Parte 3 - El Bosque

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El bosque estaba vivo, bañado por los sonidos de las ramas bailando en el viento y el canto de los de los pájaros con la puesta del sol.

Dentro, apenas se podía ver los tenues rayos del ocaso por entre el tope de los árboles, dejando entrar una diminuta línea de luz y dando a todo un aspecto otoñal y oscuro. El suelo de tierra y lodo estaba cubierto por la grama de la pradera y las hojas de los árboles, las cuales parecían nunca dejar de llover sobre el suelo. Toda la superficie del piso estaba bañando de marrones, amarillos y verdes, haciendo un contraste con el resto del caleidoscopio de colores brillantes de las flores y los hongos que estaban esparcidas.

- Es hermoso – dijo María, perdiéndose en la vista.

- "No te distraigas" – contestó Saúl más serio y menos sarcástico de lo normal – "y sigue caminando"

El recorrido era más difícil de navegar que la pradera. Árboles, arbustos y ríos formaban obstáculos por el terreno desnivelado y lodoso, haciendo que la chica se esforzara aún más por navegarlo. En un fuerte contraste, aquello apenas afectaba al gato, el cual se movía entre las ramas y los árboles con facilidad. Con cada paso que daban más se perdían en aquel laberinto, alejándose tanto del lugar donde entraron que se volvió imposible regresar. Solo quedaba seguir.

Pronto, la noche transformó el cielo del ocaso en una oscuridad estrellada. La tenue luz de la luna llena pasaba por entre el dosel de los árboles, iluminando algo del área alrededor de ambos, pero cubriendo el bosque en una negrura abrumadora. Y con la noche vino el silencio. Fue sorprendente como todo se calló, haciendo de las pisadas del grupo sobre las hojas secas del suelo un verdadero estallido en comparación.

¿Este era el sitio que debía temer?, pensó la chica, mientras se hacían paso por entre el bosque, sintiéndose más tranquila y tratando el viaje como una excursión. Fue tal su calma que pudo recordar lo cansada que estaba.

- Hemos caminado por horas – se quejó María - ¿Cuánto falta?

- "¡Haz silencio, chica!" – regañó Saúl – "¿Acaso quieres que nos encuentren?"

- Llevas un rato diciendo lo mismo, sin embargo, no hay nada aquí – argumentó ella - ¿De qué nos escondemos? ¿De los pájaros?

- "¿Acaso has visto algún animal desde que entramos?"

La pregunta la dejó un poco confundida.

- Pues, no – respondió reconociendo ese hecho – pero los hemos escuchado y a otros animales.

- "Solo porque hayas oído algo no significa que esa cosa exista" – contestó – "Y menos aquí."

- ¡Eso no tiene sentido!

Gritó ella, deteniéndose y atrayendo la atención de Saúl.

- "¡¿Qué te dije?!"

- ¡Estoy cansada! – repitió María – no hemos parado desde que salimos de mi cuarto.

- "¡Es peligroso detenerse aquí! ¿Cuántas veces te tengo que decir lo mismo?"

- ¡Si no hemos visto nada ni a nadie desde que entramos!

- "¡Se llama estar escondidos! ¡Dioses! ¿Cómo es posible que te quejes tanto?"

Ya harto, el gato se dio vuelta para confrontarla.

- "No vamos a perder el tiempo" – dijo regañándola – "Descansaremos luego de que salgamos de aquí."

- ¡No! – gritó la chica, deteniéndose sin importarle más nada– Yo soy tu dueña y yo digo que paremos.

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