06. All washed out

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El sonido del reloj hacía eco por aquel pasillo de blanco impoluto. Horacio estaba sentado frente a la consulta del psicólogo al que Charlotte atendía. Aunque estaba contento de que su madre pudiera acceder a la atención médica que necesitaba, odiaba estar tanto rato en un hospital. El olor, el eco de pasos, las personas uniformadas que iban de un lado a otro... Todo destapaba recuerdos que prefería mantener guardados herméticamente. Tal vez ese era uno de los motivos que lo alejaba de empezar a tratar su problema del corazón.

Desde que las cosas se habían estabilizado estaba algo más tranquilo en relación a la seguridad de ambos, cosa que había disminuido sus dolencias, sin embargo, cualquiera habría sabido que lo mejor para la salud era ser supervisado por un profesional, pero Horacio prefirió no darle más importancia. El hospital era un sitio donde dejaría demasiada información personal, y prefería evitarlo a toda costa, ya era un riesgo que Charlotte lo hiciera, no quería exponerse él también. Tal vez era paranoia (aunque fundamentada), pero había decidido que sería de esta forma, al menos, hasta que no le quedara más remedio.

La espera se hacía casi eterna. La sesión se extendía a una hora o una hora y media, y durante ese rato, Horacio siempre buscaba cosas por hacer. No usaba redes sociales, su teléfono solo servía para comunicarse con su trabajo y los servicios de urgencia, para alguien que pasaba casi la mitad de su tiempo libre mirando vídeos uno tras otro, aquello era casi una tortura. Fue eso lo que le impulsó a comenzar a refugiarse en la lectura. Nunca había sido muy fanático de leer, pero no se le ocurría ningún otro método para no quedarse a solas con sus pensamientos, por lo que desde hacía un par de semanas había empezado a tomar prestados libros de una biblioteca cercana. Por el momento, estaba leyendo una novela corta que llamó su atención por la portada. No esperaba que le resultara tan interesante, tanto que a veces antes de dormir continuaba leyendo, ahora podía entender por qué a Volkov siempre le gustaba tanto ese pasatiempo.

"Mierda, otra vez" Pensó. Una vez más Volkov había vuelto a cruzar su mente. Cada vez que aquello ocurría, la culpabilidad se instauraba en su pecho, y se formaba un nudo en su garganta que le hacía luchar contra sus lágrimas. No había sido justa la manera en la que se fue, eso lo sabía, menos cuando él había sido quien le había pedido volver de Rusia cuando se sentía solo y perdido, y el peligris lo había hecho sin pensarlo dos veces, sin pedir nada a cambio, a pesar de que volvía a una ciudad y vida que no le habían tratado bien. El remolino de pensamientos que se había formado fue callado cuando vio la puerta de la consulta abrirse. Enseguida se levantó de su asiento, guardando el libro en la bolsa de tela que solía usar para llevar sus cosas y las de Charlotte fuera del trabajo.

Se acercó a su madre, quien le sonrió como siempre al verle.

-¿Cómo ha ido? ¿Te sientes bien?- Preguntó Horacio, a la vez que tendía su mano para que empezaran a caminar juntos.

Charlotte la aceptó y empezó a avanzar junto a su hijo.

-Sí, hoy hemos vuelto a hacer ejercicios de memoria ¡Me ha dicho que lo he hecho mejor que la semana pasada!

-¿En serio? Eso es genial, mamá... Me alegra oír eso.

Era todo un alivio saber que a paso lento Charlotte seguía progresando.

Cuando salieron del edificio todavía había claridad, por lo que decidieron pasear por la ciudad hasta uno de los parques que había cercanos allí. Solían ir a menudo cuando terminaba la sesión, era un sitio agradable, en especial a esas horas, cuando el calor del sol era casi perfecto.

Se sentaron en un banco cerca de un pequeño estanque, y enseguida Horacio sacó de su bolsa las pinturas de viaje y cuaderno que Charlotte usaba cuando salían de casa. Horacio recuerda la mirada de felicidad de su madre cuando desenvolvió el regalo, supo que había merecido la pena todas las horas extras para conseguir el dinero necesario.

La mujer comenzó a tararear una canción mientras su pincel empezaba a moverse por el papel. Horacio sencillamente la observaba, y podía sentir paz durante unos instantes. Cuando estaban así, imaginaba que su vida era una normal, en la que él había crecido bajo el cuidado y amor de Charlotte. Eran esos pequeños claros en mitad de la oscuridad, aunque solo fuera producto de su imaginación.

Pero su mente no podía permitirle un respiro por lo que parecía. Cuando levantó la vista del dibujo, observó un par de parejas que paseaban por allí, tomadas de la mano hablando felizmente. En su fantasía perfecta, Volkov seguiría a su lado, habría correspondido a sus sentimientos tal como él esperaba, y disfrutarían de una vida tranquila y calmada juntos. Pero la realidad era otra.

Y allí volvía de nuevo la imagen de Volkov, la culpa y el arrepentimiento. Suspiró cansado, sabía que nunca dejaría de querer al ruso, y seguramente el dolor al recordarle tampoco lo haría. El de cresta sentía que, si los eventos de su vida no los hubieran separado, su relación habría ido creciendo progesivamente, y Volkov habría sido capaz de verbalizar sus sentimientos, porque aquello era lo que Horacio necesitaba.

Cuando caminaba por la ciudad, imaginaba que encontraba a Volkov, que este le había ido a buscar, pero sabía que aquello no ocurriría. Él solo había traído problemas y más problemas a la vida del ruso, había sido una carga para este. Era mejor si las cosas seguían así, de manera que ya no pudiera ocasionar más molestias, y dejando que Volkov encontrara a alguien más, alguien que pudiera hacerle feliz de verdad.

Si los dias se hacían pesados por culpa de sus pensamientos, las noches eran aún peor.

Había cocinado y cenado junto a su madre, y habían aprovechado un rato para hablar y ver una película juntos. Cuando estaba junto a ella así podía apagar su cabeza por un rato, hasta que volvía a quedarse solo.

En su habitación empezó a quitarse la ropa de calle para colocarse el pijama, y entonces se vio reflejado en el espejo de su armario. Había perdido masa muscular esos meses, incluso antes de la huida, ya había empezado a cambiar. La forma de su cuerpo había cambiado, era algo más delgado y sus músculos no estaban definidos como antes. Su cuerpo siempre se repercutía de su situación mental, y en este caso, el estrés sumado al poco sueño y todo lo que pasaron hasta llegar a donde están, hicieron mella en él. Se puso rápido la ropa, y se sentó en el borde de la cama, llevando sus manos a su cabeza.

Dolía horrores, dolía pensar en el pasado, en el presente y el futuro. Dolía cada imagen que su cerebro proyectaba, como un recordatorio de lo que perdió. Dolían los nombres de las personas que tuvo que abandonar, y dolía cuando recordaba esos ojos azules, más bellos que el cielo, donde la luna residía y hacía brillar sus irises cada vez que cruzaban con los suyos esmeralda.

Daría lo que fuera por verle aunque tan solo fueran cinco minutos más.

Era como haber arrancado una parte de él, la parte que lo ayudaba a seguir adelante, que lo apoyaba y entendía, que le brindaba ayuda y confort.

Pasó las manos por su cabello, peinándolo hacia atrás. Su mirada volvió a cruzarse con su reflejo.

"Siempre terminas por quedarte solo" Se recriminó en el espejo. "Y es mejor que sea así."

Aquella noche, soñó con su vida perfecta: una casa con jardín, un trabajo donde no perdía a sus compañeros y amigos, dos coches en el garaje, su mano y la de Volkov compartiendo una alianza, eco de risas de niños corriendo por su hogar y Charlotte jugando con ellos. Una vida llena de amor donde el miedo no tenía lugar.

Pero solo era eso, un sueño inalcanzable, una mirada a un futuro perdido. Y, a la mañana siguiente, despertó con el corazón un poco más roto al volver a la realidad.

When you're gone - VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora