Capítulo 1

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Una vida más tarde...

Jane

Eran las 7:30 de la mañana. Estaba en el autobús con los cascos puestos, camino a mi tercer día de clase. Había empezado primero de bachillerato y por ahora no me iba muy mal, tenía buenas expectativas del curso, así que iba con ganas. A esa hora por la calle sólo se veía a gente con la mochila y bastantes coches de gente yendo, seguramente, al trabajo o algo por el estilo.

Me gustaba ir al instituto en autobús, a pesar de tener que madrugar mucho, porque a esa hora empezaba a amanecer y el cielo se veía muy bonito. La gente a la que nos gusta el cielo tenemos lo que se llama opacarofilia: amor o pasión por los atardeceres, especialmente por el ocaso o puesta de sol.

Mientras miraba cómo el cielo poco a poco se iba poniendo de un tono entre rosado y anaranjado, estaba escuchando en mis cascos lo que el aleatorio del Spotify me iba poniendo.

Me toqué la punta de la nariz y la tenía un poco fría. Para ser finales de septiembre hacía bastante frío, así que antes de salir de casa me puse una sudadera marrón la cual me quedaba bastante ancha y larga, justo por encima de las rodillas. Aquel día, a pesar de ser un día importante para mí, había ido vestida como otro cualquiera: debajo de la sudadera tenía puesto un top blanco de tirantes, que iban a juego con las zapatillas blancas de bota alta. Llevaba unos pantalones negros de chándal que eran bastante anchos y muy cómodos, el flequillo lo tenía recto justo por debajo de la ceja, recién cortado de la noche anterior y el pelo lo llevaba recogido en una pinza negra del tamaño de mi mano. Tenía el pelo bastante largo y con bastante cantidad, así que, cuando me hacía cualquier recogido, tenía que empezar a hacerlo casi 20 minutos antes de salir de casa si quería llevarlo como a mí me gustaba y a su vez, no llegar tarde al instituto. No solía maquillarme para ir allí, como mucho me echaba rimel los días que no tuviera educación física, y hoy era un día de esos.

El reloj dio las 8:00 y justo se abrió la puerta del autobús para que nos bajásemos. Yo entraba a clases a las 8:15, y el autobús era puntual y llegaba siempre a la misma hora. Me bajé y, como de costumbre, Astrid me estaba esperando en nuestro banco justo en frente de la entrada al instituto, en el cual nos sentábamos unos 10 minutos antes de entrar a clase.

—¡Jane Serret! —Dijo levantándose y gritando. Cuando Astrid estaba emocionada le daba igual quién estuviera cerca; ella siempre reflejaba su emoción a gritos. Todos los que estaban cerca nuestra nos miraron por el grito que pegó Astrid—. Hoy es 22 de septiembre, ¿o lo he soñado? —Vaciló, mirándome con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS JANE, FELICES 16! —Me dio un abrazo que casi me deja sin respiración. Parece ser que le hacía más emoción a ella que a mí, y ese era uno de los motivos por el cual la quería tanto. Astrid es de esa gente que se alegra de las cosas buenas que le pasan al resto tanto como se alegra de las suyas propias.

—Muchísimas gracias Astrid, te quiero un montón. —Le di otro abrazo y nos sentamos en el banco antes de entrar a clase.

Conocía a Astrid de toda la vida, pero realmente nos empezamos a llevar bien hace cosa de unos 4 años. Nos conocimos con 5 años, en un campamento de verano en el que coincidimos y, por aquel entonces, no habíamos terminado de encajar. Además de coincidir en ese campamento, resultó que cuando entramos a primaria caímos en la misma clase. Éramos muy pequeñas y ella siempre había sido una niña muy activa la cual siempre quería estar haciendo mil cosas a la vez, además de que le gustaba mucho mandar y dirigir; dicho por ella misma. Sin embargo yo siempre he sido una persona muy tranquila y odiaba que me dijeran lo que tenía que hacer. Al estar en la misma clase y ser las dos tan opuestas, nunca tuvimos interés en conocernos mejor. Simplemente nos caíamos mal y ambas lo sabíamos. Por ese motivo no nos habíamos empezado a llevar bien hasta que, con 12 años, coincidimos en una boda. Yo iba como familiar lejana del novio, ya que era un primo de mi padre, y ella iba como hija de unos amigos de la novia. En aquella boda no hubo gente de nuestra edad, así que nuestros padres nos obligaron a estar juntas, ya que ella estaba sola; yo al menos estaba con Asier, mi hermano mayor, que en aquel entonces tenía 17 años. Cuando Asier y mis padres se fueron a la pista de baile yo me quedé sola con Astrid porque no nos apetecía bailar, y ahí fue donde empezamos a hablar y conocernos mejor, y nuestra amistad cambió por completo.

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