Especial.

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Pov. TaeHyung.

La mayoría de veces del tiempo, viene a mi memoria los momentos que viví junto a JungKook. Él era una persona muy atenta, solía ser tierno de vez en cuando, era divertido, simpático, único y sólo él me hacía sentir demasiado bien, además, no era como si tuviera más amigos, así que JungKook era el único amigo que tenía de verdad.

Solía venir mucho a mi casa a visitarme, ya que vivía solo luego del fallecimiento de mis padres; esta era su casa que me heredaron. Los sábados por las mañanas JungKook traía comida y la comíamos viendo la televisión, poniendo atención a películas que solíamos reproducir al azar. Cuando las películas eran aburridas, no las veíamos, las dejábamos reproducir como si de un podcast de tratase y por lo tanto, ambos reíamos a carcajadas ante mil y un temas que solíamos soltar de la nada. Iniciabamos hablando de cómo es que tal actor pudo estar en esa película y terminábamos hablando sobre el excremento del gusano que era tierra.

Mis mejores días fueron con JungKook.

Suspiro una y otra vez cada que lo recuerdo.

Pero aquel recuerdo lo tengo tan vívidamente que es como si me teletransportara hasta ese día. El día donde me di cuenta que me gustaba tanto.

Habíamos salido a jugar baloncesto a las afueras de mi casa. Él había ganado todas las rondas. Yo me echaba contra la banqueta, la cuál tomé como el asiento más cómodo de la calle. Mi respiración estaba tan agitada y mi sudor recorría por todo mi cuerpo.

— ¿Te rindes, Tae? — me decía JungKook que seguía botando el balón y haciendo uno que otro truco que no captaba la manera en que lo hacía.

— Mira el cielo — le decía sofocado, señalando tembloroso hacia el cielo, enseñándole un hermoso atardecer —. Es hora de que el sol trabaje en el otro lado del mundo, haciendo cambio de turno con la bellísima luna. ¿No es increíble los colores del atardecer?

El cuerpo de JungKook había tomado asiento a mi lado, dejando el balón de baloncesto entre sus piernas. Mi vista había dejado de ver lo hermoso que se veía el cielo, pues ahora me centraba en su rostro sudado y en sus labios entreabiertos por donde respiraba, dejando pasar y escapar el aire. El dorso de su mano limpiaba el sudor de su mentón con pequeños toquesitos, mientras las comisuras de sus labios se alzaban en una linda sonrisa.

— TaeHyung, no te mueras nunca.

Su voz había logrado que saliera de aquel trance. ¿Por qué mi corazón latía tan rápido? Era un sentimiento extraño.

— ¿Por qué no debo morir? Eso es imposible, Jeon JungKook.

Y reía. Su risa es la música que pondría una y otra vez sin cansancio.

— Tan hermoso que hablas del cielo, del sol y la luna y me vienes a decir esa palabra: "imposible". TaeHyung, en esta vida nada es imposible, sólo hay que trabajar tanto para lograrlo y yo trabajaré tanto para tenerte por siempre — su mirada y la mía no se apartaban —. Eres lo mejor que me pudo haber pasado, gracias a ti soy el más feliz, Tae. No sabes cuánto ansío por venir, verte, jugar, comer, salir. ¿Deberíamos ir a cenar pizza como brindis por nuestra amistad?

Cada palabra que pronunció logró  haberme hecho sonrojar y mi corazón seguía latiendo tan rápido. Era como si me gustara JungKook. Era ese sentimiento, ¿verdad?

— Tú eres el mejor, JungKook — había pronunciado débilmente ante la timidez que me había generado —.

— Te invito las pizzas, mi Taetae — su brazo pronto estaba rodeando mi cuello por sobre mis hombros y me había apegado a su cuerpo, era un cálido abrazo, mientras por inercia me escondía en su cuello, permitiéndome oler su fragancia de aquel fino perfume —.

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