El cielo estaba nublado, apenas se podía ver ningún rayo de sol. Durante esta época del año siempre solía hacer este tiempo, pero a pesar de estar nublado se notaba la humedad y hacía calor.
Yo seguía perdida, no encontraba ni rastro de Dylan. Sólo se me pasaba por la cabeza que le podía haber ocurrido algo bastante malo. Me metí por todos los callejones de la ciudad en los que solía estar con esa gente que nunca me terminó de gustar, haciendo Dios sabe qué. Yo lo único que sabía es que, estos últimos meses, había estado llegando con la cara destrozada, pero nunca me quiso decir en qué líos estaba metido.
Conforme los minutos pasaban, peor me iba encontrando; era como si mi cuerpo hubiese dejado de formar parte de mí, apenas notaba que mis pies tocaban el suelo cuando corría. El flequillo se me estaba pegando a la frente de tanto sudar, mi coleta morena no paraba de darme pequeños golpes en la cara de tanto girar la cabeza tan bruscamente y mis ojos negros no paraban de mirar a todas partes, incapaces de concentrarse en un solo punto.
Justo cuando estaba empezando a anochecer, escuché una voz a lo lejos. Mis piernas automáticamente se dirigieron hacia aquella voz, sin casi comprender lo que decía, ni llegar a reconocerla del todo.
Y efectivamente, allí estaba Dylan. Sentí cómo mi cuerpo se relajó de golpe al verle la cara, pero esa calma duró poco. Estaba tirado en el suelo, arrastrándose como podía, dejando una gran mancha de sangre por donde iba. Tenía las piernas prácticamente inmóviles, se le notaban los brazos cansados de tanto arrastrarse, su pelo moreno rizado estaba completamente despeinado y tenía la cara realmente destrozada: en la ceja derecha se podía ver perfectamente un corte muy profundo, tenía sus dos ojos castaños color miel totalmente morados de lo que podían ser dos puñetazos, la nariz no paraba de sangrar, y tenía los labios muy hinchados.
Al verle así no supe que hacer, ni cómo reaccionar. Me quede ahí, parada, observándole aterrorizada, mientras él me suplicaba que me acercase a donde se encontraba. Ni siquiera me salían las lágrimas pero notaba como absolutamente todo mi cuerpo estaba temblando.
Después de unos largos minutos intentando asimilar todo lo que estaba viendo, mi cerebro empezó a reaccionar.
Me acerqué lentamente a donde él estaba, sin poder parar de mirarle. Ya era muy tarde y por esa zona no pasaba prácticamente nadie, así que no entiendo cómo pudo acabar ahí ni qué le pasó para terminar así de mal. Cuando ya estaba enfrente suya, me agaché muy lentamente para poder observarlo más fijamente. Vi toda su piel morena llena de golpes y cortes, y por un momento se me paró el corazón.
—Dylan... Dylan, por Dios, ¿qué te ha pasado? —le pregunté, sin apenas poder hablar.
—Maya, lo siento mucho. Lo siento, de verdad. Nunca te dije qué hacía ni a donde iba, y mira como he terminado. —Se miró a sí mismo las piernas que casi no podía mover—. Maya prométeme que estarás bien sin mí.
—¿¡Pero qué estás hablando?! Ahora mismo busco a un médico o alguien que te ayude, no te muevas de aquí por favor. —Me levanté, dispuesta a recorrerme el mundo entero si hacía falta hasta encontrar a cualquier persona que pudiese ayudarlo.
—Maya. —Me llamó, sin casi poder gritar del dolor que aquello le causaba—. Maya, ven, no busques a nadie, acércate. —Escuché cómo me lo dijo con la voz rota de tanto llorar, y automáticamente me volví a agachar hacia él lo más rápido que pude.
—¿¡Qué tonterías me estás diciendo de que no llame a nadie?! — Le agarré la cara con delicadeza para no hacerle daño, observando así más de cerca cada herida que pudiera haber en su rostro—. Sabes de sobra el estado en el que estás, Dylan; estás perdiendo muchísima sangre. ¡Si no llamo a nadie te puedes morir aquí mismo!
—Si me llevas al médico o llamas a alguien verán que tengo dentro de la barriga una bala, Maya. Me harán muchas preguntas y al final será peor, así que, por favor, no llames a nadie.
Me estaba costando mucho asimilar todo lo que estaba sucediendo. Intenté de todas las maneras no desmayarme en ese mismo momento. ¿Una bala? ¿¡Una puta bala?! ¿Cómo coño había llegado ahí esa bala? La situación era muy surrealista, parecía una pesadilla. Estaba deseando poder abrir los ojos y ver que todo estaba como antes, pero en el fondo me dolía reconocer que eso nunca iba a pasar. Todo esto estaba ocurriendo de verdad.
—¿Quién te ha hecho todo esto? Y por favor, dime la verdad. —Notaba como si Dylan poco a poco dejase de escucharme. Estaba perdiendo mucha cantidad de sangre y del dolor que debería estar sintiendo se le estaba haciendo muy difícil concentrarse en lo que le estaba preguntando.
—Tenías razón con esa gente, Maya. Pensaba que podía confiar en ellos y... que me equivocaba. —Los ojos le empezaban a dar vueltas, mirando a todas partes—. Les presté una gran cantidad de dinero para ayudarles a pagar unas cuentas que tenían pendientes con gente muy chunga, y cuando les exigí que me lo devolvieran, me amenazaron con hacerte daño. Al principio no me tomé esas amenazas muy en serio, pero cuando te vi un día llorando porque te habían estado persiguiendo, supe perfectamente quienes habían sido. Maya, no podía permitir que te hicieran daño, a ti no.
Aún tenía su cara en mis manos, y noté como poco a poco se iba poniendo muy fría. Había tantas cosas que nunca me había contado, tantas cosas en las que me había estado engañando.
—¿Por qué no me contaste todo esto? Podríamos haberlo solucionado juntos, Dylan, de verdad. —Me estaba aguantando las ganas de llorar. Dylan no paraba de sangrar y pensar que la bala seguía dentro de él me ponía muy nerviosa.
—Maya si te he ocultado todo esto todo este tiempo era para no preocuparte. Sé que no es excusa, pero las cosas estaban muy tensas con ellos. Son muchos Maya, y ni sienten ni padecen por nadie. Pensaba decírtelo cuando todo se hubiera relajado un poco, pero han decidido ir más allá. —Se le notaba muy cansado, apenas podía hablar y no paraba de hiperventilar—. Sabían que eres lo más importante en mi vida y no dudaron en ir a por ti para hacerme daño, ni siquiera se molestaron en amenazarme a mí directamente. —Tras decir eso, cerró los ojos y su cabeza se posó con fuerza en mis manos.
—¡DYLAN! Dylan despierta por favor, no te vayas, aún no. Dylan por favor, no me dejes sola, vuelve. —Las lágrimas no paraban de recorrerme las mejillas y era como si pasaran por cada uno de los tres pequeños lunares que tenía en la parte derecha de la barbilla.
—Maya. —Abrió los ojos un momento, aunque no los llegó a abrir del todo; parecía que los párpados le pesasen más que su cuerpo—. Maya, te he querido más que a mí mismo. Desde que te conozco has sido el motivo por el cual sonreía cada mañana. Me has aportado una felicidad que ningún otro ser vivo podría haberme aportado.
Le miré confundida. ¿Acaso se estaba despidiendo de mí? Pues sí, lo estaba haciendo. Estaba pasando todo demasiado rápido.
—Dylan no te despidas así de mí, todavía no, por favor, no. —Sentía una desesperación que me gustaría no haber experimentado en la vida.
—Maya esto no es una despedida, es un hasta luego. Te quiero. Te quiero mucho Maya, en esta vida y en mil más. No me olvides nunca, por favor. —Cerró los ojos, y de nuevo su cabeza cayó en mis manos. Su cuerpo, totalmente encharcado de sangre, dejó de respirar, y ahí vi que definitivamente se había ido.
—Por supuesto que nunca te voy a olvidar, joder. —Dije sin parar de llorar, a pesar de que ya no me estuviera escuchando. Le besé ese hoyuelo que tenía sólo en su moflete izquierdo, ése que tanta gracia me hacía—. Te quiero.
Y se fue, sin más. Se fue, y apenas me dio tiempo a asimilarlo y despedirme. Aquel día también murió una gran parte de mí, una parte de la que estaba completamente enamorada. Había visto morir al que había sido el amor de mi vida, mi llama gemela.
22 de septiembre. Un jodido 22 de septiembre.
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Volvernos a encontrar
Teen FictionJane y Thiago, un claro ejemplo de llamas gemelas, han coincidido en más de una vida. Unidos por el destino y las circunstancias se volverán a encontrar mil veces más, aunque hasta ellos mismos lo eviten en alguna que otra ocasión, consiguiendo sólo...