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POV _______:
Tardamos un buen rato en llegar a la ubicación de Shin, pero finalmente lo hicimos.
El lugar parecía la Antártida: hielo por todas partes, un frío tan profundo que calaba en los huesos. La entrada a la guarida se camuflaba entre estalactitas y un silencio espeso.
Descendimos del Susano'o y echamos a correr, cada uno con el chakra encendido y la voluntad afilada.
—¡Ahí está la guarida de Uchiha Shin! —gritó Sarada mientras corría.
Justo entonces, tres figuras nos cortaron el paso. Eran idénticos. Piel pálida, mirada vacía, sharingan brillando.
—Tienen la misma cara... —murmuró Chouchou, sorprendida.
—Deben ser los clones —afirmó Naruto, en guardia.
—Órdenes de nuestro padre —dijo uno de ellos—: eliminar a los intrusos.
Naruto frunció el ceño y, sin decir más, creó clones de sombra que chocaron de frente contra los tres Shin, el hielo crujiendo bajo sus pies.
Sarada y yo aprovechamos la distracción, zigzagueando entre los enemigos. Uno de los clones intentó golpearme, pero me agaché justo a tiempo, giré sobre el hielo y se lo devolví con el mango de mi guadaña, haciéndolo retroceder.
—¡Perdón, Séptimo! ¡Voy a salvar a mi mamá! —gritó Sarada al rebasar la batalla.
Corrí detrás de ella, igual de decidida.
—Vamos a salvarla, querrás decir.
Sarada volteó a verme. Sus ojos ardían, pero en su rostro brotó una sonrisa débil, temblorosa. Una que aún creía.
—Hai —respondió.
POV Narrador:
Naruto observó el frente helado y el avance inminente de los clones. Su decisión fue inmediata.
—Serán... Sasuke, vayan juntos. Yo me ocupo de esto.
Sasuke asintió y partió tras Sarada y yo, mientras Naruto se quedaba atrás, enfrentando la primera oleada.
—¿Y yo qué? —preguntó Chouchou, alarmada, mirando el enjambre de figuras idénticas que los rodeaba.
—Yo te protegeré, ya te lo dije —Naruto se colocó junto a ella con firmeza.
Chouchou se sonrojó apenas, confundida entre el miedo y la adrenalina.
—Lo primero es impedir que se muevan —dijo Naruto, activando su chakra.
En cuestión de segundos, más clones de Shin emergieron del hielo. Sus rostros eran una repetición mecánica, sin emociones, apenas variaciones en la mirada.