Capítulo 41

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—Llora, llora y suelta todo lo que lleva acumulando durante años, déjese llevar, olvide el mundo, olvide a las personas, olvídese por un momento hasta de usted misma, solo suelte todo lo que lleva conteniendo, sin miedo, sin reprimirse. No importa que nos encontremos a mitad de un frio pasillo, en medio de muchas personas, en estos momentos no importa nada, solo suelte, grita si quieres gritar, habla si así lo deseas, muévete, salta o hasta tienes permitido hacerte un ovillo, pero solo con la condición de que dejarás que todo lo que hay atormentándote en estos momentos, que todo lo que llevas encerrado y muy bien aprisionado lo vas a dejar, por primera vez afuera, libre.

Aina no sabia de donde había salido esas palabras, pero si sabia de donde las había escuchado. Tantas veces, tantos años, tantos momentos y aunque no quisiese admitirlo sabía muy bien que era liberador. Permitía que toda la neblina se dispersara por momentos y eso, a pesar de que no resolvía nada, ayudaba mucho.

La madre de Lucas escuchó, sintió y se permitió ser vulnerable ante la vista de todos por primera vez en su vida, entre los brazos de una extraña que había visto tan solo dos veces, entre el bullicio de sus pensamientos y entre la calma que de vez en cuando regresa el viento.

Al acabar sus ojos se encontraban al rojo vivo y su presencia llevándose en el tiempo. Su vista se enfocó en la chica sentada junto a ella, permanecía tan sencilla, tan ligera, tan real junto a ella y de repente logró darse cuenta de lo que su hijo se había fijado en ella. Estaba rota y aún así seguía siendo real y humana ante el mundo y las personas que en el se encontraba.

—Disculpa la pregunta, pero no hemos podido hablar mucho, la primera vez que nos vimos y a pesar de que Lucas no dejaba de hablar de ti mientras le ayudaba a arreglar ciertas cosas de la boda, nunca logré saber, pero... ¿Estudias psicología o algo parecido a eso?

Aina sonrío un poco y con las mejillas colorada por la vergüenza bajó por un momento su cabeza mientras sus manos de forma inconsciente se buscaron para empezar a moverse como un baile tan rápido y aporreado sin fin.

—La verdad es que no... la realidad es que mi tera-terapeuta me lo repetía mucho y aunque no quisiese hablar o llorar o soltar sencillamente al escuchar sus palabras algo en mi empezaba a quebrarse y sin darme cuenta ya estaba en medio de las lágrimas.

Calló por un momento, sus pulmones de repente necesitaban aire y su corazón un poco de anestesia, sin embargo, ya había comenzado y daba por hecho que no podía dejar todo así.

—Nunca había entendido porque lo hacía, a veces durábamos sesiones completas solo en esto, admito que una vez me enojé porque no había cambio alguno y el mundo seguía siendo un lugar abominable lleno de atrocidades, incluyéndome... sin embargo, aunque no quisiese no podía negar que esto tenía ciertos efectos positivos en mi, me dejaba cierta sensación de repentina libertad y me permitía dibujar y pintar... y sentir.

—¿Pintas? —preguntó la mamá de Lucas con curiosidad. No olvidaba en donde se encontraba y mucho menos en la situación en la que se hallaba, sin embargo, hablar de otras cosas le ayudaba a disolver un poco la ansiedad que la atormentaba.

—Algo así, hago el intento —respondió Aina con vergüenza.

—¡Oh Dios, me encantaría ver lo que haces! Yo tengo un estudio a las afueras de la ciudad y también una pequeña galería y siempre ando buscando nuevos artistas anónimos. Admito que bajo los techos de muchas casas hay una cantidad bárbara de arte que necesita de urgencia ser vistos —dijo sin poder parar de hablar de la emoción que esto le causaba —, aunque admito que a veces hay que darle un empujoncito a esas vidas para que se atrevan a mostrar un poco de sus almas y así tal vez salvar otra por el camino.

—Que pena de verdad, yo... no se que decirle...

Aina fue interrumpida en ese momento por la voz de Lucas quien de repente tenía una cara demacrada y cansada, llevando su negro cabello en un completo desastre. Aún no había dicho palabra alguna y ya todo él expresaba miedo y desesperación, aunque trataba de disimularlo para no crear más caos.

—Ya hablé con Louis, va a llegar en la noche, está comprando el primer vuelo para acá, ¿Papá donde está? —Mientras hablaba sus manos y su voz parecían estar en una guerra de baile y quien se detuviera primero perdía la batalla.

—Lucas, calma, respira —. Sintió como el calor de una piel tan conocida para él le cubría sus manos transmitiendo paz y algo de estabilidad a su mundo.

—Mientras caminaba de vuelta me encontré con el doctor, me dijo que le estaban haciendo unos exámenes, por ahora nadie puede entrar a la habitación, toca esperar aquí.

Al terminar de hablar se acercó a su mamá y rodeo sus brazos cubriendo el cuerpo de la mujer que durante años lo protegió con toda sus fuerzas, cuerpo que ahora se hallaba quebrado. Levantó la mirada un momento y sus ojos se encontraron con los de la chica que miraba la escena un poco apartada, permitiendo el espacio que el par necesitaban.

—Iré a comprar algo para comer, ¿Quieren que les traiga algo? —preguntó la chica aún apartada mientras sus dedos se enrollaban sin parar.

—No tranquila, yo estoy bien —respondió la mamá de Lucas.

—Te acompaño —dijo de inmediato el pelinegro.

—No tienes que hacerlo, quédate aquí.

—No te preocupes, yo estaré bien aquí, vayan —le interrumpió la mujer con una sonrisa triste y un pequeño guiño.

—Mamá manda —dijo sin más Lucas cantando victoria.

En el camino el ruido de sus respiraciones fueron opacadas por el caos de sus pensamientos, ni siquiera el llanto de los bebés al ser inyectados o el grito de los niños fueron capaces de interrumpir la cantidad inmensa y veloz que habitaba dentro de la cabeza del pelinegro, había más, el doctor le había dicho más y él se lo guardó, no sabia que hacer para evitar más dolor, no sabía como acabar con todo y dejar con vida el pequeño corazón de su hermanita, no sabía que pronto todo llegaría a su fin.

Al llegar a la cafetería de la clínica y pedir, Lucas decidió sentarse en una de las mesas más lejanas, no podía dejar de pensar en lo que el doctor le había dicho y lo mucho que había rogado para que su familia aún no se enterara, sin embargo, logró conseguir tan solo veinticuatro horas de espera para que el mismo les dijera, luego de eso tendría que hacerlo el doctor mismo.

—Eso no fue todo lo que me dijo —. El pelinegro rompió el silencio al ver el cuerpo de la menor sentarse frente a él.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella sin comprender.

—El doctor, eso no fue todo lo que me dijo —. Cerró los labios de golpe y suspiró una vez más.

—¿Quieres contarme el resto de la conversación? —preguntó ella con dulzura en la voz y calma en sus palabras.

Él asintió y apretando un poco los puños comenzó a hablar.

—Necesita con urgencia un donante de médula ósea, han estado buscando, sin embargo, no encuentran a nadie compatible con sus genes o algo parecido —. Se pasó con desesperación las manos por el rostro —La cuestión es que conozco a alguien que si es compatible, bueno, en realidad son dos personas.

—Eso es increíble, esas son buenas noticias, entonces ¿por qué tienes esa cara?

—Una de las personas es Louis y no pienso permitir que pase por eso, es muy arriesgado.

—¿Y la otra?

—Soy yo.                

Noches Efímeras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora