𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 1 - 𝓝𝓸 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓸 𝓬𝓻𝓮𝓮𝓻𝓵𝓸

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Desde donde Leon se encontraba, podía contemplar las plácidas aguas de Mirror Lake, ahora solitario, a la perfección. La vista era sencillamente espectacular, pero a él no le importaba. Había ido a aquel lugar paradisíaco en temporada baja, precisamente, para estar solo, a sus anchas: sin misiones molestas y desesperadas, sin trajes, y sin esa fastidiosa metomentodo de Claire Redfield cerca. 

Esa mujer lo exasperaba como ninguna otra lo había hecho jamás. Desde la última pelea que ambos mantuvieron, cuando ella le exigió que le permitiese hacer una copia del chip que contenía la información de todo el oscuro y trágico asunto sucedido en Penamstan, y él se negó rotundo, no había sido capaz de arrancársela de la cabeza. Y ya había transcurrido todo un mes desde ese maldito momento. Ni siquiera la ginebra que estaba bebiendo a palo seco lo había conseguido. 

Vació lo que quedaba de la botella en un vaso que apuró de un solo trago. Con fastidio, hizo una señal a la camarera del restaurante de aquel recóndito y tranquilo hotel para que le trajese otra en la que poder ahogar el recuerdo de aquellos ágiles brazos femeninos, de la calidez de aquel cuerpo delgado y esbelto, de aquel cabello de fuego... Y de aquellos bellos ojos que siempre lo miraban con superioridad y últimamente también con desprecio.

Él, por fin, estaba de vacaciones. Y no iba a permitir que nada, ni nadie, le impidiese regodearse miserablemente en la autocompasión, si le apetecía; se lo había ganado. Se había ganado poder elegir por tan sólo una puta semana qué hacer con su vida, así fuera destrozarla.

Con firmeza, cogió la botella llena de ginebra que la camarera acababa de entregarle y llenó un vaso del líquido transparente hasta los bordes. Casi se atragantó al intentar beberlo cuando una voz demasiado conocida lo abordó por la espalda.

—¿Leon? —La voz musical de Claire Redfield, Claire Redfield nada menos, se hizo escuchar tras él.

—No me jodas... ¿En serio? —se dijo por lo bajo con fastidio, e hizo como si nada hubiese escuchado. Apuró el vaso de ginebra con rabia. Y lo dejó en la mesa con un golpe fuerte y seco evidentemente hostil.

—¿Leon? —escuchó de nuevo la voz insistente.

La mujer, atónita e incrédula, se puso a su lado y lo observó.

—Claire Redfield, la activista —él afirmó con cierto desdén en su voz. Por fin, se dignó a dirigirle una mirada aburrida, de desinterés.

—Leon, estás borracho... —ella afirmó juzgándolo duramente con la mirada.

—Está claro que no lo suficiente —respondió con descaro.

—¿Qué haces aquí?

—¿No es evidente? —Llenó el vaso de ginebra, de nuevo, e iba a apurarlo de golpe cuando la fina mano de la pelirroja se lo impidió deteniendo la suya con firmeza—. No te atrevas a juzgarme —le advirtió traspasando sus ojos con una mirada llena de fuego. Airado, se deshizo del agarre de su mano y se bebió el vaso, arrogante.

Se sintió juzgado y condenado de nuevo por esa mirada de ojos azules que lo llevaba por la calle de la amargura. Así que, se la mantuvo con dureza, desafiante.

—Está visto que no quieres compañía en este momento —ella afirmó con orgullo—. Voy a hospedarme aquí durante toda esta semana. Si en algún momento decides dejar de ser un capullo arrogante, avísame. Me gustaría que hablásemos.

Sin añadir nada más, le dio la espalda y se marchó por donde había venido.

Él la observó alejarse con ojos desorbitados por la sorpresa. ¿Había dicho toda una semana? ¿En el mismo hotel donde él se hospedaba? ¿Acaso el mundo lo odiaba?, se preguntó incrédulo y cabreado. Se vio tentado de llamar a la Agencia a ver si tenían una misión para él que lo llevase a tomar viento, por decirlo finamente. Pero no iba a dar el gusto a esa niñata metomentodo, sabionda y engreída, de que le jodiera las vacaciones. Él había llegado primero. Así que, si no le gustaba lo que veía, quizá fuese ella quien debiera largarse de allí.

Aquel encuentro totalmente inesperado le había agriado el carácter todavía más, y le había jodido el momento. Frustrado, dio un fuerte puñetazo sobre la mesa, que asustó a la camarera. Se puso en pie, cogió la botella de ginebra y se dirigió a la barra del bar. Pagó lo que debía, de sobra. Y se largó. Sin embargo, cuando entró en su habitación de la segunda planta del hotel dejó caer la botella en la papelera; ya no tenía ganas de beber, ya no quería desaparecer de la faz de la tierra... Tan sólo quería volver a verla como un desesperado. 

La había visto vestida prácticamente igual que durante su último encuentro —que durante su pelea—: con esa cazadora roja como el fuego al que su más que atractivo cuerpo se había grabado con fuerza en su mente y en su corazón; sin él desearlo, sin quererlo. Furioso consigo mismo, se desvistió y se metió en la ducha. No supo cuánto tiempo permaneció bajo el agua ni le importó. El agua caliente, casi ardiendo, unida a la ingente cantidad de alcohol que llevaba en el cuerpo, lograron sumirlo en un cómodo sopor. Así que, completamente desnudo y todavía mojado, salió de la ducha y se dejó caer en la cama durmiéndose al instante.

En su propia habitación situada en la primera planta, Claire buscó pensativa su mirada decidida en el espejo. Por supuesto que sabía que iba a encontrarse con Leon, pero lo último que había esperado era encontrarlo borracho como una cuba. Había acudido allí, desesperada, con la clara intención de matar un deseo, un sentimiento, de enterrarlo bajo toneladas de razones y de motivos en contra de su existencia, para volver a tener paz; para volver a vivir. Y si él continuaba comportándose como un borracho arrogante, despótico, soberbio y desdeñoso, iba a resultar demasiado fácil y rápido hallar todos esos motivos, y muchos más.

 Aun así, no pudo evitar recordar ese cuerpo desesperadamente atractivo, musculoso, cubierto tan sólo por una camiseta de cuello de pico negra, ceñida a sus más que bien formados músculos, sobre unos vaqueros ajustados y unas zapatillas de deporte de aspecto desaliñado. Y esos ojos intensos del color del océano más puro, ahondando en su rostro, en su propia mirada, hasta llegar a su alma. 

Aquello no había sido más que el primer asalto, se dejó claro a sí misma dedicándose una mirada de reproche a través del espejo. Se había jurado que Leon Scott Kennedy podría continuar tratándola como a una niña por el resto de sus vidas, si es lo que él quería; pero a ella ya no le importaría. Ella se marcharía de aquel lugar habiendo logrado su objetivo; no podía ser de otra manera. 

Intentando serenarse, se cambió los vaqueros ajustados y la camisa blanca y ceñida por un minúsculo camisón casi transparente mucho más cómodo. Se tumbó en la cama abrazada a la almohada y dejó que su mente volara libre intentando atrapar el sueño. En cualquier otro momento le habría indignado que sus pensamientos rebeldes imaginasen a un agente federal rubio, guapo y sexy como nadie, desnudo en su cama, más y más pegado a ella por momentos. Pero entre la espesa bruma que separa la vigilia del sueño, aquella imagen no le pareció indignante sino peligrosamente atractiva.

♥ 𝓞𝓓𝓘𝓞 𝓠𝓤𝓔𝓡𝓔𝓡𝓣𝓔 ♥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora