𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 15 - 𝓟𝓪𝓵𝓪𝓫𝓻𝓪𝓼

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Sentada a la mesa en la cocina de la casa de Leon, Jill se sonó la nariz, que llevaba roja como un pimiento. Miró con ojos llorosos a Claire, quien no sabía cómo consolarla.

—Él ya no me habla, Claire, si no es durante las misiones en las que yo trabajo bajo sus órdenes —la castaña se lamentó mirándola desesperada.

—Él te ha pedido perdón de todos los modos posibles, incluso te ha pedido que te cases con él. Y tú llevas dándole calabazas durante casi tres meses. No me extraña que él se haya rendido —Claire respondió con mirada seria.

—Pero es que no estuvo bien lo que hizo...

—Lo sé...

—Y se peleó con Leon, quien estaba herido...

—No te preocupes por Leon. Él sabe sacarse las castañas del fuego solo a la perfección. Además, ya has visto qué bien ambos se llevan ahora... Así que, habla tan sólo por ti misma —le dejó claro tajante.

Como si el hecho de haber pronunciado su nombre hubiera servido para invocar su presencia, el rubio entró a la cocina con pasos alegres. Iba descalzo, vestido con unos vaqueros desgastados y una camiseta de manga corta ceñida a su cuerpo. Al verlas, les sonrió.

—Siento molestaros, chicas. Hola, Jill —la saludó.

Abrió la nevera y sacó un bote de cerveza y un refresco, e iba a marcharse cuando Claire se lo impidió.

—Leon Scott Kennedy: tú todavía estás tomando antibióticos para que tu herida termine de encarnar bien y no se infecte. Deja ahí esa cerveza inmediatamente —le ordenó mirándolo con indignación.

—Menudo susto me has dado —él respondió tranquilamente, sonriente—. He creído que había matado a alguien sin darme cuenta o algo peor —se burló.

Se acercó a ella y le dio un beso cariñoso.

—Esta cerveza es para Chris —le aclaró.

—¿Mi hermano está aquí? —la pelirroja quiso saber, sorprendida. Miró a Jill de reojo, preocupada.

—Él acaba de llegar. No os molesto más.

Volvió a besarla divertido, le guiñó un ojo con picardía, cogió los dos botes y se marchó.

—Él está aquí... —Jill musitó con angustia—. Y rompió a llorar de nuevo.

Claire, pensativa, la observó en silencio.


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—Jill estaba llorando —Leon dijo a su cuñado en la sala de estar tras ofrecerle el bote de cerveza, que él cogió con tanta fuerza, que estuvo a punto de hacerlo explotar.

—¡Joder, tío! ¡No puedo entender a las mujeres! —exclamó frustrado—. Desde que ella me dejó, me ha pateado el culo todas las veces que ha podido, y más. Me he humillado, me he arrastrado ante ella... Y nada. ¿Se puede saber qué cojones quiere de mí? —le preguntó mirándolo con furia.

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