𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 12 - 𝓓𝓾𝓵𝓬𝓮 𝓻𝓮𝓮𝓷𝓬𝓾𝓮𝓷𝓽𝓻𝓸

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Jill miró ojiplática a Claire. La pelirroja acababa de echar a su pareja, Leon Kennedy, el mismísimo dueño de la casa, con cajas destempladas. Y también a su propio hermano. Era cierto que ambos se habían comportado como dos descerebrados. ero reconoció que, desde luego, su amiga tenía los ovarios bien puestos.

Suspirando con cansancio, Claire negó abatida con la cabeza. Y después abrió la puerta de la casa con intención de comprobar si aquellos dos cavernícolas ya habían bajado los humos, para dejarlos regresar dentro. Sin embargo, cuando salió al jardín quedó sorprendida; allí no había nadie, absolutamente nadie. Aquella sensación de alarma que la había invadido durante todo el día la abordó con fuerza de nuevo.

Preocupada, cogió el teléfono móvil y llamó a Leon. El móvil sonó insistente una y otra vez, , pero nadie cogió la llamada. Desesperada, llamó a su hermano rogando para sus adentros que él sí la atendiera.

—Claire... —sonó la voz seria de Chris.

—¿Dónde estás, Chris? ¿Sabes dónde está Leon? —exigió saber enfadada.

—No te preocupes, ¿vale? —le pidió.

Para Claire, quien bien lo conocía, se notaba que él estaba muy preocupado; algo muy grave estaba pasando. Y su hermano se negaba a contarle qué era.

—¿Cómo que no me preocupe? ¿Qué narices está pasando? —le gritó comenzando a asustarse.

—Él y yo estamos tomando unas cervezas en un bar, tenemos algunas cosas de las que hablar. Así que, volveremos dentro de una hora más o menos —anunció. Y sin dar oportunidad a su hermana para replicar, colgó la llamada.

—¡Chris! ¡Chris! ¡No se te ocurra colg...!

Pero ya era tarde. Bajo la atenta mirada de Jill, quien había salido tras ella, llamó a su hermano de nuevo, pero él no le respondió.


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—Gracias —Leon dijo al moreno tumbado en una camilla en el hospital St. Jones.

Un médico estaba curando su herida concentrado en su tarea.

El moreno asintió en silencio con la cabeza.

—Maldición, Leon —el médico dijo indignado—. Tan sólo te dejé marchar porque me prometiste que te cuidarías. ¿Qué demonios has hecho, pelearte con un rinoceronte? —le reprochó mirándolo con cabreo.

—Algo así —él respondió con una sonrisa. Y miró a Chris de reojo, divertido.

El capitán soltó un gruñido por lo bajo, pero calló.

—Pues a mí no me hace ninguna gracia. En cuanto acabe de ponerte las grapas de nuevo, voy a ir a formalizar tu ingreso en el hospital. Tú, de aquí no te mueves —le dejó claro tajante.

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