Capítulo 31

11 3 2
                                    

—Aina, ¿Estás lista? Ya es hora de irnos —llamó su abuelo mientras bajaba las escaleras y se encaminaba a verse en el enorme espejo que se hallaba en la sala de estar.

Pasó un rato y no obtuvo respuesta alguna de la menor, terminó de acomodarse la corbata y decidió volver a llamar.

—¡Aina se hará tarde y el camino es largo!

Siguió sin tener una respuesta, suspiró y decidió emprender su camino de vuelta hacia las escaleras para poder dirigirse a la habitación de la menor.

Antes de tocar la puerta se detuvo esperando escuchar algún ruido adentro, sin embargo, la estancia se encontraba en un silencio absoluto e imperturbable, suspiró y dio varios pequeños, pero audibles toques a la puerta.

Esperó un rato más, pero seguía sin responderle. Desistió y decidió entrar por él mismo.

—Aina, ¿Estás lista? Ya es tarde.

La habitación se encontraba a oscuras y en un completo orden. Su abuelo por un momento no comprendió lo que estaba sucediendo hasta que giró su rostro en dirección al armario.

Suspiró con fuerza y en pasos lentos, pero decidido se fue acercando lentamente.

—¿Puedo entrar? Princesa.

Seguía sin tener una respuesta, sin embargo, escuchaba su respiración fuerte y agitada.

Tomó el pomo y con suavidad lo abrió dando espacio a su vista a una pequeña, ahora grande Aina hecha un ovillo al fondo de su viejo armario.

Cerró los ojos por un corto instante dando a su vez un pequeño suspiro. Él sabía porque se escondía, él sabía mejor que nadie a lo que dentro de pocas horas se iba a enfrentar. El pasado, los gritos, los sollozos, el silencio absoluto y el rojo color de la sangre salpicando cada recuadro de sus recuerdos.

Se acercó hasta estar lo suficientemente cerca como para agacharse y tomar su rostro, miró lo que había a su alrededor y separando algunas cajas tomó asiento en el frío suelo junto a ella.

Tomó sus manos y acercó su cabeza a su pecho mientras con su brazo la cubría para protegerla de todo lo que la carcomía por dentro, como en los viejos tiempos.

—Ya es hora pequeña, no puedes huir para siempre, las cosas por más dolorosas que sean se deben enfrentar, es la única manera de acabar con todo lo que por dentro te está matando, sino lo haces en un futuro explotarás y será peor, mucho peor.

Aina no respondió, solo quedó ahí, perdida dentro de sí, respirando de forma agitada y deseando ser tragada por la mismísima tierra. Siendo una cobarde.

—Vamos, arriésgate, no estarás sola, no vas a pasar por esto sola. Yo estaré junto a ti en todo momento y te aseguro que Assa a pesar de no saber nada también lo estará y Pol aún cuando es su día permanecerá.

La menor levantó su rostro, sus ojos reflejaban temor, sus labios ahogaban dolor y su alma mostraba cansancio. Era toda una obra abstracta, difícil de entrar a él, fácil de pasar por él.

—Vamos, Pol te necesita y tú necesitas dejar ir —le dijo mientras se levantaba y le ofrecía su mano derecha para que la menor pudiese dejar su viejo escondite por un tiempo —. Estarás bien, te lo prometo.

Ella accedió y reflejando una corta y dolorosa sonrisa llena de lágrimas salió a afrontar sus más profundos y torturadores monstruos.

—Creo que debo arreglar este desastre —dijo por fin mostrando su rostro con el maquillaje corrido gracias a las lágrimas.

—Te esperaré abajo, veré que hay de rico para comer —respondió caminando hacia la salida de la habitación. Se detuvo un momento en el portal y se giró para quedar frente a ella —. Todo estará bien, princesa —le guiñó un ojo y se fue dejándola sola una vez más.

Noches Efímeras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora