger mientras estés enferma.

¿Qué?

—No estás hablando en serio.

—Lo hago. —por fin se levanta y rodea la mesa—. Estaré en mi estudio atendiendo algunos asuntos.

Y luego se va y me deja ahí, y estoy segura que esos asuntos pendientes incluyen un vaso de cristal y costoso whisky. ¡Que idiota!

El simplemente no puede tratarme así y dejarme de lado solo porque no puedo quedar embarazada en este momento, no soy una maldita incubadora.

Con la furia recorriendo mis venas, voy a la habitación por esa ducha y lencería sexy que luego cubro con una bata de satén. Ato el cinturón solo porque no quiero asustar a la ama de llaves de Christian.

Bajo las escaleras descalza y voy hasta su estudio, dónde está bebiendo lo que parece ser el segundo vaso de whisky, demasiado distraído para notar cuando abro la puerta.

Cuando rodeo el escritorio, levanta sus ojos hacia mi.

—¿Qué haces aquí?

—¿Qué crees que hago? —el no puede negarme cosas, y sé que le gusta cuando hago mi voluntad.

Quito el cinturón y deslizo la bata fuera de mis hombros, mostrándole mi sostén de encaje negro y la tanga del mismo material, sus ojos se mueven ahí rápidamente.

Improvisando un poco, me detengo a su lado y me arrodillo sin quitarle los ojos de encima. Sé que lo que ve le gusta, porque estira su mano y apoya su dedo pulgar contra mis labios de color rojo.

—Me gusta cómo se ve en ti.

—Lo sé.

Sigo mirándolo mientras desabrocho su cinturón, luego voy por el botón y la cremallera. Conoce mis intenciones porque se levanta un poco de la silla para que yo pueda bajarle el pantalón.

—Me tienes ahora. ¿Qué piensas hacer? —dice, la diversión en su tono.

—Todo lo que yo quiera. —muerdo mi labio interior a propósito y agradezco que mi labial rojo sea a prueba de manchas.

Meto la mano dentro de su pantalón y toco su miembro suave, primero de arriba a abajo sintiéndolo endurecerse con cada uno de mis movimientos.

Cuando está suficientemente erecto, lo saco de la ropa y lo llevo directamente a mi boca, manteniendo la cabeza sobre el regazo de Christian.

Lo llevo hasta el fondo, salgo y vuelvo a meterlo utilizando mis labios para crear succión, aferrándome a él como si mi vida dependiera de ello.

Escucho a Christian gruñir, luego la silla se mueve cuando él se reclina completamente. Sus dedos toman un mechón de mi cabello y lo enreda en su puño.

—Jodida mierda, sí, así nena.

Sé que me tomaría unos pocos minutos hacerlo venir en mi boca, pero lo quiero dentro de mi, donde puede llenarme con su hijo.

Mi cabeza sube y baja, sus gemidos cada vez más ruidosos y por esa razón no me doy cuenta que alguien abre la puerta hasta que es demasiado tarde.

—Oye, Christian... ¡Wow, mierda! —la maldita voz de Elliot irrumpe en el estudio—. Perdón, lo sabía que estabas acompañado.

Christian suelta mi cabello y este cae sobre mi rostro, cubriéndome de los ojos curiosos de Elliot Grey.

—¡Sal de aquí de una puta vez, Elliot! —le gruñe—. O te haré volver a Bellevue.

Labios Rojos (Color Venganza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora