Capítulo 24.

1.1K 216 19
                                    

Bebo otro sorbo de mi copa para apaciguar el ardor en mis mejillas, de esa forma puedo culpar al alcohol y no a las sucias palabras que salen de su boca.

No entiendo cómo en tan pocos días este hombre puede despertar en mi una parte que creí dormida, porque nunca sentí este tipo de atracción por nadie.

Por supuesto, Ray estaba feliz al respecto.

—Entonces... Este lugar te pertenece. —intento llenar los silencios con temas al azar—. Eres un gran empresario.

—Lo soy. —contesta sin duda.

Miro a nuestro alrededor para admirar la decoración tan maravillosa, puesta ahí para halagar a los comensales y hacerlos sentir bien, algo que Elliot jamás podría lograr.

Antes de que otra pregunta curiosa salga de mi boca, reconozco a la rubia en el apretado vestido verde que le sonríe a un hombre canoso. Ella debe sentir mi mirada porque voltea.

—Yo... Eh, tengo qué ir al tocador. —balbuceo, dejando la copa sobre la mesa.

Christian frunce las cejas pero no dice nada y me permite levantarme, por supuesto siendo seguida por el amigable Prescott desde una distancia discreta.

La rubia nota que me dirijo hacia ella y se levanta de un brinco de su silla, haciendo una pequeña reverencia al hombre y caminando rápidamente por entre las mesas.

¿Está huyendo de mi?

Se dirige al pasillo de los sanitarios y me mira una vez antes de cruzar la puerta. Está ahí, con los brazos cruzados esperándome cuando entro.

—Hey. —intento parecer calmada—. Quiero agradecerte por el consejo, ¡Realmente funcionó!

Una sola ceja se eleva en su frente.

—Por supuesto que funcionó, niña. Yo lo sé todo sobre los hombres.

Oh, vaya... Ese tipo de información me sería muy útil en el futuro.

—Lo sé, por eso quiero darte las gracias, nadie me había ayudado como tú lo hiciste. —aunque sus métodos son moralmente cuestionables—. Ahora me serviría mucho saber cómo hacer que Christian me deje ir.

Ambas cejas finas se arquean, y tengo que decir que Elena parece genuinamente curiosa por mi situación.

—¿Ya quieres irte? Carajo, niña, si hiciste que te diera parte de su fortuna, deberías compartir el secreto.

No entiendo.

—¿Por qué debería tener algo de su dinero? Soy yo quien está en deuda con él, no quiero deberle más.

Ella hace un gesto con la cabeza y se gira para enfrentar el espejo del lavamanos, viéndome a través del reflejo.

—¿Para qué quieres dinero? —gruñe con fastidio—. ¿Para qué crees que podrías necesitar el jodido dinero de Christian?

Me mira con insistencia y yo me siento aliviada de haberle contado mi situación, me viene tener algo de guía. Sé que quiere un respuesta, pero nada lógico se me ocurre y comienzo a balbucear palabras a medias, todas al azar esperando llegar a algún punto.

—Dinero, niña. Sobrevivir. Quieres tu libertad y para eso necesitas dinero, para sobrevivir poniendo un plato de comida en tu mesa y un jodido techo sobre ti. Por eso.

—Pero obtener más dinero de Christian me parece bajo, incluso para alguien como él. —aunque su dinero se deba a sus actividades ilícitas, sigue siendo suyo y no quiero provocar su ira.

—¿Tienes un mejor plan? Porque hasta donde sé, no tienes un solo centavo a tu nombre. Y no se vive de amor. Necesitas plata si quieres sobrevivir en este mundo.

Bueno, tiene razón. No lo había pensado, pero no quiero terminar viviendo en la calle, mendigando comida. Podría vivir en algún albergue el tiempo suficiente para conseguir un trabajo, probablemente muy muy lejos de Seattle.

—Eres muy ingenua, lo que solo podría significar que fuiste una niña muy protegida o muy tonta. —me mira de arriba a abajo y suspira—. Y justo ahora voy con lo de ser tonta.

Rayos. Tal vez si lo soy, después de todo, esta mujer es lo más cercano que he tenido a una amiga. Me recargo en el lavamanos a su lado.

—¿Qué sugieres que haga?

Toma el bolso de mano diminuto que lleva y rebusca entre las cosas por un labial rojo ciruela oscuro que hace sus labios luzcan más gruesos. Se lo aplica con mucho cuidado.

—En primer lugar, no te apresures por correr lejos del señor Grey. Deja que te consienta, sé su compañía y gánate algunos hermosos obsequios, de preferencia joyas costosas que luego podrías vender para tener algunos dólares. —eso tiene bastante sentido—. Para Christian el dinero no es importante, solo acepta todo lo que te ofrezca y míralo como una oportunidad para ti.

—¿Crees que lo haga? ¿Darme joyas y eso?

—Si. —se toca distraídamente el pendiente esmeralda de su oreja—. No seas una loca, no lo presiones... Lo que sea que estés haciendo, sigue. Dudo mucho que te trajera aquí a cenar si pensara deshacerse de ti.

—Cierto.

Termina de retocarse el peinado en el espejo y se gira para salir, conmigo caminando un poco por detrás de ella. Apenas he dado algunos pasos cuando se gira para mirarme.

—Y por Dios, reconsidera el asunto de aumentarte los senos, casi creí que eras un chico.

Doy un vistazo rápido a la parte frontal de mi vestido, no es del todo liso porque la insinuación de mis tetas está ahí. Tal vez solo lo dijo para molestarme, pero mis manos suben para cubrir mis pequeños senos.

Prescott está junto a la puerta del baño, sus ojos siguiendo el movimiento de la rubia por el pasillo de vuelta al salón.

—¿La conoces? —pregunto con genuina curiosidad y él suspira.

—Desafortunadamente.

Oh.

Supongo que hay algo de amor no correspondido por ahí. Levanto la cabeza y camino de vuelta a mi mesa, escuchando los pasos de Prescott detrás de mí.

—¿Todo bien? —es el turno de Christian de mirar alrededor.

—Si.

Coloco la servilleta sobre mi regazo y veo los platos servidos, todos luciendo tan apetitosos que se me hace agua la boca.

—Nuestra primera salida y ya es la mejor noche de mi vida. —digo, pinchando el trozo de carne con el tenedor.

Christian frunce las cejas, tomándose el tiempo de cortar primero todo el filete.

—¿Esta es la mejor noche de tu vida? ¿Una cena? —se señala—. ¿Perdí contra un trozo de carne?

—Uno muy delicioso. —respondo, pero el extraño brillo en sus ojos me dicen que se refiere a otra cosa.

Oh, Dios. El calor en mi vientre regresó y siento una parte muy íntima palpitar de anticipación.

—No me gusta perder, señorita Steele, así que voy por la revancha.

.
.
.

Labios Rojos (Color Venganza #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora