La preparatoria Miller era uno de esos lugares en los que, hablando socialmente, el estatus quo era el predominio de nuestra comunidad, era en lo que se basaba nuestra vida diaria.
Incluso, muchas veces llegue a sentir como si mantener dicho estatus era de mayor importancia que ir realmente a estudiar.
Para que me entiendas un poco más, uno entraba a la escuela y era literalmente como vivir dentro de una película de Hollywood.
Jugadores de americano y de soccer, porristas que sabían contar calorías pero que no podían pasar un simple examen de aritmética, nerds que dedicaban su vida a estudiar y que hacían que el nivel educativo de la escuela estuviera tan alto como los egos de los chicos populares.
Aquí los estereotipos no eran estereotipos, eran personalidades.
Había de todo tipo de personas que pudieran determinar un escalón en el estatus quo y, ahí estaba yo.
Por razones que desconocía yo me encontraba en el escalón más alto.
Así es, no tenía la menor idea de cómo había llegado ahí, claro que no necesitabas muchos requisitos para ocupar dicho lugar.
De hecho, Jane Swan había hecho una lista con las características que se debían tener para estar en el escalón más alto y si, como adivinaron, se trataba de una lista meramente somera.
Solo imagina que esta lista se había hecho en los setenta y desde entonces no había sido cambiada ni perturbada, bastante retrograda para el mundo actual.
Pero para mí esta lista era como los mandamientos de la biblia, y estoy segura de que eso habría seguido así, de no haber sido por las cosas que me sucedieron más adelante en mi vida, pero de ello te platicaré un poco más tarde.
Para introducirte en esta historia te hablaré un poco de mí...
Técnicamente mis padres tenían dinero, pero no el suficiente como para derrocharlo en ropa que solo ocuparía una vez en la vida, mis calificaciones eran estándar y no era una chica fiestera.
De hecho, muchas veces llegue a sentir que no encajaba en ninguno de los escalones y que la suerte me había dado el estatus que tenía.
Pero si soy un poco más sincera, en secundaria algo pasó que cambio mi anonimato para siempre, y su nombre era: Tomás Wilson.
Como si se tratara de una novela juvenil, él se fijó en mí.
Así es, él típico chico perfecto que robaba los suspiros de más de una.
Él era mayor que yo y además jugador de americano, era de las personas más queridas y populares no solo en la escuela, sino en todo Millertown pues pertenecía a una de las familias fundadoras del pueblo, (he ahí donde se me cumplía el punto número 4 de la lista de Swan).
Por algún azar del destino, nuestros padres habían coincidido en su club de lecturas y, un día mi padre me pidió que fuera a cuidar a los hijos pequeños de Miriam, la madre de Tomás, mientras ellos iban a tomar unos tragos.
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A different kind of blue✅
RomanceSer el rey y la reina del baile es algo que para muchos no es de mera importancia, pero para la preparatoria Miller ese no era el caso, y Elizabeth lo sabía. Ella no quería pasar desapercibida, por ello se empeñó en buscar al chico perfecto para que...