Capítulo 11. Christian.

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—Tengo trabajo qué hacer y estaré en mi estudio. Vuelve a la habitación e intenta descansar lo más que puedas, mi guardaespaldas Prescott te vigilará.

Asiento hacia Samuel Prescott para que lo vea, y lo hace por breves momentos antes de mirarme. Desde ya puedo ver qué la hinchazón alrededor del pómulo y el ojo será un problema, y si fuera una buena persona haría que el médico la revisara, pero no es mi puto problema.

Reynolds no debió golpearla en primer lugar.

En nuestro negocio tratamos con gente mala, todos lo somos, pero tenemos al menos una regla que todos respetamos: no herir mujeres o niños inocentes.

Aunque ella técnicamente no lo es, ya que es una deudora. Nadie en nuestro mundo se indignará por hacerla pagar del modo en que Elliot planea hacerlo. Yo solo prefiero no lidiar con mujeres en general, a menos que sea sobre sexo.

La veo alejarse por el pasillo hacia la habitación donde Reynolds la tiene encerrada, con Sam unos pasos por detrás de ella. Sé que se encargará de vigilarla y atender el resto de los imprevistos.

Esa labor antes era de José, mi empleado de mayor confianza hasta que fue ejecutado hace unos días. Aún estoy planeando esa venganza.

Me sirvo un vaso de whisky en mi estudio y me siento frente a la computadora para revisar las cámaras de las bodegas en el astillero. Si todo sale conforme al plan, y lo hará, el segundo cargamento del día de crack estará saliendo de Washington a medio día rumbo al norte.

Hablo con algunas personas sobre la mercancía antes de llamar a mi otra empresa Grey Enterprise Holdings para asegurarme que mi contador Ross mantiene todo en aparente funcionamiento.

Me sumo en mis lucrativos negocios sin darme cuenta de la hora, hasta que la señora Jones golpea la puerta y entra, trayendo mi comida del día. Toma la licorera para rellenarla y la coloca de nuevo en la mesa a mi lado.

—¿Algo más que necesite, señor Grey? —niego, pero permanece junto a mi escritorio—. ¿Desea que le sirva algo a la chica?

¿La chica?

Oh, si. Ana. Para ser una prisionera, es demasiado tranquila y olvido que está aquí en mi casa.

—Si. Llévalo a su habitación y que Prescott te ayude.

—Entendido, señor Grey. Serviré todo e iré a buscarla.

—¿Buscarla? ¿En donde? —miro a Gail dándole toda mi atención—. ¿En dónde carajos está la chica?

Mi ama de llaves vacila, dándose cuenta del pequeño desliz.

—En la biblioteca, señor Grey. La escuché preguntarle a Prescott si tenía algún libro para leer.

¿Un libro? ¿Ella cree que esto es un puto hotel de 5 estrellas?

Me levanto de la silla de un brinco, dirigiéndome al lugar que Gail mencionó y efectivamente Sam está recargado en la puerta, mirando el jodido móvil.

Se endereza cuando me ve y explica sin que se lo pida.

—La chica dijo que no podía descansar por el dolor, y me pidió algún libro para leer. La traje aquí.

Es una nimiedad, no debería molestarme pero lo hace. Tengo cosas más importantes qué hacer, pero aquí estoy, intrigado por lo que la temerosa chica podría estar haciendo.

Camino dentro y cierro la puerta detrás de mí, el sonido es suficiente para alertarla de mi presencia. Y justo como lo esperaba, está acurrucada en el sofá de la ventana con un pesado libro en sus manos.

Me está mirando, o al menos su cara está girada hacia mi, pero no distingo con claridad por la luz del sol detrás de ella. Es solo cuando me acerco un par de metros más que puedo ver la parte izquierda de su rostro completamente hinchada.

—Mierda... —apoyo dos dedos por debajo de su barbilla para girarle su rostro—. ¿Aplicaste hielo como te dije?

Su ojo azul resalta contra la masa amoratada. El puto Reynolds le dió duro con el puño.

—Si. Su ama de llaves me dió un par de aspirinas, pero no han hecho efecto.

—¿Y por eso estás aquí? ¿Leyendo? —pregunto, una curiosa manera de enfrentar el dolor.

Ana baja el rostro para ocultarse. Su actitud podrá ser sumisa, pero el fuego en sus ojos y el tono de su voz es exactamente lo contrario.

—Este es mi refugio imperturbable.

—¿Leyendo fantasía? ¿Amores instantáneos y finales felices? —sus cejas se fruncen en molestia por mi burla.

—Mundos donde la justicia prevalece, donde los buenos reciben las recompensas y los malos un castigo ejemplar.

Se da cuenta un poco tarde que me ha levantado la voz y eso me hace sonreír un poco. Cuando Elliot recién la trajo, ella se ocultó en actitud natural de sumisa, por lo que no llamó mi atención. Mis mujeres son complacientes por naturaleza.

Pero esta chica que me mira ahora, con el ojo amoratado y el pómulo hinchado tiene oscuridad en su mirada. Y el tipo de actitud que le traerán problemas.

—Si no cuidas tu tono, Reynolds y Elliot seguirán lastimándote.

Mis palabras la ofenden, deja el libro sobre la mesita y se incorpora con las manos en puños. Está furiosa, y seguro como la mierda que seguirá atacando a Elliot si tiene la oportunidad.

—De todas formas mi futuro es desfavorable, señor Grey. O su hermano me vende, o me da una paliza hasta la muerte. De cualquier forma he decidido luchar.

Chica estúpida.

Tal vez sea pequeña y frágil físicamente, pero su actitud y su lengua son tan peligrosas como la más afilada navaja. Y eso me hace sonreír un poco.

—No voy a animarte, o decirte qué hacer. Solo que te lo advertí.

Sus ojos azules sostienen ni mirada, negándose a someterse a su nuevo destino. Giro sobre mis talones y salgo de la biblioteca, un poco curioso por el fuego en sus ojos.

¿Quemará a Elliot, o el fuego la consumirá hasta los huesos?

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Labios Rojos (Color Venganza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora