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-No, no lo eres. Escucha, fui al castillo de Maeva, miré la estatua de quien representa ser la verdadera profecía, alguien parecida a la princesa, tu no te pareces, tu no eres la profecía, larguémonos de aquí.

-No sabes nada de mi- quitó mis manos de sus hombros-. Carajo, vete, vuelve a París.

Ella comenzó a caminar para regresar a las ruinas.

-Bien, tu no sabes lo tanto que sufrí, tanta sangre que derramé para llegar hasta aquí. Me hubiera encantado que reaccionaras. Estoy demasiado molesto contigo, si no quieres salvar tu vida, yo si salvaré la mía. Pero de algo que estoy seguro, es que tu ya no eres la chica de la que me enamoré hace tiempo.

Ambos nos separamos, ella volvió entrar y yo solo me quedé mirándola, pensando en si debo de perder de nuevo la dignidad solo por ir tras de ella. Siento que me veo como un completo egoísta al creer que ella será feliz si la vuelvo a traer de donde somos, si ella es feliz cumpliendo la profecía, tendré que aceptarlo.

Entré de nuevo al bosque. Escuchaba el sonido de los truenos y la lluvia, empapado y pensando el por qué llegué a este lugar sabiendo que al final iba a tener este final.

Iluminando el bosque con mi linterna seguí mi camino hasta llegar al campo de flores que me tomaría un poco de tiempo en llegar. Reviso mi reloj y al parecer el tiempo se detuvo porque no avanza de las 5:15 de la mañana. Entré de nuevo a la cueva donde había salido antes.

Si vuelvo a París no sé que voy a hacer, no tengo a dónde estudiar, no tendré trabajo, mis amigos me habrán olvidado, no tengo padres, me siento..., realmente solo.

Me quité el collar y lo puse al lado mío, saqué la escopeta de la mochila. La coloqué en mi boca, llorando antes de arrepentirme en tomar esta decisión, preparé el gatillo. Pero la tormenta eléctrica que hubo de repente me interrumpió, ¿qué fue eso? Relámpagos iluminaban mi vista.

Si vine aquí para salvar su vida, por esa razón tengo que salir de aquí. Me levanté y poniéndome de nuevo el collar en el cuello. Salí corriendo para llegar de nuevo a las ruinas. Cargando mi escopeta, mi espalda pesaba todavía. Cuando llegué de nuevo ya no se escuchaba el canto de los brujos, no estaban, solo me encontré a la bestia y al padre en una esquina rezando con sus palabras pidiendo piedad a Gardien. Y claramente me seguía encontrando a esa cosa llamada el Argangel Gardien, ese ojo que no hacia nada más que mirar a su alredor.

-Por favor perdónanos, gran Arcangel Gardien, me he equivocado.

¿Qué?

Miro a lo lejos en la mesita en donde se encontraba la corona de oro, pues me encuentro sorprendido y asustado porque... ¡Fue demasiado tarde! Ella está muerta.

Acostada boca arriba en la mesita, con la corona en su cabeza y una daga clavada en su pecho, la sangre escurriendo y la lluvia bañándola.

La bestia me agarró de la cintura y me tiró contra una pared. No puedo levantarme, no quiero levantarme tampoco. No tengo mi mirada fija en donde debo cuidarme, sino en ella, en ella, solo en ella.

Siento como si el mundo me haya robado mi felicidad de repente, siento un vacío en el corazón y como mi alma me pide llorar, siento que la esperanza ha muerto.

Me levanto con esfuerzo metiendo el colguije dentro de mi playera. Corrí con la escopeta en la mano y la apunte directamente en la frente del padre Antreck.

- ¡Eres un maldito imbécil!- le grité

- No, no, ella vino por voluntad propia- se arrodilló ante mi y juntando sus manos para pedirme piedad-. Fue un error, cualquiera lo puede cometer ¿verdad?.

- ¡Eres el estúpido responsable de que ella está muerta y que tu gente vaya a morir ahora mismo! ¡Nuevamente no va amanecer! ¡Te equivocaste! ¡Eres un asesino!- di un golpe en su cara con la escopeta haciéndolo caer de lado, escuchaba como quería decir algo, agarró mi tobillo y después lo apretó.

- Que viva, la paz y Gardien- sus palabras salieron con esfuerzo.

- Muérete, carajo- le disparé en la cabeza, sin piedad.

La lluvia volvió a parar de repente, el clima no era el mismo, estaba cambiando este mundo por la equivocación de la profecía.

Me giré para cargar mis ultimas balas de la escopeta, pero saqué el encendedor y el spray que llevaba conmigo.

Hacia lo posible para encender el encendedor con mi pulgar, nervioso y con un poco de miedo aún en mi por enfrentarme con algo mucho más grande que yo. Cuando por fin salió la llama, no dude en ningún momento y apreté la boquilla del spray, saliendo una fuerte llama hacia su rostro, quemándolo. La bestia se quejaba. Me agarro de la cintura y me aventó hacia un lado. Las cosas cayeron en diferentes lados. Me levanté de nuevo y corrí hacia lo primero que vi, el encendedor. 

Cielo DesconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora