Capítulo 13. Christian.

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Era la hora de la cena cuando regresé a la casona y lo primero en mi mente era beber un trago de whisky. Había lidiado con mucha mierda en las horas pasadas y simplemente necesitaba algo que me hiciera olvidarme de todo.

No lo logré.

Elliot está sentado en mi silla cuando abro la puerta, fumándose uno de mis costosos puros, con los jodidos pies sobre mi escritorio y la Macbook.

Imbécil.

—¿Qué mierda haces aquí? Quiero estar solo.

Empujo la silla para que quite su apestoso culo y se endereza, con una sonrisa tan grande que por un momento creo que ha estado fumando crack a mis espaldas... Otra vez.

—Christian, ¿Todavía estás molesto por lo de Taylor? —se deja caer en la silla frente a mi y da otra calada—. Te hice un maldito favor al encargarme de él porque obviamente no tuviste los huevos para eliminarlo tú mismo.

—Jodido imbécil. —me inclino sobre el escritorio para obligarlo a que me mire—. Sabes perfectamente que seré el primer señalado por su muerte. Tal vez no la policía, pero si por las personas en nuestro mundo. ¡Me has convertido en el siguiente objetivo!

Elliot se ríe.

—Exageras como siempre, hermano menor. Ahora los demás te temen, se mantendrán lejos de tu vista y se apartarán de tu camino. Es un ganar-ganar.

—¿Y qué obtienes tú? ¿Cuánto dinero te dio la chica?

Conozco a Elliot, es una maldita sabandija ambiciosa, hambrienta de dinero. No hizo esto por la bondad de su corazón.

—Esa maldita boca floja. —gruñe—. Apenas 500 mil y me debe la otra mitad. Cuando pueda llevar su culo flaco al club cobraré el resto.

No puedo más, quiero que se calle. Me siento en mi silla y tomo un vaso limpio de la bandeja, sirvo dos cubos de hielo y mi whisky favorito. Mis labios apenas tocan el cristal del vaso y ya puedo percibir el embriagante aroma.

—Dije que todavía no puedes llevártela.

La sonrisa de Elliot se extiende de un solo lado, elevando la comisura y dándole un aire macabro. Bajo al vaso lentamente para mirarlo.

—Te escuché. La puta no puede salir de aquí hasta que sane. Si lo hace...

Algo en su tono no me gusta, me pongo de pie en ese instante e inhalo para controlar las ganas de arrancarle la jodida cabeza a mi hermano.

—¿Qué hiciste? —su maldita risa se hace más fuerte—. Jodida mierda, Elliot, ¿Qué hiciste?

Toma otra profunda calada de mi puro y hace un gesto con él, sin mirarme y tratando de lucir despreocupado.

—Le enseñé su maldito lugar aquí, eso hice. Y deberías darme las gracias, Christian. La perra se está metiendo bajo tu piel y te clavará las garras cuando menos lo esperes.

Lo único que escucho de todo su puto discurso es la parte de enseñarle su lugar, y si es lo que creo, voy a fallarle a Grace y lastimar a su precioso hijo.

Salgo del estudio deprisa y voy por el pasillo, mi presencia alertando a Prescott y a Reynolds en su oficina de vigilancia. Giro la perilla para abrir la puerta de la habitación donde la tienen encerrada, pero no cede.

—Ábrela —ordeno a Samuel.

Él gira para pedir la llave a Reynolds, que la saca a regañadientes del bolsillo. Me aparto solo para que Prescott abra, luego voy dentro de la pequeña habitación que apenas tiene una cama. Está a oscuras porque carece de una ventana, así que busco a tientas el interruptor.

Cuando lo alcanzo y el foco ilumina todo, veo la pequeña figura de Ana sentada a los pies de la cama, justo en el rincón de la habitación. El cabello castaño le cubre el rostro, pero lo que más me alarma es que no se mueve.

—¿Ana? —la llamo mientras me acerco—. ¿Por qué estás aquí?

Apoyo las manos en sus mejillas y la enderezo para mirarla, percibiendo ahora con claridad el hilo rojo de sangre escurriendo por su nariz. No solo eso, su otro ojo también está oscuro e hinchado, moretones recorriendo su cuello y brazos.

—Ese maldito imbécil. —gruño, pero trato de tomarla en mis brazos con cuidado para levantarla.

Su cabeza cae contra mi pecho, totalmente inconciente y me pregunto cuánto tiempo ha estado así. En lugar de ponerla en la cama, salgo de la habitación.

Me dirijo primero a Prescott.

—Llama al doctor, que venga aquí en este instante.

Él asiente y toma el móvil, no me sigue mientras llevo a la chica por las escaleras y hacia la habitación de invitados junto a la mía. La dejo en la cama con cuidado, asegurándome rápidamente que aún respira y salgo de ahí, sin querer ver el resto del daño.

Bajo las escaleras furioso, solo deteniéndome en la mesita de la entrada para tomar mi arma y me dirijo a mi estudio apuntándola alto.

—Te dije que no la tocaras. —apoyo la pistola en la sien de Elliot—. Jodidamente te dije que no la lastimaras.

Él actúa como si no estuviera a segundos de apretar el puto gatillo.

—Eh, no. Dijiste que no la podía vender así. Y estoy de acuerdo, cuando se vea mejor la llevaré para cerrar un trato.

Bajo el arma y empujo su pecho con tanta fuerza que topa contra la pared. Todo el escándalo provocando que Reynolds y Prescott se detengan en la puerta para mirarnos.

—Sal de mi puta vista. ¡Lárgate Elliot!

—Christian, ¿Por qué? ¡Soy tu hermano!

—¡Vete! —señalo a Reynolds—. Ambos, lárguense de una jodida vez de mi casa.

Prescott empuja a Reynolds y toma el brazo de Elliot, siguiendo mis órdenes de sacarlos. No estoy de jodido humor para ver sus putas caras.

Cuando ambos han salido de mi vista y de mi hogar, es que camino de vuelta a la habitación y me detengo en la puerta. Gail ya está aquí limpiando la sangre seca de su rostro.

—El doctor ya viene en camino. —le aseguro, más a Ana que a la señora Jones.

Mierda.

Le dije que estaría a salvo bajo mi techo, y fui incapaz de preveer el peligro que representa Elliot. Le prometí algo que no pude cumplir y eso me enoja, porque mi hermano actuó contra mis malditas órdenes.

Otra vez.

Labios Rojos (Color Venganza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora