Capítulo 42

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Soy yo, soy yo, soy yo, soy yo.

Dos palabras, cinco letras, disrupción total.

La cabeza de Aina era un caos, si antes todo se sentía oscuro, solo y caótico, ahora no había palabra para describir lo que estaba sucediendo en sus vidas, en su vida.

Nada duraba, nada vivía, al final... nada cambiaba, a pesar de que nada seguía siendo igual.

Ella respiró, cerró los ojos y volvió a respirar. Al abrirlos se encontró con un invasor de mesas de nombre de propietarios tachados en letra mayúscula de forma imaginaria completamente desecho, su mano de forma involuntaria se dirigió hacia la de él y al sentir su calor una pequeña curva se extendió por sus labios.

—Sea cual sea tu decisión, aquí voy a estar —le dijo tragándose todas las palabras de un golpe —. Podemos averiguar, hay muchas personas en el mundo, tenemos veinticuatro horas para encontrar otras alternativas, solo hay que pensar un poco.

Iba a seguir hablando, tal vez diciendo lo mismo por cinco minutos, pero con diferentes palabras, buscando la manera de hacerse creer que lo que estaba sucediendo no era real, sin embargo, ya era más que obvio que en definitiva era algo real.

—Tengo que hablarlo, tengo que decirles y tengo que hacerlo yo. En veinticuatro horas pueden pasar muchas cosas, pueden ser horas perdidas, serán horas perdidas. De igual manera, hace años que estamos estudiando lo que sería el trasplante de médula ósea y no es algo que sea de vida o muerte, además, no me puedo morir, el mundo me necesita, tengo que darle alegría y luz, sin olvidar que soy un encanto y obviamente el mundo no puede perder a un ser tan precioso como yo —dijo al fin tratando de aligerar un poco la situación.

Aina sonrió de forma involuntaria ocasionando que el pelinegro también hiciera lo mismo.

Conocía los riesgos, también le daba pavor las agujas, mucho más las cirugías, sin embargo, era su hermanita, su pequeña hermanita que había tenido que pasar por tanto, sin quererlo, sin pedirlo, sin merecerlo; se tragaría sus miedos y los tiraría por la borda dejando solo aire en sus pulmones y destellos de momentos llenos de pasiones.

Al regresar de la cafetería se encontraron con el papá de Lucas sentado junto a su esposa y a sus dos hermanos menores. Todos se veían agotados, hasta el más pequeño que a pesar de no despegar la vista de su móvil se le notaba los ojos hinchados y unas ojeras marcadas.

Lucas se acercó a su mamá para entregarle el café, mientras esta vertía en sus labios el sabor amargo de la bebida, el pelinegro decidió contarles lo que haría antes de que la preocupación y el miedo acabase con su familia entera.

—Hay algo importante que debo decirles —dijo con un nudo en la garganta y el corazón latiendo a toda velocidad.

—¿Qué pasa? —preguntó el hermano menor dejando su móvil y prestando total atención al pelinegro frente a él.

Lucas se sentía como un niño chiquito luego de haber roto algo, el problema era que no era ningún niño chiquito y que lo que se rompe, a pesar de que se trate de remendar, jamás queda igual.

—Cuando me encontré con el doctor me dijo algo más, algo que puede salvarle la vida a Leia.

—¿Por qué no lo habías dicho antes? —preguntó su mamá con esperanza en su voz y una pequeña ráfaga de fuego en su ojos.

—¿No se supone que si es así y es una emergencia el doctor debería de hablarlo con los representantes? —preguntó esta vez el otro hermano, que por primera vez mencionaba palabra alguna.

Lucas cerró por un momento los ojos y respiró con fuerza para luego decir con prisa solo cuatro palabras.

—Trasplante de medula ósea.

—No entiendo, pero si ya habíamos evaluado esa opción y nos dijeron que no era posible, que aún no teníamos siquiera que pensar en eso, que se iba a recuperar, que pronto todo acabaría, que... que estaba evolucionando bien —. Era su mamá quien hablaba sin parar, sin dejar de pensar, sin permitirse respirar.

—¿Hay algún posible donante? —preguntó esta vez el papá, quien trataba de mantener la compostura y ser junto a su hijo mayor el pilar de la familia.

—Si, lo hay.

—Al menos esas son buenas noticias, ¿quién?

—Yo.

***

Cinco días tenían hasta el momento de la cirugía, cinco días para llenarse de fuerza, cinco días para ver sus mundos cambiar.

Aina se encontraba de camino a su casa junto con Pol para ver a su abuelo y comprar algo de comida de regreso a la clínica. El chico había ido a abrazarla apenas vio su cuerpo entre la familia de Lucas. Él era ya parte de esa familia y durante mucho tiempo había estado viniendo y yendo junto a ellos de clínica en clínica y de tratamiento en tratamiento, le dolía, le dolía como a una hermana y le dolía ver al amor de su vida destrozado.

—Se que no pudiste terminar tu luna de miel, pero cuéntame, ¿Qué se siente estar casado? —preguntó la menor tratando de apaciguar un poco el ambiente en el camino.

—No sé, no se explicarlo, creo que el haberme casado no cambia nada más que el hecho de tener un titulo, sin embargo, se siente diferente, se siente bien. Y tú, cuéntame que pasa con Lucas y no me vengas con que nada porque ni en tus sueños te crees esas falacias.

—Pues... nada —dijo con cara de niña buena antes de reventar en una carcajada.

—Aina Harlem, próximamente de Loftman, te agradezco que seas seria por una vez en la vida.

—No lo se Pol, no somos nada, solo somos todo sin ser nada y no me hagas explicártelo porque sencillamente no lo sé, solo se que cuando estoy con él, soy.

***

Nueve y cuarto de la noche, las luces artificiales molestaban en los ojos de las personas que llegaban de emergencia, las pisadas de las enfermeras se hallaban marcadas en el blanco suelo, un grito de dolor salió de una habitación, de la otra aplausos por haber salido todo bien y en la siguiente tan solo se oía el golpeteo fuerte de la máquina clamando que aún queda un poco de vida en esa vida.

—Pol ya se va, aprovecha que ya es tarde —le dijo Lucas a Aina sin ser capaz de abrir los ojos para no ver la aguja que estaba atravesando su cuerpo.

—Él y Louis se van a quedar esta noche, tu y yo nos vamos, necesitas descansar —le ordenó la menor como respuesta definitiva, sin darle oportunidad de objetar —. Tu mamá se acaba de ir junto con Larry y Liam, solo tendríamos que llevar a tu papá que se quedó para unas cosas con el doctor y tratar de persuadirlo para que también se vaya y ellos dos puedan quedarse, pero por lo visto no se va a mover de esa habitación por la noche entera.

—Acércate un momento —le pidió el pelinegro ya resignado sin abrir los ojos —, por favor.

Aina le hizo caso, acercó su rostro al de él y antes de que este pudiera decirle palabra alguna cerró el espacio que los separaba en un pequeño y corto beso, al alejarse él abrió los ojos y supo de inmediato que esa chica le robaría la vida.

Noches Efímeras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora