Acompañemos a La Luna [libro 1 MLB] ✔︎

XII. "Aquí Estamos: Volando Juntos"

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Adrien.

—Es azul.

—Es violeta.

—Azul.

—Violeta.

—Frederick, ¿esas flores son azules o violetas?

—Yo las veo moradas —Marinette suelta un bufido y se aleja de él. —¿Qué? —Pregunta Frederick sin entender su molestia.

Yo reí.

—Son violetas. Ni azules ni moradas. Violetas —Sentencia sentándose bruscamente contra el respaldo del asiento.

—Ya. No entiendo por qué discutimos sobre el color de unas flores —menciono divertido.

—Es que son unos daltónicos —Ambos reímos y Frederick la observa por el retrovisor.

—Son moradas —le dice en un tono burlesco.

Rodé los ojos divertido por la situación y sonreí mirando el paisaje que dejábamos atrás mientras Marinette seguía discutiendo con Frederick.

Dentro de 10 minutos estaríamos en Meaux, tendría una sesión de fotos cortas con estilo victoriano para una línea de ropa de la empresa y luego iría a pasear con Marinette.

Me sentía preparado para lo que estaba por hacer. Estar lejos de papá me hacía sentir menos miedo y más valiente, por loco que sonara, me sentía libre y feliz.

Veía en color, había dejado de ver matices grises y negros, para ver la colorida vida en Paris que Marinette había pintado. Y sabía que quería seguir viendo colores con ella, quería que siguiera siendo mi compañía.

Cuando llegamos al campo donde se llevaría a cabo la sesión, Marinette bajó emocionada del auto y corrió al puente que atravesaba el rio Marne.

—¡Adrien, mira que hermoso es esto! —Me gritó emocionada abriendo sus brazos para recibir todo el viento fresco que corría. Las temperaturas bajas ya comenzaban a notarse, la brisa otoñal cubría el pueblo.

Meaux era hermoso, disfruté mucho del paisaje, las casas con un estilo antiguo, los tejados de colores, los puentes de madera, todo era muy lindo.

Me acerqué a Marinette mientras el equipo arreglaba todo para la sesión.

—¿Habías venido antes? —Le pregunté ubicándome a su lado.

Marinette abrió sus ojos relajada y sonrió.

—Sí, vine algunas veces cuando era pequeña, acompañaba a papá a dejar pedidos, cuando la pastelería aún no era una enorme cadena de repostería internacional. También vinimos a pasar una vez un fin de semana acampando —Me contó sonriente.

—Eso suena interesante.

—¿Has acampado alguna vez? —Negué.

Marinette tenía una familia preciosa, y hacían cosas tan divertidas, que a veces me daba algo de envidia.

De la buena, claro.

—Nunca.

—Comienzo a pensar que para que hagamos todo lo que estás perdiendo de la buena vida, necesitaremos volver a nacer —Solté una risita y coloqué mi mano sobre la de ella en el barandal del puente.

—No hay problema en ello, yo estoy volviendo a nacer, a tu lado—Sus mejillas se tornaron de rojo, y pellizqué una de ellas.

Marinette rio.