La cueva mas oscura

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Nico Di'Angelo es tan callado como un muerto. Lo cual es irónico, ya que es literalmente el hijo de Hades. La verdad no se muy bien por que Percy lo envió, pero una ayuda extra y gratuita no se rechaza.

La puerta de Orfeo alias el montículo de piedras se movió como trozos de metal arrastrados por una fuerza magnética superior a la suya. Lentamente el montículo se desarmo al ritmo de Lady Gaga en Bad Romance hasta dejar la entrada a la vista. Una boca tan oscura como...pues la nada misma.

—¿Y ahora que?—le pregunte al silencioso chico a mi lado—¿Nos zambullimos de una o qué?

—Mm—Nico murmuro y luego el muy hijo de Hades me empujo hacia el agujero.

La oscuridad me trago hambrienta por devorarme. Envolvió firmemente mi cuerpo en sus garras y por mas que luche no me soltó. Tuve que aceptar mi situación con gran dificultad y el peso de lo que estaba por hacer se hizo muy, muy real.

—Llegamos, sígueme.—Nico apareció a mi lado como un fantasma de la nada.

Ignore el acelerado latido de mi corazón y me puse de pie, no habia notado que estaba sentada. Frente a nosotros se expande un enorme campo con almas, fantasmas deambulando como zombies entre ellos. Un mar de fantasmas sin recuerdos ni sentido de presencia. Solo ahí, perdidos sin hacer nada importante como en sus vidas.

—Campo de Asfódelos—murmure—¿Cómo llegamos aquí?

—Tomamos un atajo para evitar a Cerbero y Caronte. No puedo trate al inframundo, pero una vez dentro puedo llevarte a donde quiera.—explico Di'Angelo sorprendiéndome por todas las palabras que salieron de su boca. 

—¿Con los viajes sombras?¿Cuando...? Olvídalo. No importa. Hagamos esto rapido antes de que me arrepienta.

—¿A donde te llevo?

—Al Tártaro.

Nico me miro raro, pero no hizo preguntas, lo cual agradecí

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Nico me miro raro, pero no hizo preguntas, lo cual agradecí. Temo que si pongo en palabras vivas lo que planeo hacer mi corazón se acobarde y le ruegue de rodillas al semidiós que me saque de aquí. Y nunca me arrodillare ante un semidiós.

—Estamos cerca—dijo solamente.

Cruzamos los campos de Asfódelos. Enormes y repletos de fantasmas zombies. Fue bastante perturbador. Y cuando por fin salimos del mar de muertos, que me pareció una eternidad, llegamos a una encrucijada. Hacia la izquierda de alza un impresionante castillo con diseño olímpico, aterrador pero majestuoso. Un aroma a flores y comida perfuma el camino hacia el palacio de Hades.

Y hacia la derecha, un camino desgarbado y vació de todo lleva a una oscuridad absoluta. Un agujero negro sin principio ni fin. Un cueva, una abertura en la tierra que ni siquiera los dioses se atreven a asomar su nariz, por mas curiosidad que les llegue a infundir.

—Es por allí—Nico señalo el camino a mi derecha. Me lo temía.

—Gracias... supongo—trague duro. La saliva se atasco en mi garganta, ahogándome. Las serpientes en mi cabeza se retorcieron aterradas, enredándose entre ellas y tironeandome hacia atrás para alejarnos de esa vibra poderosa y maligna que viene de esa cueva. Pero, al mismo tiempo, la poderosa energía me atrae como un imán irresistible. Me llama, me reclama. 

Nico desapareció y quede sola enfrentando el camino hacia mi perdición. Un paso, otro paso. Lentamente camine hacia la entrada de la cueva.

Los susurros de los fantasmas se silenciaron en cuanto empecé a avanzar hacia la entrada al tártaro. La presión quizás no es tan fuerte como con cualquier otro. Después de todo, mi madre es un monstruo. Ese lugar es en parte parte de mi.

La cueva se abrió ante mi y la oscuridad me absorbió. Sin nadie para detenerme, salvarme entre a la cueva y caí al tártaro.

***

Caí.

Entre a la cueva y me caí. Una caída sin fin, infinita. Nueve dias y nueve noches en tiempo de humanos, así explicaba Hesíodo la distancia entre la tierra y el tártaro. Malditamente eterna. Sin poder ver nada, completamente absorbida por la oscuridad. El poder, la magia antigua se hizo cada vez mas fuerte presionando mi pecho. Y el miedo me provoco retorcijones en el estomago.

Tengo miedo.

Mierda, que lo tengo. Estoy literalmente cayendo hacia mi perdición. ¿Por que estoy haciendo esto? La inmortalidad no es tan mala. Mira tantos que intentaron alcanzarla. Mi padre mismo busco la inmortalidad hasta el cansancio, aunque ahora este en los campos de castigo. Y yo, que tengo lo que tantos han deseado, quiero arrancarlo de mi ser arriesgando todo y haciendo locuras como arrojarme al tártaro por voluntad propia.

Estoy enloqueciendo. No.

Estoy loca.

Desquiciada.

Demente.

Completamente perdida.

Y totalmente asustada.

Quien sabe por cuanto tiempo caí. Quizás fueron meses en el exterior o unos pocos segundos. Para mi fue una eternidad. El tiempo no es tan fácil de medir, maldita sea Hesíodo. Perdí la cuenta después de llegar a 1.100.346.556.893. Un billón cien mil millones trecientos cuarenta y seis millones quinientos cincuenta y seis mil ochocientos noventa y tres.

Cuando mi cuerpo se estrello contra una superficie arenosa. Sentí mis hueso vibrar a punto de romperse por el impacto y mi trasero estremecerse por recibir casi todo el impacto. Gemí de dolor y me quede allí, en el suelo sin fuerzas para ponerme de pie. Las serpientes alentándome con susurros siseante junto a mi oído y sus bífidas lenguas lamiendo mis heridas. El suelo no es arena, son trozos de vidrios rotos tan afilados como mil dagas. Y yo estoy encima de ellos.

Duele.

¿En donde estoy?

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¿En donde estoy?

Tenebrosa #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora