🪔 Capitulo 11 🪔

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La Mansión de las Velas.
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La Mansión de las Velas

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Nora

- Nérida. - masculle con los dientes apretados pero con una sonrisa para nada agradable. Ella ladeó su cabeza y me sonrió a gusto, para lamerse los labios.

Sus ojos se veían tan dementes como la última vez que los había visto.

- ¿Espera.....el está aquí? Aquel humano de ojos azules. - la mire con rabia y el viento azotó entre nosotras, por la velocidad del tren moviendo nuestros cabellos, viendo claramente su cara descubierta y también por la luz de la luna, la ancha sonrisa que se dibujaba en sus labios tormentosos. - Mmm, huele bien. - sus ojos brillaron en dorado. - Tal vez le eche un vistazo. - pero antes de que ella se moviera, yo lo hice primero, y en un segundo estaba delante de ella. Solo me miraba con diversión.

- Me quieres a mí no a el. - y sin más levanté mi pierna para golpear su costado, pero ella era más rápido porque antes de tocarla, Nérida ya había desaparecido y ahora estaba detrás de mí, con su mano bajo mi mentón y la otra restringiendo uno de mis brazos con fuerza tras mi espalda.
Podía sentir sus garras incrustarse en el. Me reprimí una mueca de dolor por eso. Mi cuerpo se estremeció con repulsión cuando sentí su lengua recorrerme desde el mentón hasta mi mejilla.

- ¿Te has vuelto más lenta, o soy yo? - su voz salió burlesca. - Hasta tu sabor se siente.....débil. - rio con malicia. - Esto me trae recuerdos de cuando nos despedimos. - el recuerdo amargante de aquel día me golpeo junto a la secuelas que me dejó, que nunca se irán. - Aun puedo escuchar los gritos de aquellos ni...- las venas bajo mis ojos se deslizaron por ellos, podía sentirlo por el rastro de quemazón que dejaban. Mis garras salieron al igual que mis colmillos, y mi vista se volvió roja. En un segundo me había desecho de su agarre, para saltar por encima de ella, y darle un golpe con la suela de mi bota en su espalda lo que la hizo retroceder en grandemente hasta el siguiente bajón, cayendo al suelo de este.

Pero solo le tomo un segundo levantarse y sonreírme de tal manera que podía llegar a darle pesadillas a un niño. Menos a mí. Porque así era Nérida, un monstro con sangre de gárgola, que me había cruzado en el bosque nevado durante estos siete años antes de conocer a Eulices, y solo, me había arruinado cuando había estado inofensiva. Con el corazón lleno de tristeza por la añoranza de cierta persona y ella solo se había aprovechado de mi debilidad, para destruirme.

Ella se lamio la sangre que salía de su labio y me miro por debajo de sus pestañas.

- Así estas mucho mejor, Nora. - sonrió de lado. - Así es como quiero que juegues. - la mire inexpresiva.

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