Capítulo 23

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El camino hacia la casa de su abuelo se hizo eterno, la tensión que había en el ambiente era impresionante. Lucas buscaba una manera de calmar todo entre los dos, mientras que Aina se encontraba en un silencio absoluto, sólo miraba por la ventana para así poder evitar la vista del pelinegro.

El silencio abrigaba el espacio entre el par de chicos en el auto, el sonido ausente de sus voces era reemplazada por sus respiraciones, mientras que sus ojos gritaban todo lo que sus labios callaban.

Lucas con un poco de temor acercó su mano derecha hacia la de la menor y no fue hasta tenerla encima de esta que no se atrevió en mover su rostro para verla.

Aina tardó unos segundos que parecieron minutos en reaccionar ante su tacto, y en vez de alejarla, abrió la suya y entrelazó sus dedos con los de él dejando que el viento se llevara toda la molestia que hace un momento pudo haber habitado en su interior.

Estuvieron el resto del camino con las manos tomadas y con voz apagada, dejando que solo el aire hablara por los dos.

Por primera vez estuvieron juntos sin gritar, sin discutir, sin rodar ojos y sin aire de suficiencia, solamente un par de chicos necesitados de la otra persona siendo acogidos por su estar.

Al estar a una cuadra de la casa de su abuelo Aina fue la primera en hablar, girando su rostro para mirarlo fijamente, todo sin soltar aún su mano.

—Hoy prepararé salmón al horno acompañado de una salsa de crema de leche con patatas, calabaza y espinacas, si quieres puedes quedarte a comer con nosotros.

—Sería un placer ver como quemas la cocina. —respondió el chico con una sonrisa mirándola rápidamente para volver su vista hacia el camino.

—Que gracioso, que gracioso —dijo Aina de forma sarcástica mientras que rodaba los ojos.

Lucas reventó en una carcajada por su actitud y le apretó un poco la mano. Para Aina era extraño esa acción que había hecho el pelinegro y más extraño era que lo había aceptado. No era la persona más afectuosa del planeta, y ahora iba hacia la casa de sus abuelos con la mano entrelazada en la del mismísimo invasor de mesas con nombres de propietarios tachado en letra mayúscula de forma imaginaria llamado Lucas, ser completamente terco, estresante y arrogante.

Al estacionarse frente a la casa, Aina le suelta la mano mirando hacia ella. Al hacer tal acción un vacío extraño se sintió dentro de la menor y tratando de esquivar cualquier sentimiento salió rápidamente del auto sin darle tiempo al pelinegro de apagarlo.

Al ir caminando rápido hacia la entrada de la casa, Aina no se percató de donde estaba pisando, tropezando así con un escalón, su rostro inmediatamente se transformó en el mismo tomate y sus manos como su pantalón se ensuciaron por completo, en otra parte se encontraba un pelinegro riendo a carcajadas en cantidades industriales frente a la chica.

—Es la entrada más triunfal que he visto en toda mi vida —le dijo aún riéndose y extendiendo su mano para que se levantara.

Aina lo miró e inmediatamente rodó sus ojos para luego ignorar la mano extendida del pelinegro y levantarse ella misma. Él negó con la cabeza sin quitar la sonrisa en su rostro y se alejó un poco para darle espacio de abrir la puerta de la casa.

Al entrar, Aina inmediatamente cerró los ojos por el olor que impregnaba dentro de la estancia, estaba disfrutando de la misma forma que hacía al levantar el cubierto lleno de comida y olerlo antes de meterlo en su boca. Lucas se giró a mirarla y la sonrisa de hace un instante seguía ahí, para él la vista era igual de maravillosa que para Aina lo era el aroma del lugar —y los libros—, ella abrió los ojos y se percató de que estaba siendo observada, hizo lo mismo, sin embargo, su mirada era graciosa, ya que la mirada molesta que intentaba hacer no lo lograba, ni un poco, causando que el mayor riera sobre la música que abrigaba el lugar.

Noches Efímeras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora