Capítulo final

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Cad.

Mi adolescencia me enseñó algo, algo que no te enseña el instituto, ni tampoco nadie. Amor propio. Un día, me miré a mi misma, cogí impulso desde donde no creía tenerlo porque sabía que debía hacerlo. No lo iba a conseguir, al menos no ahora. Fingía que estaba bien, pero no estaba bien. Yo no estaba bien. Sabía que no lo estaba. Sentía como mi cuerpo estaba ahí pero mi mente viajaba a otro lugar. Un mar de inseguridades. Así lo llamaba yo. No estaba mal por lo que Justina me había dicho. Estaba mal yo, yo conmigo misma. No estaba a gusto conmigo misma. Y estaba empezando a aceptarlo. Nunca creí que esto iba a pasarme, pero no se trata de si eres más fuerte o más débil, se trataba de mi salud mental. Lo único que me apetecía era pasarme el día en la cama y eso no es sano, no lo es para nadie. No me valoraba. No lo hacía. Habían tenido que pasar todas estas cosas para que haya podido darme cuenta. Sigo sin comprender por qué, pero es así. Es un hecho. No le deseo esta sensación de insuficiencia a nadie. Ni a mi peor enemigo. Sentir que te rompes por dentro cuando intentas aparentar que todo va bien, es la peor sensación que podría sentir alguien. Y solo podía solucionarlo alguien. Yo misma. Tengo que quererme a mí misma. Valorarme y aceptarme. 

Dani fue ese, ese pequeña gota que me hizo darme cuenta la enorme falta de amor propio que cargaba a mi espalda. Daniel me gustaba, vaya si lo hacía. Con el tiempo me di cuenta de que realmente me había enamorado de una persona que se merecía todo lo que yo no podía ofrecerle. No tenía seguridad en mí misma como para hacerlo.

Olivia fue ese respiro que me alentaba, me ayudaba e intentaba comprenderme. Era un soplo de aire fresco.

Jesús no comprendí mucho hasta que nos hicimos algo más amigos que antes. 

El instituto no es una etapa fácil, ser adolescente no es fácil y una falta de autoestima no es algo temporal. Los adolescentes si tenemos problemas reales aunque cueste creerlo.

Me peiné el cabello mientras me miraba al espejo y me sonreí. Desde que terminé el instituto, habían pasado dos años. Dos años donde decidí alejarme de ese lugar donde había crecido y vivido durante toda mi vida. Miré mi móvil Olivia estaba a punto de llegar a mi casa a recogerme. Escuché el timbre y bajé la pequeña escalera de mi casa, mamá había salido con la madre de Olivia para hacer no sé qué. Abrí la puerta con una sonrisa y mi mirada chocó con la mirada color marrón que no esperaba encontrarme al abrir esa puerta. Parpadeé y visualicé a Daniel, estaba plantado frente a mí repasándome con la mirada. Llevaba una camiseta blanca que dejaba ver muchos de los tatuajes que se había hecho en estos dos años y unos pantalones de pitillo negros. Su barba y sus facciones lo hacían más adulto y aún más atractivo.

- Hola -dijo y tragué saliva-

Su voz, dios.

- Hola -conseguí murmurar por fin-

- ¿Puedo pasar? -preguntó y me dedicó una sonrisa-

Su sonrisa, por el amor de dios.

Asentí y pasó al interior de mi casa, cerré la puerta cuando él ya estaba dentro. Se me hacía tan raro volver a verlo aquí. Dos años dan para mucho, para muchísimo. Continuamos hablando aunque en el último medio año perdimos el contacto. Jesús me contó que tardó casi un año en volver a quedar con alguien, se volvió mucho más frío y no se planteaba volver a tener nada serio con nadie.

- ¿Puedo abrazarte? -me preguntó algo tímido y asentí con media sonrisa-

Me rodeó con sus brazos por mi cintura. Solté un gran suspiro de alivio al volver a sentir su contacto. Sonreí inconscientemente al poner yo mis brazos sobre sus hombros. Lo había echado de menos. Muchísimo.

Nos separamos unos segundos después y me apartó un mechón de mi cara.

- Así que has vuelto -dijo y le sonreí-

Jugar con fuego {Gemeliers}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora