Capítulo 9

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Jane

Miércoles 27. Eran las 14:30, y estaba casi terminando la última hora, y lo único que se escuchaba en todo el aula era a la profesora de Historia hablando y contando sin parar todo el tema del Antiguo Régimen. No entendía cómo se lo podía saber de memoria, paso por paso, y en el fondo admiraba esa capacidad de memorizar. En cuanto dieron las 14:45 me puse la mochila a la espalda y abrí la puerta; Astrid me estaba esperando.

—¿Nos vamos? —Me preguntó cuando me vio al otro lado de la puerta ya abierta.

—Eso ni se pregunta. —Le dije saliendo de clase—. ¿Hoy te recoge tu abuela? —Le pregunté.

—Sí, lo de ayer de ir en autobús fue algo puntual; no me apetece caminar mucho.

—Eres más floja que yo, y ya es decir. —Vacilé.

—Tampoco te pases. —Me dijo riéndose—. Mis libros de ciencias de la salud son el doble que los tuyos de sociales, como lleve semejante peso andando todos los días me va a dar algo. —Me recordó.

—Bueno, razón no te falta. —Admití.

Nos despedimos en la parada del autobús y cuando el bus paró me subí. El sitio en el que me solía poner estaba libre, así que rápidamente fui y me senté. Como el autobús nunca se solía llenar y siempre solían sobrar sitios puse mi mochila en el asiento que estaba a la derecha del mío para que no se sentase nadie; me gustaba estar yo sola y tener mi propio espacio.

Me fijé en la gente que entraba, deseando que Thiago entrase, y por ello un poco nerviosa. Cuando pensaba que no iba a entrar, de repente vi como un chico muy alto de rizos morenos y sin mochila entraba y se me quedaba mirando, efectivamente era Thiago. Al verme durante unos segundos sonrió antes de apartar la mirada para sentarse. Empecé a notar mi cuerpo muy nervioso. Thiago se sentó y automáticamente me volvió a mirar y ambos nos sonreímos muy dulcemente un par de veces. Entonces se me ocurrió quitar la mochila, dejando mi sitio libre. Thiago se percató y al cabo de unos minutos se levantó y se sentó a mi lado. Mi corazón iba a mil por hora. Se sentó y empezó a hablarme con acento dominicano; aquello no me lo esperaba para nada.

—Quién tú eres, que ni te presentaste. —Me dijo con dicho acento.

—¿Hablas así o qué? —Le dije riéndome.

—Tú que crees. —Me dijo, aún con ese acento. Realmente no entendía nada, pero me hizo gracia la situación un tanto surrealista.

—Pues que no. —Le contesté.

—Ya enserio, ¿cómo te llamas? —Me dijo insistente.

—Jane.

—Así que Jane. —Me dijo con una sonrisita—. Es que me pediste el número sin siquiera presentarte. —Me recordó.

—Lo sé; tenía prisa. —Le dije brevemente.

—Me estabas matando. —Me dijo de repente, aquello me pilló por sorpresa.

—¿Y eso? —Pregunté nerviosa.

—No sabía si acercarme, no acercarme o qué hacer.

—Nada hombre, no pasa nada. —Vacilé, nerviosa—. ¿Tú eres de este instituto? —Pregunté por fin.

—No, soy de otro, aunque tengo clases por las tardes.

—¿Y para qué coges este autobús? —Pregunté tontamente.

—¿Y tú qué crees? —Me dijo vacilando.

—Yo que sé, lo mismo ibas a otra parte antes de ir al instituto, ¿de cuál eres?

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