CAPITULO 4

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Voy por las calles de la ciudad viendo todo a mi alrededor mientras llego a la parada de bus, tenía pensada tomar un taxi, pero no me ajusta y no quiero quedarme sin dinero para el transporte de ida a la casa de Nelis hoy en la tarde.

Me encanta caminar lento mientras voy deleitándome con cada letrero o persona que veo por las calles, analizo cada punto en específico, reparo en cada carro que pasa o se estaciona, en los colores en todo. Viví la gran parte de mi vida en las calles, y aunque mi anterior dirección no era para nada como esta; me siento mucho mejor acá y más segura.

Llego a la parada de bus y me siento en la banca, el bus tarda más o menos unos cinco o diez minutos. Al otro lado de la parada hay un pequeño parque de tres columpios y un tobogán recto. Desde donde estoy veo a tres niños jugar y a unas madres sentadas en el suelo mientras están con ellos. De repente me entra una melancolía tremenda acompañada de la tristeza de los recuerdos.

No soy extremadamente religiosa ni paso todos los días metida en una iglesia, pero sé perfectamente que allá arriba en el cielo hay alguien que te escucha y te ayuda cuando más lo necesitas. Quito la mirada de donde están los niños y la dirijo al cielo mientras que en mi mete se hace un enredo de pensamientos y recuerdos dolorosos.

— ¿Por qué, Dios? — pregunto al cielo — ¿Por qué no tuve algo así? — le digo mientras vuelvo la vista a los niñitos y sus madres. Los niños bajan de los juegos y corren hacia ellas, mientras que ellas abren los brazos para recibirlos con todo el amor del mundo, o al menos eso es lo que se refleja. — ¿Cuál fue mi error? ¿Nacer? — vuelvo a preguntar mientras las memorias dolorosas me invaden y provocan que mis ojos se cristalicen y mi alma duela como solía hacerlo —Tal vez si — me respondo a mí misma con todo el pesar del mundo.

Escucho el ruido de un motor a lo lejos, giro la cabeza y me doy cuenta de que el bus está por llegar a la parada. Rápidamente me seco los ojos y me trago todas las lágrimas que estaba a punto de derramar. Me acaricio las mejillas para quitar cualquier rastro de tristeza en mi cara.

— Yo puedo con esto — me digo a mí misma mientras que me peino el cabello con las manos y lo compongo, a la vez que arreglo mis pestañas con el costado interno de mis dedos índice. El bus se para justo frente a mí, tomo mi bolso y subo.

— Buenas tardes — saludo al anciano chofer que se ha hecho un buen conocido debido al tanto tiempo que tengo de viajar en estos buses

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— Buenas tardes — saludo al anciano chofer que se ha hecho un buen conocido debido al tanto tiempo que tengo de viajar en estos buses. — Buenas mi niña — me contesta el señor, siempre tan amable.

Recorro los asientos y me coloco en uno de los de más atrás para estar cerca de la salida al momento de bajarme. El bus arranca y mi espectáculo de vistas por la ventana comienza.

El tiempo pasa rápido, tanto que ya es hora de pararme e indicarle al señor Wallas que pare el bus para bajar, aunque no es necesario, él sabe perfectamente dónde tiene que hacerlo.

Me bajo y espero a que el bus arranque hasta que lo veo pequeñito. Emprendo camino por las calles, voy cruzando cuadra tras cuadra hasta llegar a mi edificio, entro y subo las escaleras para llegar a mi apartamento. El edifico es rojo, de tres plantas y yo vivo en la segunda, exactamente en el cuarto número 45.

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